"El
Señor me asistió y me confortó" (2 Tim 4,17)
La confesión de Pedro es un texto de gran importancia para
la vida del cristianismo y se compone de dos partes: la respuesta de Pedro
sobre el mesiazgo de Jesús, Hijo de Dios (vv. 13-16), y la promesa del primado
que Jesús confiere a Pedro (vv. 17-19). Por lo que respecta a la pregunta que
dirige Jesús a sus discípulos, podemos subrayar dos puntos de vista: el de los
hombres (v. 13: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»), con
su apreciación humana, y el de Dios (v. 15: «Y vosotros ¿quién decís que
soy yo?», con el correspondiente conocimiento sobrenatural.
La opinión de la gente del tiempo de Jesús reconocía en él a
un profeta y a una personalidad extraordinaria (v. 14). La opinión de los Doce,
en cambio, es la expresada por la confesión de fe de Pedro: Jesús es el Mesías,
el Hijo de Dios (cf. v. 16). Ahora bien, esa revelación es fruto
exclusivo de la acción del Espíritu Santo, «porque eso no te lo ha
revelado ningún mortal, sino mi Padre, que está en los cielos» (v. 17).
A causa de esta confesión, Pedro será la roca sobre la que
edificará Jesús su Iglesia. A Pedro y a sus sucesores les ha sido confiada una
misión única en la Iglesia: son el fundamento visible de esa realidad invisible
que es Cristo resucitado. Ambos constituyen la garantía de la indefectibilidad
de la Iglesia a lo largo de los siglos.
Por otra parte, el poder especial otorgado por Jesús a
Pedro, expresado por las metáforas de las llaves, del «atar» y del «desatar»
(v. 19), indica que tendrá autoridad para prohibir y permitir en la Iglesia.
La liturgia fija hoy algunos momentos en la rica y agitada
vida de los dos apóstoles. Domina sobre todos la escena de Cesárea de Filipo,
descrita en el fragmento evangélico. ¿Qué retendremos, en particular, de este
episodio tan célebre? Estas palabras: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia». La Iglesia, pues, no es una sociedad de
librepensadores, sino que es la sociedad -o mejor aún, la comunidad- de los que
se unen a Pedro en la proclamación de la fe en Jesucristo. Quien edifica la
Iglesia es Cristo. Es él quien elige libremente a un hombre y lo pone en la
base. Pedro no es más que un instrumento, la primera piedra del edificio,
mientras que Cristo es quien pone la primera piedra. Sin embargo, desde ahora
en adelante no se podrá estar verdadera y plenamente en la Iglesia, como piedra
viva, si no se está en comunión con la fe de Pedro y con su autoridad, o, al
menos, si no se tiende a estarlo. San Ambrosio ha escrito unas palabras
vigorosas: «Ubi Petrus, ib¡ Ecclesia», «Donde está Pedro, allí está
la Iglesia». Lo que no significa que Pedro sea por sí solo toda la Iglesia,
sino que no se puede ser Iglesia sin Pedro (R. Cantalamessa, La Parola e
la vita, Roma 1978, p. 307).
Lecturas de la festividad:
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