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jueves, 31 de julio de 2014

DOMINGO 18 DEL TIEMPO ORDINARIO

"Tú eres mi fortaleza, Dios fiel"  (Sal 58,18)




El hambre y la sed de la humanidad no se sacian con bienes materiales. A lo largo de la historia, la humanidad, fatigada y oprimida por múltiples angustias y problemas, siempre ha experimentado, y cada vez mas, la incapacidad de darse una salvación meramente terrenal, obtener una paz duradera y alcanzar una justicia ecuánime. El hombre, en el fracaso de sus esfuerzos y aspiraciones, aún es mas consciente de que necesita una ayuda de lo alto; y esto, por sus designios trascendentes, no puede ser sino un don. Su gratuidad es tan extraordinaria como inconmensurables son su valor y su obtención. Una es la experiencia inmediata de todo esto; "Dios es más grande que nuestro corazón" (1 Jn 3,20). En esta verdad se basa la alianza eterna.
La "compasión" de Jesús por la muchedumbre desvela el móvil del don de Dios en el Hijo unigénito para la vida del mundo: una coparticipación viva, palpitante y auténtica. Prefigura la hora del Calvario y compendia completamente el contenido eucarístico del sacrificio del banquete divino ofrecido en símbolo mediante el milagro. El tiempo mesiánico se ha manifestado: Dios sacia a su pueblo "de balde"; lo nutre de cosas buenas: gracia y verdad, vida y alegría. Y aún más, lo vincula con una comida que es prenda de eternidad: el Verbo encarnado y entregado por nosotros. En él, cualquier añoranza humana de Dios es atendida ampliamente mediante el cumplimiento de la promesa y el vínculo perenne con Dios.


El cansancio y la debilidad han oprimido nuestros corazones. No tenemos ni alimento Espiritual, ni descanso corporal, ni consuelo. La nostalgia, la espera y la esclavitud nos estén ahogando. Jesús misericordioso, imploramos tu compasión, nos abrazamos a tu costado abierto. Corazón misericordioso e inflamado de amor; apriétanos con los lazos de la piedad, el amor y la unión. Ayúdanos a regresar pronto a nuestra tierra, para que podamos cumplir mejor, siempre mejor, las tareas encomendadas por el Creador Amén. (jóvenes lituanos en un campo de concentración siberiano).


Ha colmado de bienes a los hambrientos. Primero ha humillado, después ha alimentado. El Espíritu de profecía narra los hechos futuros como si ya hubiesen pasado. ¿Por qué los hambrientos todavía no han sido colmados de bienes? Si lo hubiesen sido, ¿como podrían estar hambrientos? Y si están hambrientos, ¿cómo pueden ser colmados de bienes? A no ser que lo entendamos en el sentido de aquellas palabras: "Los ángeles desean contemplarlo". Los ángeles siempre están viendo el rostro del Padre, y se encuentran hambrientos y colmados de bienes al mismo tiempo. Mantienen el deseo aun en la saciedad e incluso la saciedad en el deseo. Es un hartazgo que no conoce el hastío, es un hambre sin tormento; es, más bien, esa hambre que es hambre de beatitud, que los sacia sin fin. Pero en el camino no es como en la patria celestial. En el camino se tiene sed y hambre de justicia; en la patria quedarán saciados cuando se manifieste la gloria. Sin embargo, ya en este camino terrenal, los hambrientos son colmados de bienes, porque Dios les da la comida a su tiempo. Son colmados de bienes, son liberados de males. Son colmados de bienes, es decir, de los dones del Espíritu Santo. Y éste es el motivo por el que Dios nos alimenta y nos viste en este viaje nuestro, por el que colma a los hambrientos de bienes consoladores: para que nos convirtamos como Israel, o sea, para que seamos contemplativos (Dionisio el Cartujario, Torneró al mio cuore, Magnano 1987, 51).


Lecturas del día:




miércoles, 30 de julio de 2014

DADLES VOSOTROS DE COMER

Jesús está ocupado en curar a aquellas gentes enfermas y desnutridas que le traen de todas partes. Lo hace, según el evangelista, porque su sufrimiento le conmueve. Mientras tanto, sus discípulos ven que se esta haciendo muy tarde. Su diálogo con Jesús nos permite penetrar en el significado profundo del episodio llamado erróneamente “la multiplicación de los panes”.
Los discípulos hacen a Jesús un planteamiento realista y razonable: “Despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer”. Ya han recibido de Jesús la atención que necesitaban. Ahora, que cada uno se vuelva a su aldea y se compre algo de comer según sus recursos y posibilidades.
La reacción de Jesús es sorprendente: “No hace falta que se vayan. Dadles vosotros de comer”. El hambre es un problema demasiado grave para desentendernos unos de otros y dejar que cada uno lo resuelva en su propio pueblo como pueda. No es el momento de separarse, sino de unirse más que nunca para compartir entre todos lo que haya, sin excluir a nadie.
Los discípulos le hacen ver que solo hay cinco panes y dos peces. No importa. Lo poco basta cuando se comparte con generosidad. Jesús manda que se sienten todos sobre el prado para celebrar una gran comida. De pronto todo cambia. Los que estaban a punto de separarse para saciar su hambre en su propia aldea, se sientan juntos en torno a Jesús para compartir lo poco que tienen. Así quiere ver Jesús a la comunidad humana.
¿Qué sucede con los panes y los peces en manos de Jesús? No los “multiplica”. Primero bendice a Dios y le da gracias: aquellos alimentos vienen de Dios: son de todos. Luego los va partiendo y se los va dando a los discípulos. Estos, a su vez, se los van dando a la gente. Los panes y los peces han ido pasando de unos a otros. Así han podido saciar su hambre todos.
El arzobispo de Tánger ha levantado una vez más su voz para recordarnos “el sufrimiento de miles de hombres, mujeres y niños que, dejados a su suerte o perseguidos por los gobiernos, y entregados al poder usurero y esclavizante de las mafias, mendigan, sobreviven, sufren y mueren en el camino de la emigración”.
En vez de unir nuestras fuerzas para erradicar en su raíz el hambre en el mundo, solo se nos ocurre encerrarnos en nuestro “bienestar egoísta” levantando barreras cada vez más degradantes y asesinas. ¿En nombre de qué Dios los despedimos para que se hundan en su miseria? ¿Dónde están los seguidores de Jesús? ¿Cuándo se oye en nuestras eucaristías el grito de Jesús. “Dadles vosotros de comer”?


 De  Eclesalia.net


VIO A LA GENTE Y LE DIO LÁSTIMA

            Es frecuente en los evangelios encontrarse con este comentario sobre las emociones y sentimientos de Jesús. La compasión está en la raíz de su comportamiento. Porque no se trata de una mera compasión sentimental y pasiva, sino de un movimiento interior que le induce a implicarse personalmente y aplicar soluciones a los problemas. Todo menos pasar de largo. Enfermos y marginados son los que más se benefician de esta actitud comprometida de Jesús.

            No se conforma con implicarse él personalmente. También se lo exige a sus discípulos. Mientras ellos buscan ahorrarse problemas, como lo indica el “despide a esta gente”, él contesta con ese tremendo imperativo: “dadles vosotros de comer”. La continuación del relato, es decir, la multiplicación de los panes para saciar a una muchedumbre hambrienta y el sobrante de doce canastos, ha sido sometido a muchas interpretaciones. Aparecen algunos detalles en los seis relatos evangélicos del hecho, que inclinan a los especialistas hacia lecturas simbólicas del hecho. No nos interesan tanto esas posibles lecturas cuanto lo dicho al comienzo: Jesús siente compasión y pone remedio a situaciones de dolor y miseria humana. Los evangelistas lo definen como un movimiento interior de estremecimiento, de removerse las entrañas. A Jesús se le hace muy penoso el sufrimiento de sus hermanos los hombres.

            ¿Qué nos pasa a los discípulos de Jesús? Vivimos situaciones tremendas de violencia, miseria, sufrimiento y desconsuelo. ¿Podemos decir con verdad que se nos remueven las entrañas? Pienso que no. Lo que se  lleva son dos tipos de respuesta: indiferencia e indignación. La primera es la más común. Escuchamos las terribles noticias de muerte, hambre, refugiados...; vemos las escenas de destrucción (por ejemplo, en la franja de Gaza) y nos quedamos tan frescos. Seguimos comiendo como si nada o cambiamos de canal para seguir dormitando ante la televisión.

            La indignación, que es la que está más de moda, puede ser real o fingida. En todo caso sirve para buscar a los culpables y lanzarse al cuello (verbalmente, por supuesto) contra ellos. O para organizar manifestaciones que desestabilizan más y generan  muchos más problemas a la gente. Sin que, normalmente, sirvan para nada, salvo si se vuelven violentas y destruyen en lugar de construir. La coherencia personal de muchos de los indignados es altamente cuestionable.

            Por eso, menos ruido y más nueces. Menos indignación y más compasión de la buena, de la real, de la que moviliza para buscar soluciones. Ésta es incompatible con la corrupción. El profeta Isaías hace muchísimos siglos lo decía gráficamente: “¿para que gastáis dinero en lo que no alimenta y el salario en lo que no da hartura?”. Más vale  buscar primero el cambio interior, modificar nuestros corazones y de ahí saldrá la efectiva solidaridad que ponga algo de remedio a tantas desgracias que oprimen al hombre actual. Muchos voluntarios de larga duración son un buen referente. No, por supuesto, quines se limitan a realizar “turismo misionero”. Que tampoco todas las ONGs son trigo limpio.

           
                                                                                            JOSÉ MARÍA YAGÜE


viernes, 25 de julio de 2014

DOMINGO 17 DEL TIEMPO ORDINARIO

"Se puede definir al hombre como el que busca la verdad" (Juan Pablo II).

Icono del rey Salomón. Rusia.

Estamos delante de la máxima lección de antropología teológica: hijo de Dios convertido en imagen, hombre divinizado al emprender su historia, alabanza de quien es su origen y que trasciende su naturaleza. Por eso tiene una única pre-destinación: el Reino de los Cielos, es decir participar plenamente de la visión y de la naturaleza del mismo Dios, Inculcada desde el principio, toda esta realidad esta crucificada como el pecado y resucitada en la redención por Cristo, con Cristo y en Cristo. "Pre-destinar" no significa estar obligados a recorrer una vía preestablecida con una meta ya fijada, sino, sencillamente, estar ordenados u orientados a ella con el ajuar de todas las potencialidades y gracias necesarias para conseguirla. Quien rechaza el proyecto misericordioso del designio divino —y puede hacerlo— se malogra a si mismo saliéndose fuera de la meta, se descarrila. El secreto del éxito es la humildad, e igual de oculta es la dimensión divina sembrada en el hombre. Con insistencia, la Escritura recuerda la lección del temor de Dios como escuela de Sabiduría (cf Prov 15,33), por el que únicamente al hombre "le ha sido dado conocer los misterios del Reino de los Cielos"   (Cf. Mt 13,11) 


Dios mío, envuelve y traspasa mi alma con el fulgor de tu santidad y como el sol con sus rayos ilumina, purifica y fecunda la tierra, así tu ilumina, purifica y santifica mi ser.
Enséñame a contemplarme en ti, a conocerme en ti, a considerar mis miserias a la luz de tu perfección infinita, a abrir mi alma a la irrupción de tu luz purificadora y santificadora.
 (G. R., una consagrada de nuestro tiempo).


Cada uno de nosotros puede resplandecer con resplandores que deslumbren al mismo sol, levantarse sobre las nubes, contemplar el cuerpo de Dios, ascender hacia él, unírsele en supremo vuelo y mirarle por fin en el más dulce reposo. El coro de los buenos servidores circundará a su Señor cuando aparezca en el cielo. Y resplandeciendo él, les comunicara sus mismos resplandores. ¡Qué espectáculo ver una admirable muchedumbre de antorchas resplandecientes sobre las nubes, hombres que se entregan a una fiesta sin ejemplo, un pueblo de dioses alrededor de Dios, hermosos en presencia, servidores en tomo a su Señor, que no envidia a los siervos la participación de sus esplendores ni estima disminución de su gloria la asociación de muchos al trono de su realeza, como sucede en los hombres, que, aunque entreguen a los súbditos cuanto poseen, no sufren ni por ensueño que participen del cetro!
Y es que él no los considera siervos, ni los honra con honores de siervos; los estima como amigos y observa con ellos las leyes de la amistad que él mismo estableció desde el principio: la comunidad absoluta. En consecuencia, no les da esto o aquello, sino que los hace participes de la realeza y les ciñe su misma corona.
¿No es esto lo que dice el bienaventurado san Pablo cuando escribe que somos herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rom 8,17) y que reinarán con Cristo los que participaron de sus penas? (1 Tim 2,12).
¿Qué hay tan agradable que pueda rivalizar con esta visión? ¡Coro de bienaventurados, pueblo de los que se alegran!
Él bajó resplandeciente de los cielos a la tierra. Y la tierra hace levantar otros soles que suben hacia el Sol de justicia, invadiéndolo todo con su luz (N. Cabasilas, La vida en Cristo, Madrid 1999, 282-284; traducción, Luis Gutiérrez Vega y Buenaventura García Rodríguez).

Lecturas del día:
http://www.homilia.org/lecturas.htm


miércoles, 23 de julio de 2014

LA DECISIÓN MÁS IMPORTANTE

 El evangelio recoge dos breves parábolas de Jesús con un mismo mensaje. En ambos relatos, el protagonista descubre un tesoro enormemente valioso o una perla de valor incalculable. Y los dos reaccionan del mismo modo: venden con alegría y decisión lo que tienen, y se hacen con el tesoro o la perla. Según Jesús, así reaccionan los que descubren el reino de Dios.
Al parecer, Jesús teme que la gente le siga por intereses diversos, sin descubrir lo más atractivo e importante: ese proyecto apasionante del Padre, que consiste en conducir a la humanidad hacia un mundo más justo, fraterno y dichoso, encaminándolo así hacia su salvación definitiva en Dios.
¿Qué podemos decir hoy después de veinte siglos de cristianismo? ¿Por qué tantos cristianos buenos viven encerrados en su práctica religiosa con la sensación de no haber descubierto en ella ningún “tesoro”? ¿Dónde está la raíz última de esa falta de entusiasmo y alegría en no pocos ámbitos de nuestra Iglesia, incapaz de atraer hacia el núcleo del Evangelio a tantos hombres y mujeres que se van alejando de ella, sin renunciar por eso a Dios ni a Jesús?
Después del Concilio, Pablo VI hizo esta afirmación rotunda: ”Solo el reino de Dios es absoluto. Todo lo demás es relativo”. Años más tarde, Juan Pablo II lo reafirmó diciendo: “La Iglesia no es ella su propio fin, pues está orientada al reino de Dios del cual es germen, signo e instrumento”. El Papa Francisco nos viene repitiendo: “El proyecto de Jesús es instaurar el reino de Dios”.
Si ésta es la fe de la Iglesia, ¿por qué hay cristianos que ni siquiera han oído hablar de ese proyecto que Jesús llamaba “reino de Dios”? ¿Por qué no saben que la pasión que animó toda la vida de Jesús, la razón de ser y el objetivo de toda su actuación, fue anunciar y promover ese proyecto humanizador del Padre: buscar el reino de Dios y su justicia?
La Iglesia no puede renovarse desde su raíz si no descubre el “tesoro” del reino de Dios. No es lo mismo llamar a los cristianos a colaborar con Dios en su gran proyecto de hacer un mundo más humano, que vivir distraídos en prácticas y costumbres que nos hacen olvidar el verdadero núcleo del Evangelio.
El Papa Francisco nos está diciendo que “el reino de Dios nos reclama”. Este grito nos llega desde el corazón mismo del Evangelio. Lo hemos de escuchar. Seguramente, la decisión más importante que hemos de tomar hoy en la Iglesia y en nuestras comunidades cristianas es la de recuperar el proyecto del reino de Dios con alegría y entusiasmo.


De  Eclesalia.net


martes, 22 de julio de 2014

VENGA A NOSOTROS TU REINO

            Los cristianos rezamos todos los días, como plegaria central de la oración que nos enseñó Jesús,  venga a nosotros tu Reino. El Reino de Dios es no sólo el primer y principal anuncio del Señor sino también su dedicación prioritaria y podría decirse que exclusiva. Todo cuanto dice y hace tiene una orientación única: hacer presente el Reinado de un Dios Padre misericordioso que ofrece perdón, vida y salvación.

            Los términos “reino” y “reinado” tienen para nosotros unas connotaciones que nos alejan mucho de cuanto ellos significan en el Evangelio. Sin embargo hay que mantenerlos y, por tanto, hacer que despierten en nosotros los mismos sentimientos y referencias que tenían para Jesús de Nazaret. A eso nos ayudan las parábolas. Ellas nos hacen tomar distancia de inmediato respecto a lo que significan los reinos y reinados de la tierra. El Reino de Dios es lo absolutamente nuevo. Nuevo cada día.

            En los dos domingos anteriores hemos leído las cuatro primeras de las siete parábolas del Reino que componen el capítulo 13 de San Mateo. El próximo domingo se leen las siguientes.  Dos de éstas son muy parecidas y muy cortas. Pero nos dan la clave para que acojamos el Reino de Dios y trabajemos por él constituyendo el motor, el horizonte final y el gozo de nuestra vida. Sólo así tiene sentido la plegaria del Padre Nuestro.

            En las parábolas del tesoro escondido en el campo y del comerciante en perlas, encontramos tres elementos esenciales:

El verbo “encontrar”. Hermosa palabra. Fijaos lo que significa para un padre de familia, parado de larga duración, encontrar trabajo estable y bien remunerado. O encontrar al que será el compañero o compañero de tu vida. La vida toda adquiere valor y sentido desde aquello que encontramos, nos seduce, nos llena y dirige nuestra vida, dándole orientación y meta.
 El “gran valor” de lo encontrado. La perla y el tesoro son ese bien inestimable que contiene todo lo que se puede desear y esperar. Para Jesús y para el creyente ese bien es el Reino de Dios. Lo demás es añadidura.
Para conseguirlo hay que “vender todo lo que se tiene”. Esto significa que hemos de buscar seriamente y así encontrar el objetivo vital que realmente merezca la pena, que nos entusiasme y satisfaga. Todo eso solamente lo puede ofrecer el Reino del Padre bueno. Frente a utopías ilusorias o mendaces, sólo Dios y su Reino satisfacen los anhelos profundos del corazón humano y de la sociedad.
Por eso es preciso “vender todo lo    que se tiene”, es decir, poner todas las energías personales –recursos humanos, decimos hoy- en la consecución de ese objetivo. A este propósito hay que dedicar todos los bienes disponibles, sacrificando o posponiendo otros gustos o intereses.

            Quizá la mejor interpretación de todo esto es la “cristológica”. Buscar y encontrar a Jesucristo como Señor y Amigo. Quien ha encontrado a Cristo ha encontrado el Reino. Por eso Cristo predicaba el Reino y sus Apóstoles predicaron a Cristo. Pero sin perder nunca la perspectiva comunitaria y social que conlleva el Reino.


                                                                           JOSÉ MARÍA YAGÜE


viernes, 18 de julio de 2014

DOMINGO 16 DEL TIEMPO ORDINARIO

"El Señor es paciente y misericordioso"  (Sal 144, 8)



La liturgia actual nos invita a abandonar los esquemas habituales de pensamiento para asumir los pensamientos de Dios, que sobrepasan a los nuestros, como el cielo dista de la tierra (cf Is 55,8ss). Cuántas veces, viendo que el mal quedaba impune, nos hemos preguntado: donde esta la justicia de Dios. Cuantas veces, al surgimos absurdas dificultades, hemos exclamado: "¡hasta cuándo...!".
La Palabra, hoy nos muestra la paciencia de Dios y nos ayuda a comprender mejor la realidad de su Reino. Para nosotros, es fuerte quien supera cualquier dificultad, tiene éxito y esta seguro. Para Dios, la fuerza esta en el amor, hasta el punto de que el Omnipotente es, por decirlo así, el “Omni-paciente”. Espera, otra vez, de nuevo y siempre, a que cada uno de sus hijos se arrepienta: la puerta de la casa paterna siempre esta entreabierta para todos hasta el día definitivo. Y aun mas, no se limita a esperan sino que sale al encuentro, haciéndose débil con los débiles, para conducir a la humanidad hacia la redención plena, la nueva creación, la realización del Reino.
A través de la cruz de Cristo y de los gemidos del Espíritu, que habita en nosotros, el Padre acompaña, sostiene y sustenta el peregrinar del hombre a lo largo de la historia. El enemigo nos obstaculizara, pero no podrá frustrar el plan de Dios. De nosotros depende apresurar el paso. ¿Cómo? Haciendo nuestro, en las situaciones concretas, el modo de actuar divino; evitando los inexorables juicios condenatorios, apagando el ferviente deseo de erradicar el mal con la fuerza.
Aprendamos a cosechar en las realidades más humildes e insignificantes las grandes ocasiones de caridad que se nos presentan. Entonces, el tiempo de los hombres fermentara con la levadura del amor de Dios; entonces, el Reino de los Cielos crecerá desmesuradamente en nuestra historia; entonces, el gemido del Espíritu se convertirá en canto de alabanza impetuosa de toda la creación.


Señor, tu eres bueno y siembras a la luz del día en el campo de la Iglesia, en cada uno de nosotros, amor, paz y alegría. Y después, viene el enemigo durante la noche y esparce la cizaña: pensamientos, deseos, sentimientos hostiles y traiciones ocultas que envuelven en tinieblas nuestro corazón.
Danos el Espíritu de vigilancia y que no nos asalte el malvado; haznos fuertes en la tentación y humildes en la reprensión de nuestras caídas. Haz que no pretendamos de los otros una perfección que ni nosotros mismos tenemos; danos ojos que sepan ver, además de la cizaña, la buena semilla; concédenos un corazón que sepa amar como el tuyo, con humildad y paciencia, incansable,


El campo, que es el mundo, es la Iglesia extendida por el mundo. Quien es trigo, persevere hasta la siega; los que son cizaña, háganse trigo. Porque entre los hombres y las espigas de verdad o la cizaña real hay esta diferencia: cuando nos referimos ala agricultura, la espiga es espiga y la cizaña es cizaña. Pero en el campo del Señor esto es, la Iglesia, a veces, lo que era trigo se hace cizaña y lo que era cizaña se convierte en trigo, y nadie sabe lo que será mañana. Por eso los obreros, indignados con el padre de familia, querían ir a arrancar la cizaña, pero no se lo consintió; quisieron arrancar la cizaña y no se les permitió separar esa cizaña. Hicieron aquello para lo que servían y dejaron la separación a los ángeles. No querían reservar a los ángeles la separación de la cizaña; mas el padre de familia, que conocía a todos y sabía que era menester dejar para más tarde la separación, les mandó tolerarla, no separarla. Ellos preguntaron: ¿Quieres que vayamos y la recojamos? El respondió: No, no sea que, al querer arrancar la cizaña, arranquéis también el trigo. ¿Entonces, Señor, la cizaña estará también con nosotros en el granero? Al tiempo de la siega diré a los segadores: Recoged la cizaña y atad los haces para quemarla. Tolerad en el campo lo que no tendréis con vosotros en el granero.
Escuchad, carísimos granos de Cristo; escuchad, carísimas espigas de Cristo, escuchad, carísima mies de Cristo; reflexionad sobre vosotros mismos, mirad a vuestra conciencia, interrogad a vuestra fe, preguntad a vuestra caridad, despertad vuestra conciencia; y si os reconocéis mies de Cristo, traed a vuestra mente: Quien perseverare hasta el fin, ése será salvo. Pero quien, al escudriñar su conciencia, se encontrare entre la cizaña, no tema cambiarse. Todavía no hay orden de cortar, aun no llega la siega; no seas hoy lo que eras ayer o no seas mañana lo que eres hoy. ¿De qué te sirve lo que dices, sino en cuanto cambies? Dios promete indulgencia si cambias tú, pero no te promete el día de mañana. Tal como seas al salir del cuerpo, tal llegaras a la siega.

Muere alguien, no sé quién y era cizaña; ¿acaso podrá allá hacerse trigo? Es aquí en el campo donde el trigo puede hacerse cizaña y la cizaña trigo; aquí eso es posible, pero allá, es decir; después de esta vida, es tiempo de recoger lo que se hizo, no de hacer lo que no se hizo 
                                                                                                        Agustín de Hipona.

Lecturas del día:

Vídeo del día:


miércoles, 16 de julio de 2014

IMPORTANCIA DE LO PEQUEÑO

 Al cristianismo le ha hecho mucho daño a lo largo de los siglos el triunfalismo, la sed de poder y el afán de imponerse a sus adversarios. Todavía hay cristianos que añoran un Iglesia poderosa que llene los templos, conquiste las calles e imponga su religión a la sociedad entera.
Hemos de volver a leer dos pequeñas parábolas en las que Jesús deja claro que la tarea de sus seguidores no es construir una religión poderosa, sino ponerse al servicio del proyecto humanizador del Padre (el reino de Dios), sembrando pequeñas “semillas” de Evangelio e introduciéndose en la sociedad como pequeño “fermento” de vida humana.
La primera parábola habla de un grano de mostaza que se siembra en la huerta. ¿Qué tiene de especial esta semilla? Que es la más pequeña de todas, pero, cuando crece, se convierte en un arbusto mayor que las hortalizas. El proyecto del Padre tiene unos comienzos muy humildes, pero su fuerza transformadora no la podemos ahora ni imaginar.
La actividad de Jesús en Galilea sembrando gestos de bondad y de justicia no es nada grandioso y espectacular: ni en Roma ni en el Templo de Jerusalén son conscientes de lo que está sucediendo. El trabajo que realizamos hoy sus seguidores es insignificante: los centros de poder lo ignoran.
Incluso, los mismos cristianos podemos pensar que es inútil trabajar por un mundo mejor: el ser humano vuelve una y otra vez a cometer los mismos horrores de siempre. No somos capaces de captar el lento crecimiento del reino de Dios.
La segunda parábola habla de una mujer que introduce un poco de levadura en una masa grande de harina. Sin que nadie sepa cómo, la levadura va trabajando silenciosamente la masa hasta fermentarla enteramente.
Así sucede con el proyecto humanizador de Dios. Una vez que es introducido en el mundo, va transformando calladamente la historia humana. Dios no actúa imponiéndose desde fuera. Humaniza el mundo atrayendo las conciencias de sus hijos hacia una vida más digna, justa y fraterna.
Hemos de confiar en Jesús. El reino de Dios siempre es algo humilde y pequeño en sus comienzos, pero Dios está ya trabajando entre nosotros promoviendo la solidaridad, el deseo de verdad y de justicia, el anhelo de un mundo más dichoso. Hemos de colaborar con él siguiendo a Jesús.
Una Iglesia menos poderosa, más desprovista de privilegios, más pobre y más cercana a los pobres, siempre será una Iglesia más libre para sembrar semillas de Evangelio, y más humilde para vivir en medio de la gente como fermento de una vida más digna y fraterna.


De  Eclesalia.net


martes, 15 de julio de 2014

ADORACIÓN Y MISERICORDIA

            “¿Cuándo es duro el corazón?”, se preguntaba San Bernardo en una famosa y tremenda carta a su otrora amigo y compañero de Claustro, papa a la sazón con el nombre de Eugenio III. Carta que recomiendo y cualquiera que disponga de Internet encontrará fácilmente con estos datos. La traigo hoy a colación porque en estos días ha llegado esta carta a mis manos y precisamente con esta cita terminaba yo la homilía semanal correspondiente a este domingo pero escrita hace varios años. Coincidencias.  A esa pregunta contestaba el mismo San Bernardo: el corazón es duro “cuando no se rompe por la compunción, ni se ablanda con la compasión, ni se conmueve en la oración”. Si esto es así, y así parece, ¡cuántos corazones duros pueblan o poblamos la tierra! ¡y cuántos corazones endurecidos llevamos el nombre de cristianos!

            Ahora bien, al hilo de las lecturas litúrgicas del próximo domingo, se me ocurre añadir otra pregunta aún más radical. ¿Cuál es hoy la raíz última de la dureza del corazón humano? Por sorprendente que parezca, encuentro que la respuesta es: la incapacidad del hombre actual para adorar. Sí, hoy nos empeñamos en buscar explicación a todo. Es la actitud básica del racionalismo, fundamento de la modernidad. No es hoy socialmente correcto decir, como estoy afirmando, que no todo puede ser entendido y explicado. La Física querrá enseñar el origen del Universo. La Psicología pretenderá explicar los comportamientos humanos. Una cierta Filosofía tratará de convencer a los estudiantes del absurdo de la existencia de Dios...

            Todo ello conlleva que nos sintamos a disgusto con estas palabras del Libro de la Sabiduría, exordio bíblico de las lecturas dominicales: “fuera de ti no hay otro dios al cuidado de todo, ante quien tengas que justificar tu sentencia”. Tenemos, sí, todos los derechos para interrogar a Dios sobre el mal cósmico, sobre el sufrimiento humano, sobre el bien y el mal, el pasado y el futuro... Pero no podemos pretender que a ese derecho se corresponda un deber del Dios existente y real de responder a todas nuestras curiosidades.

            Creer en Dios es, en primer lugar, adorarlo. Reconocer su Soberanía universal. ¿Lleva esto a un cierto anclaje en la ignorancia, la irracionalidad y el conformismo? Rotundamente, no. Más bien, lleva a otra sabiduría que bien reconocían los filósofos antiguos y que eran sabios, aunque algunos modernos no lo acepten. La del que confiesa que “sólo sabe que no sabe nada”. ¿No es esto más cierto que la pretensión de saberlo todo? A veces, antes que a los maestros hay que preguntar a los sencillos.

            La parábola del trigo y la cizaña, que contradice de hecho el comportamiento de cualquier agricultor prudente y entendido, nos da una excelente pista: hay que aprender a distinguir entre el trigo y la cizaña. No se trata de una tolerancia bobalicona. Pero no hay que precipitarse ni en el juicio ni en el exterminio del que piensa o actúa de manera distinta a nosotros. Adorar al Otro, respetar a los otros, ser comprensivos con nosotros mismos...Y ser misericordioso con todos. He aquí la clave para no endurecer nuestros corazones y ser sabios.


                                                                                    JOSÉ MARÍA YAGÜE


jueves, 10 de julio de 2014

DOMINGO 15 DEL TIEMPO ORDINARIO

"Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica"  (Lc 11,28).




Si, como sugieren los Padres del desierto, antes de hablar nos preguntásemos con qué intención lo hacemos, en seguida enmudeceríamos: a menudo, nuestras palabras son charlatanería o, aun peor maledicencia.
La Palabra de Dios es diferente: está en todo y siempre; es comunicación de su proyecto, de sus deseos. ¿No significa comunicar poner en común? Dios "pone en común" su Realidad mediante su Palabra.
 Una comunión ofrecida es como una semilla esparcida: lleva en si misma la vida que nacerá, si bien solo es una propuesta hasta que no encuentre un terreno donde germinar: el corazón del hombre. Si éste se endurece, como un camino trillado, la Palabra no penetrará: nos encontraremos más encerrados y egoístas, pues estamos rechazando la comunión con Dios. Si nuestro corazón es superficial, la Palabra no echará raíces: estaremos más solos, pues no dejamos hueco a la presencia del Señor. Si nuestro corazón se inquieta con afanes mundanos y preocupaciones fútiles, la Palabra no crecerá: la verdadera alegría quedara asfixiada, ahogada por ilusiones y espejismos. Sin embargo, seremos dichosos si nos presentamos ante Dios con un corazón dispuesto a escuchar. Entonces, vendrá el Hijo, Palabra viviente, y crecerá en nosotros <<tomando cuerpo» en nuestra vida, en nuestras relaciones y en nuestras múltiples acciones. El grano de trigo que ha muerto produciendo fruto abundante (cf Jn 12) hará que demos el ciento por uno, hasta poder afirmar con Pablo: "Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí. Ahora, en mi vida mortal, vivo creyendo en el Hijo de Dios" (Gal 2,20).


Jesús, divino Sembrador; ven y siembra el campo que somos nosotros. Prepara el terreno, límpialo de espinos y piedras, rotura con profundos surcos la tosca tierra, sáchala, allana los terrones y, después, atravesando el campo con pasos largos, con gesto grandioso, solemne, desparrama a voleo la semilla con tus admirables manos.
Jesús, divino Sembrador y semilla de vida eterna, ven, en esta hora de gracia, siembra en nuestros corazones tu Palabra, tu mismo, y que germine, florezca y fructifique la Iglesia peregrina para los graneros del Cielo, Amén.


        ¿De qué provino, pues, decidme, que se perdiera la mayor parte de la siembra? Ciertamente que no fue culpa del sembrador sino de la tierra que recibió la semilla; es decir por culpa del alma, que no quiso atender a la Palabra. —¿Y por qué no dijo que una parte la recibieron los tibios y la dejaron perderse, otra los ricos y la ahogaron, otra los vanos y la abandonaron? — Es que no quería herirlos demasiado directamente, para no llevarlos a la desesperación, sino que deja la aplicación a la conciencia de sus mismos oyentes.
Mas no pasó esto solamente con la siembra, sino también con la pesca, pues también allí la red sacó muchos peces inútiles. Sin embargo, el Señor pone esta parábola  para animar a sus discípulos  y enseñarles que, aun cuando la mayor parte de los que reciben la Palabra divina hayan de perderse, no por eso han de desalentarse. Porque también al Señor le aconteció eso, y, no obstante saber El de antemano que así había de suceder, no por eso desistió de sembrar.

    - Mas ¿en qué cabeza cabe, me dirás, sembrar sobre espinas y sobre roca y sobre camino? -Tratándose de semillas que han de sembrarse en la tierra, eso no tendría sentido; mas, tratándose de las almas y de la siembra de la doctrina, la cosa es digna de mucha alabanza. El sembrador que hiciera como el de la parábola  merecería ser justamente reprendido, pues no es posible que la roca se convierta en tierra, ni que el camino deje de ser camino, y las espigas, espigas. No así en el orden Espiritual. Aquí si que es posible que la roca se transforme y se convierta en tierra grasa, y que el camino deje de ser pisado y se convierta también en tierra feraz, y que las espinas desaparezcan y dejen crecer exuberantes las semillas. De no haber sido así, el Señor no hubiera sembrado. Y si no en todos se dio la transformación, no fue ciertamente por culpa del sembrador sino de aquellos que no quisieron transformarse. El hizo cuanto estaba de su parte; si ellos no cumplieron su deber, no fue ciertamente culpa de quien tanto amor les mostrara.
 (Juan Crisóstomo, <<Homilías sobre el evangelio de san Mateo>>, 44,3, en Obras de san Juan Crisóstomo, I, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1955, 847-848).

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miércoles, 9 de julio de 2014

SEMBRAR

Al terminar el relato de la parábola del sembrador, Jesús hace esta llamada: “El que tenga oídos para oír, que oiga”. Se nos pide que prestemos mucha atención a la parábola. Pero, ¿en qué hemos de reflexionar? ¿En el sembrador? ¿En la semilla? ¿En los diferentes terrenos?
Tradicionalmente, los cristianos nos hemos fijado casi exclusivamente en los terrenos en que cae la semilla, para revisar cuál es nuestra actitud al escuchar el Evangelio. Sin embargo es importante prestar atención al sembrador y a su modo de sembrar.
Es lo primero que dice el relato: “Salió el sembrador a sembrar”. Lo hace con una confianza sorprendente. Siembra de manera abundante. La semilla cae y cae por todas partes, incluso donde parece difícil que la semilla pueda germinar. Así lo hacían los campesinos de Galilea, que sembraban incluso al borde de los caminos y en terrenos pedregosos.
A la gente no le es difícil identificar al sembrador. Así siembra Jesús su mensaje. Lo ven salir todas las mañanas a anunciar la Buena Noticia de Dios. Siembra su Palabra entre la gente sencilla que lo acoge, y también entre los escribas y fariseos que lo rechazan. Nunca se desalienta. Su siembra no será estéril.
Desbordados por una fuerte crisis religiosa, podemos pensar que el Evangelio ha perdido su fuerza original y que el mensaje de Jesús ya no tiene garra para atraer la atención del hombre o la mujer de hoy. Ciertamente, no es el momento de “cosechar” éxitos llamativos, sino de aprender a sembrar sin desalentarnos, con más humildad y verdad.
No es el Evangelio el que ha perdido fuerza humanizadora, somos nosotros los que lo estamos anunciando con una fe débil y vacilante. No es Jesús el que ha perdido poder de atracción. Somos nosotros los que lo desvirtuamos con nuestras incoherencias y contradicciones.
El Papa Francisco dice que, cuando un cristiano no vive una adhesión fuerte a Jesús, “pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie”.
Evangelizar no es propagar una doctrina, sino hacer presente en medio de la sociedad y en el corazón de las personas la fuerza humanizadora y salvadora de Jesús. Y esto no se puede hacer de cualquier manera. Lo más decisivo no es el número de predicadores, catequistas y enseñantes de religión, sino la calidad evangélica que podamos irradiar los cristianos. ¿Qué contagiamos? ¿Indiferencia o fe convencida? ¿Mediocridad o pasión por una vida más humana?


De  Eclesalia.net


martes, 8 de julio de 2014

SALIÓ EL SEMBRADOR A SEMBRAR


            De las Parábolas de San Mateo, la más conocida y comentada seguramente es la del sembrador que leemos el próximo domingo. El caso es que no necesita muchos comentarios porque cualquier oyente de Jesús la entendía a la primera y fácilmente. Sobre todo la entendieron sus discípulos a quienes se la explicó después en privado.

            La semilla es la Palabra de Dios. En hebreo, Dabar.  No es un término cualquiera. Es la palabra creadora. Dijo Dios, y se hizo. El mundo es una creación continuada. Permanece, subsiste porque está asentado sobre la firme y amorosa voluntad creadora de Dios. Éste es el primer artículo de la fe cristiana: Creo en Dios Padre, creador del cielo y de la tierra. En él “vivimos, nos movemos y existimos”.

            Sobre la Palabra Creadora adviene al ser humano la Palabra reveladora. Cristo es esa Palabra, el Verbo que estaba junto al Padre desde la eternidad y que se hace uno de nosotros para que podamos llegar a conocer a Dios y su voluntad salvadora. Ocurre, sin embargo, que frecuentemente el hombre se hace sordo a esa Palabra de Dios. Sordera que se produce en distintos planos y con diversos niveles. La explicación de la parábola nos habla de tres tipos de sordera hacia la Palabra de Dios:

-  El de los sordos-sordos. Los que no oyen nada ni quieren oír. Son la tierra endurecida, como la de un camino. La modernidad ha hecho mucho más impenetrables esos caminos para la Palabra. El asfalto permite correr más, obtener metas efímeras y muy fugaces, que pasan muy velozmente, pero también conlleva el vivir más ajenos a la trascendencia del ser humano y a su última vocación, inalcanzable incluso para los cohetes espaciales.

-  Otro tipo es el de los que Jesús mismo tacha de inconstantes. Escuchan un día, formulan buenos deseos y hasta propósitos. Pero carecen de profundidad. Van de acá para allá a merced de los vientos que soplan. Ellos deberían rezar con un precioso himno de la Liturgia de las horas: “Dame, Señor, la firme voluntad/ compañera y sostén de la virtud/ la que en el golfo sabe hallar quietud/ y en medio de las sombras claridad”.

-  El tercer tipo de sordera es el de los que escuchan demasiadas solicitaciones. Finalmente se quedan con los seductores cantos de sirenas en la travesía del Océano. No hay otro remedio. Quien lo quiere todo, es muy fácil que al final se quede sin nada. Aquí el remedio es el propuesto por el radical Juan de la Cruz: “si quieres venir a tenerlo todo, no quieras tener nada en nada”.

            En la otra ladera, el “oyente de la Palabra”, la buena tierra de la parábola, el que produce fruto abundante es el que, con sus limitaciones, fija como prioridad de su vida “escuchar la Palabra de Dios y cumplirla”. A ellos Jesús los llama dichosos.

                                                                     JOSÉ MARÍA YAGÜE CUADRADO


  


jueves, 3 de julio de 2014

DOMINGO 14 DEL TIEMPO ORDINARIO

"Aprended de mi que soy sencillo y humilde de corazón"  (Mt 11,29).



La liturgia de la Palabra de hoy, como un sorbo de agua de manantial, reconforta nuestra sed de caminantes. Todo lo sencillo e intacto conserva el poder de encandilamos y renovarnos internamente si por un instante nos detenemos y disfrutamos de ello. Con la sencillez de los pequeños, Jesús desenmascara los propósitos que nos formamos, quizá de buena fe, pero que no se corresponden con los planes de Dios. Con frecuencia, nos empeñamos en trabajar por el Reino de los Cielos con materiales y utensilios equivocados: nos hacemos una idea del "éxito" que solo encaja en un horizonte estrecho, abajo el dominio de la carne. La Palabra nos llama a la humildad de Dios y de Cristo, nos conduce a la rectitud que triunfará el día del Señor nos invita a edificar la paz en nuestro alrededor apaciguando el corazón.
Admitamos que aun no nos hemos aprendido esta lección; verdaderamente, no conocemos ni al Padre ni al Hijo. Ser conscientes de ello es el primer fruto de escuchar la Palabra. Seamos sus discípulos: "Venid a mi", nos dice la Sabiduría. Despojaos de los sofisticados andamios de vuestra pretendida inteligencia y eficiencia, que terminan aprisionándoos. Descended a las extremas profundidades de mi muerte, y mi Espíritu os resucitaré internamente para una vida nueva y libre. Si la libertad y la paz son valores todavía estimados, su nombre secreto no esta de moda: humildad y sencillez de corazón. Miremos al Dios hecho hombre: contemplémosle y quedaremos radiantes.


Te ruego, Señor que derribes los andamios de mi ciencia humana; líbrame de la lógica enmarañada de mis razonamientos, de mi orgullosa autosuficiencia, y concédeme la sencillez del niño, que descubra cada mañana la novedad de todo cuanto sucede, cuando siempre parece igual. Hazme pequeño y libre, Señor, que me encuentre entre los dichosos que tienen ojos para ver y oídos para oír las grandes cosas que has revelado. Y entonces comprenderé que el nuevo orden del mundo, el orden de la justicia y de la paz, lo has depositado en mis manos. Amen.


Venid a mi todos los que estáis fatigados y agobiados y yo os aliviaré» (Mt 11,28). No éste o aquél, sino todos los que tenéis preocupaciones, sentís tristeza o estáis en pecado. Venid no porque yo os quiera pedir cuentas, sino para perdonaros vuestros pecados. Venid no porque yo necesite vuestra gloria, sino porque anhelo vuestra salvación. Porque yo -dice- os aliviaré. No dijo solamente: "os salvaré", sino lo que es mucho más: "os pondré en seguridad absoluta".
No os espantéis -parece decimos el Señor- al oír hablar de yugo, pues es suave; no tengáis miedo de que os hable de carga, pues es ligera. -Pues ¿cómo nos hablo anteriormente de la puerta estrecha y del camino angosto? -Eso es cuando somos tibios, cuando andamos espiritualmente decaídos, porque, si cumplimos sus palabras, su carga es realmente ligera. -¿Y como se cumplen sus palabras?- Siendo humildes, mansos y modestos. Esta virtud de la humildad es, en efecto, madre de toda filosofía. Por eso, cuando el Señor promulgó aquellas sus divinas leyes al comienzo de su misión, por la humildad empezó (cf 7,14). Y lo mismo hace aquí, ahora, al par que señala para ella el más alto premio. Porque no solo -dice- serás útil a los otros, sino que tu mismo, antes que nadie, encontraras descanso para tu alma. Encontraréis -dice el Señor- descanso para vuestras almas. Ya antes de la vida venidera te da el Señor el galardón, ya aquí te ofrece la corona del combate y de este modo, al par que poniéndote El mismo por dechado, te hace más fácil de aceptar su doctrina.
Porque ¿qué es lo que tu temes? -parece decirte el Señor? ¿Quedar rebajado por la humildad? Mírame a mi, considera los ejemplos que yo os he dado y entonces verás con evidencia la grandeza de esta virtud (Juan Crisóstomo, Homilías sobre el evangelio de san Mateo», 38,2-3, en Obras de san Juan Crisóstomo, I, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1955, 759-760).

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miércoles, 2 de julio de 2014

TRES LLAMADAS DE JESÚS

El evangelio de Mateo ha recogido tres llamadas de Jesús que hemos de escuchar con atención sus seguidores, pues pueden transformar el clima de desaliento, cansancio y aburrimiento que a veces se respira en algunos sectores de nuestras comunidades.
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados. Yo os aliviaré”. Es la primera llamada. Está dirigida a todos los que viven su religión como una carga pesada. No son pocos los cristianos que viven agobiados por su conciencia. No son grandes pecadores. Sencillamente, han sido educados para tener siempre presente su pecado y no conocen la alegría del perdón contínuo de Dios. Si se encuentran con Jesús, se sentirán aliviados.
Hay también cristianos cansados de vivir su religión como una tradición gastada. Si se encuentran con Jesús, aprenderán a vivir a gusto con Dios. Descubrirán una alegría interior que hoy no conocen. Seguirán a Jesús, no por obligación sino por atracción.
“Cargad con mi yugo porque es llevadero y mi carga ligera”. Es la segunda llamada. Jesús no agobia a nadie. Al contrario, libera lo mejor que hay en nosotros pues nos propone vivir haciendo la vida más humana, digna y sana. No es fácil encontrar un modo más apasionante de vivir.
Jesús libera de miedos y presiones, no los introduce; hace crecer nuestra libertad, no nuestras servidumbres; despierta en nosotros la confianza, nunca la tristeza; nos atrae hacia el amor, no hacia las leyes y preceptos. Nos invita a vivir haciendo el bien.
“Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis descanso”.
Es la tercera llamada. Hemos de aprender de Jesús a vivir como él. Jesús no complica nuestra vida. La hace más clara y más sencilla, más humilde y más sana. Ofrece descanso. No propone nunca a sus seguidores algo que él no haya vivido. Nos invita a seguirlo por el mismo camino que él ha recorrido. Por eso puede entender nuestras dificultades y nuestros esfuerzos, puede perdonar nuestras torpezas y errores, animándonos siempre a levantarnos.
Hemos de centrar nuestros esfuerzos en promover un contacto más vital con Jesús en tantos hombres y mujeres necesitados de aliento, descanso y paz. Me entristece ver que es precisamente su modo de entender y de vivir la religión lo que conduce a no pocos, casi inevitablemente, a no conocer la experiencia de confiar en Jesús. Pienso en tantas personas que, dentro y fuera de la Iglesia, viven “perdidos”, sin saber qué puerta tocar. Sé que Jesús sería para ellos la gran noticia.

De  Eclesalia.net