El esfuerzo realizado por los teólogos a lo
largo de los siglos para exponer con conceptos humanos el misterio de la
Trinidad apenas ayuda hoy a los cristianos a reavivar su confianza en Dios
Padre, a reafirmar su adhesión a Jesús, el Hijo encarnado de Dios, y a acoger
con fe viva la presencia del Espíritu de Dios en nosotros.
Por eso puede ser bueno hacer un esfuerzo por
acercarnos al misterio de Dios con palabras sencillas y corazón humilde
siguiendo de cerca el mensaje, los gestos y la vida entera de Jesús: misterio
del Hijo de Dios encarnado.
El misterio del Padre es amor entrañable y
perdón continuo. Nadie está excluido de su amor, a nadie le niega su perdón. El
Padre nos ama y nos busca a cada uno de sus hijos e hijas por caminos que sólo
él conoce. Mira a todo ser humano con ternura infinita y profunda compasión.
Por eso, Jesús lo invoca siempre con una palabra: “Padre”.
Nuestra primera actitud ante ese Padre ha de
ser la confianza. El misterio último de la realidad, que los creyentes llamamos
“Dios”, no nos ha de causar nunca miedo o angustia: Dios solo puede amarnos. Él
entiende nuestra fe pequeña y vacilante. No hemos de sentirnos tristes por
nuestra vida, casi siempre tan mediocre, ni desalentarnos al descubrir que
hemos vivido durante años alejados de ese Padre. Podemos abandonarnos a él con
sencillez. Nuestra poca fe basta.
También Jesús nos invita a la confianza. Estas
son sus palabras: “No viváis con el corazón turbado. Creéis en Dios. Creed
también en mí”. Jesús es el vivo retrato del Padre. En sus palabras estamos
escuchando lo que nos dice el Padre. En sus gestos y su modo de actuar,
entregado totalmente a hacer la vida más humana, se nos descubre cómo nos
quiere Dios.
Por eso, en Jesús podemos encontrarnos en
cualquier situación con un Dios concreto, amigo y cercano. Él pone paz en
nuestra vida. Nos hace pasar del miedo a la confianza, del recelo a la fe
sencilla en el misterio último de la vida que es solo Amor.
Acoger el Espíritu que alienta al Padre y a su
Hijo Jesús, es acoger dentro de nosotros la presencia invisible, callada, pero
real del misterio de Dios. Cuando nos hacemos conscientes de esta presencia
continua, comienza a despertarse en nosotros una confianza nueva en Dios.
Nuestra vida es frágil, llena de
contradicciones e incertidumbre: creyentes y no creyentes, vivimos rodeados de
misterio. Pero la presencia, también misteriosa del Espíritu en nosotros,
aunque débil, es suficiente para sostener nuestra confianza en el Misterio
último de la vida que es solo Amor.
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