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martes, 24 de junio de 2014

SAN JUAN BAUTISTA


San Juan Bautista. Rublev. S. XV

Andrei Rublev revolucionó la pintura religiosa de su tiempo. A diferencia de la mayor parte de los artistas rusos, pintores de íconos suntuosos y llenos de alegorías secundarias, Rublev se concentró en representar únicamente aquellos aspectos esenciales que se relacionaban con los personajes representados. La frontalidad y el hieratismo característico de los íconos son transformados en suaves escorzos de líneas fluidas y suaves, utilizando una gama de colores más pura y luminosa, con mucho contraste de luz y sombra. Rublev fue el artista más imitado desde su época, a tal grado que es sumamente difícil saber qué obras atribuirle a él mismo con seguridad.
Sin embargo, la característica más sobresaliente de sus íconos y frescos es la profunda espiritualidad que emana de sus figuras sacras. A consecuencia de las rígidas normas que se imponían a los artistas y sus representaciones, los íconos bizantinos suelen ser hieráticos y distantes; los personajes están revestidos de una dignidad majestuosa, tal como correspondía a su categoría sobrenatural. En muchos casos la representación se convierte en un mero seguimiento de las fórmulas establecidas, convirtiéndose en estereotipado. Rublev rompe con estos esquemas establecidos sin contravenir las normas impuestas, lo cual es ya de por sí un logro extraordinario. Sus figuras se humanizan, se acercan más a la naturaleza mística del que las contempla, bajando de su trono celestial para hablarnos y establecer una íntima comunicación espiritual.

Este ícono, que representa la figura del bautista, constituye una de sus obras más notables. Es cierto que su ícono más famoso (y el único que se le atribuye con seguridad) es el de la Trinidad del Antiguo Testamento, con sus delicadas figuras angelicales y su novedosa tridimensionalidad, pero este San Juan Bautista es más cercano a la imagen del eremita del desierto que predica y bautiza en nombre de aquel que vendrá y del cual “… yo no soy digno de desatar la correa de su calzado” como dice la escritura.   
Este San Juan Bautista no es una deidad o la idea que se tiene en este sentido. Un santo es ante todo un hombre que ha vivido una vida ejemplar y ha sido, por gracia divina, capaz de hacer milagros. Nuestro San Juan tiene la mirada patética, y sus largos cabellos y barba descuidada nos hablan acerca del desprendimiento y del abandono de la vida terrena. Sus manos abiertas imploran por la venida de aquel que será el alimento de las almas, que al fin es lo que realmente importa porque es lo realmente trascendente, lo esencial para el verdadero creyente. Rublev era un místico convertido en pintor quien, a semejanza del Bautista, vivió y predicó la profunda y más auténtica espiritualidad.

                                                                       Julián González Gómez



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