San Juan Bautista. Rublev. S. XV |
Andrei Rublev revolucionó la pintura religiosa de su tiempo.
A diferencia de la mayor parte de los artistas rusos, pintores de íconos
suntuosos y llenos de alegorías secundarias, Rublev se concentró en representar
únicamente aquellos aspectos esenciales que se relacionaban con los personajes
representados. La frontalidad y el hieratismo característico de los íconos son
transformados en suaves escorzos de líneas fluidas y suaves, utilizando una
gama de colores más pura y luminosa, con mucho contraste de luz y sombra. Rublev
fue el artista más imitado desde su época, a tal grado que es sumamente difícil
saber qué obras atribuirle a él mismo con seguridad.
Sin embargo, la característica más sobresaliente de sus
íconos y frescos es la profunda espiritualidad que emana de sus figuras sacras.
A consecuencia de las rígidas normas que se imponían a los artistas y sus
representaciones, los íconos bizantinos suelen ser hieráticos y distantes; los
personajes están revestidos de una dignidad majestuosa, tal como correspondía a
su categoría sobrenatural. En muchos casos la representación se convierte en un
mero seguimiento de las fórmulas establecidas, convirtiéndose en estereotipado.
Rublev rompe con estos esquemas establecidos sin contravenir las normas
impuestas, lo cual es ya de por sí un logro extraordinario. Sus figuras se
humanizan, se acercan más a la naturaleza mística del que las contempla,
bajando de su trono celestial para hablarnos y establecer una íntima
comunicación espiritual.
Este ícono, que representa la figura del bautista, constituye
una de sus obras más notables. Es cierto que su ícono más famoso (y el único
que se le atribuye con seguridad) es el de la Trinidad del Antiguo Testamento,
con sus delicadas figuras angelicales y su novedosa tridimensionalidad, pero
este San Juan Bautista es más cercano a la imagen del eremita del desierto que
predica y bautiza en nombre de aquel que vendrá y del cual “… yo no soy digno
de desatar la correa de su calzado” como dice la escritura.
Este San Juan Bautista no es una deidad o la idea que se
tiene en este sentido. Un santo es ante todo un hombre que ha vivido una vida
ejemplar y ha sido, por gracia divina, capaz de hacer milagros. Nuestro San
Juan tiene la mirada patética, y sus largos cabellos y barba descuidada nos
hablan acerca del desprendimiento y del abandono de la vida terrena. Sus manos
abiertas imploran por la venida de aquel que será el alimento de las almas, que
al fin es lo que realmente importa porque es lo realmente trascendente, lo
esencial para el verdadero creyente. Rublev era un místico convertido en pintor
quien, a semejanza del Bautista, vivió y predicó la profunda y más auténtica
espiritualidad.
Julián González Gómez
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