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martes, 3 de junio de 2014

PENTECOSTÉS: ACOMPAÑADOS PARA ACOMPAÑAR

            Materia y Espíritu son antónimos. No es pues extraño que una sociedad materialista esté des-espiritualizada. ¿Dejamos lugar al Espíritu Santo de Dios, si estamos dominados por la posesión de los bienes materiales? Cuando los sentidos no se recogen para dar espacio a la interioridad humana, difícil es que nos topemos con el Espíritu de Dios. Hace años que Juan Martín Velasco analizaba esta situación y manifestaba que la principal dificultad de hoy para la fe es la superficialidad, es decir, la dispersión del hombre cuando lo exterior acapara todo su interés.

            “Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro”, reza la Secuencia de la Misa de Pentecostés. Vacío interior que trata de colmarse con el abigarramiento de sensaciones, experiencias orgiásticas, viajes caros, novedades sin cuento. Todo lo que impide al ser humano encontrarse consigo mismo y con el sentido de su vida. Y cuando llega la soledad, el amargo sabor del vacío hace imposible vivir. Sobreviene entonces la necesidad de volver a lo mismo, a atiborrarse de sensaciones, movimiento, actividad sin metas, velocidad sin metas, huida de sí.

            El ser humano está lleno de posibilidades. Éstas son infinitas o, al menos, abiertas al Infinito. Pero se impone una condición: crecer desde dentro, abrirse a la fuerza del Espíritu que actúa en y desde el hondón del alma. Los sentidos nos enriquecen, disfrutamos de olores y sabores, las melodías hermosas y los trinos de los pájaros en la mañana producen gozo indecible, la vista se sacia ante tanta belleza de la naturaleza o creada por la mano del artista. Pero si todo ello no deja un suave poso en el alma, si no serena el espíritu, transformándose en “música callada” o “brisa en las horas de fuego”, si esto no ocurre entonces la persona no crece, se despersonaliza vaciándose de sí misma y perdiéndose en la multiplicidad de lo inmediato y exterior.

            La fe, el amor, la comunión interpersonal, la salida de sí para una misión fecunda en el mundo, la mano delicada que conforta y consuela, la esperanza en medio de un mundo  abatido y desesperanzado... cualquier energía positiva que ofrezca y genere el gusto de vivir, todo eso viene de la mano de una vida espiritual. Cuando se cultiva el propio espíritu con reflexión, con soledad henchida de compañía, a la vez que se deja actuar en nosotros al Espíritu del Padre y del Hijo, entonces es cuando el ser humano se abre al infinito y da cauce a aquellas posibilidades infinitas. Cuando, por el contrario, nos encerramos en nosotros mismos, en el placer inmediato, en la pura satisfacción de los sentidos, en el orgullo o en el poder para sentirnos más o mejores que los demás... entonces advienen el fracaso, el vacío, la angustia y los miedos al futuro, a los otros, a los fantasmas de la imaginación...

            Dejémonos acompañar para acompañar. Sólo así hacemos mejor nuestro mundo y nos hacemos mejores a nosotros mismos. Y más felices.

PD. En estos días hay muchas celebraciones de Primera Comunión. En Valdelosa ninguna. Pero pienso en Alfonso, mi fiel acólito de cada domingo que recibirá al Señor el sábado en su Parroquia de Salamanca. Y en mi amiguita Carla, nieta Rosario, fiel lectora en las Eucaristías de Valdelosa; ella comulgará en Guijuelo donde trabajan sus padres. Enhorabuena, que ellos y todos se dejen acompañar por Jesús toda su vida.

                                                                                           JOSÉ MARÍA YAGÜE



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