Materia y
Espíritu son antónimos. No es pues extraño que una sociedad materialista esté
des-espiritualizada. ¿Dejamos lugar al Espíritu Santo de Dios, si estamos
dominados por la posesión de los bienes materiales? Cuando los sentidos no se
recogen para dar espacio a la interioridad humana, difícil es que nos topemos
con el Espíritu de Dios. Hace años que Juan Martín Velasco analizaba esta
situación y manifestaba que la principal dificultad de hoy para la fe es la superficialidad,
es decir, la dispersión del hombre cuando lo exterior acapara todo su interés.
“Mira el
vacío del hombre, si tú le faltas por dentro”, reza la Secuencia de la Misa de Pentecostés. Vacío
interior que trata de colmarse con el abigarramiento de sensaciones,
experiencias orgiásticas, viajes caros, novedades sin cuento. Todo lo que
impide al ser humano encontrarse consigo mismo y con el sentido de su vida. Y
cuando llega la soledad, el amargo sabor del vacío hace imposible vivir.
Sobreviene entonces la necesidad de volver a lo mismo, a atiborrarse de
sensaciones, movimiento, actividad sin metas, velocidad sin metas, huida de sí.
El ser
humano está lleno de posibilidades. Éstas son infinitas o, al menos, abiertas
al Infinito. Pero se impone una condición: crecer desde dentro, abrirse a la
fuerza del Espíritu que actúa en y desde el hondón del alma. Los sentidos nos
enriquecen, disfrutamos de olores y sabores, las melodías hermosas y los trinos
de los pájaros en la mañana producen gozo indecible, la vista se sacia ante
tanta belleza de la naturaleza o creada por la mano del artista. Pero si todo
ello no deja un suave poso en el alma, si no serena el espíritu,
transformándose en “música callada” o “brisa en las horas de fuego”, si esto no
ocurre entonces la persona no crece, se despersonaliza vaciándose de sí misma y
perdiéndose en la multiplicidad de lo inmediato y exterior.
La fe, el
amor, la comunión interpersonal, la salida de sí para una misión fecunda en el
mundo, la mano delicada que conforta y consuela, la esperanza en medio de un
mundo abatido y desesperanzado... cualquier
energía positiva que ofrezca y genere el gusto de vivir, todo eso viene de la
mano de una vida espiritual. Cuando se cultiva el propio espíritu con
reflexión, con soledad henchida de compañía, a la vez que se deja actuar en
nosotros al Espíritu del Padre y del Hijo, entonces es cuando el ser humano se
abre al infinito y da cauce a aquellas posibilidades infinitas. Cuando, por el
contrario, nos encerramos en nosotros mismos, en el placer inmediato, en la
pura satisfacción de los sentidos, en el orgullo o en el poder para sentirnos
más o mejores que los demás... entonces advienen el fracaso, el vacío, la
angustia y los miedos al futuro, a los otros, a los fantasmas de la imaginación...
Dejémonos
acompañar para acompañar. Sólo así hacemos mejor nuestro mundo y nos hacemos
mejores a nosotros mismos. Y más felices.
PD. En estos días hay muchas celebraciones de Primera
Comunión. En Valdelosa ninguna. Pero pienso en Alfonso, mi fiel acólito de cada
domingo que recibirá al Señor el sábado en su Parroquia de Salamanca. Y en mi
amiguita Carla, nieta Rosario, fiel lectora en las Eucaristías de Valdelosa;
ella comulgará en Guijuelo donde trabajan sus padres. Enhorabuena, que ellos y
todos se dejen acompañar por Jesús toda su vida.
JOSÉ MARÍA YAGÜE
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