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sábado, 7 de junio de 2014

EL ICONO DE PENTECOSTES


Pentecostés. Escuela de Moscú. Siglo XVI


La iconografía para la fiesta de Pentecostés es constante, aunque se registran variantes más o menos significativas sobre las que han discutido largamente teólogos e historiadores del arte. La variante más importante es con mucho la presencia de la Madre de Dios en el centro de la reunión de los Apóstoles.
Hallamos a la Madre de Dios en la iconografía de los primeros siglos, como por ejemplo en el Evangeliario sirio de Rábula del 587, y fue de nuevo propuesta sólo a finales del siglo XVI. Su presencia ha sido explicada de diversos modos: en el sentido de una transportación adherente a la narración de los Hechos de los Apóstoles, o en sentido deductivo, es decir, teniendo presente que el evento se desarrolló en Sión, lugar donde la Virgen vivía; luego, por tanto, es de suponer que participaba dentro del grupo de los Apóstoles.
Por lo que respecta, en cambio, a las razones de su ausencia en la iconografía bizantina y en la occidental, durante tanto tiempo, se han formulado distintas interpretaciones: por el hecho de que, concebid sin pecado y habiendo concebido por el Espíritu Santo, ella había sido transformada por el Espíritu, o también porque los textos litúrgicos no ofrecen indicaciones relacionadas de forma clara y puntual con la presencia de la Madre de Dios y su papel concreto en el momento del descenso del Espíritu Santo; o aun como consecuencia de la transformación del significado del icono de Pentecostés de histórico a simbólico, por lo que la "reintroducción" de la Virgen en Occidente y sucesivamente en algunos filones iconográficos bizantinos refleja el influjo que tuvo sobre el arte el ascenso del culto mariano.

La tribuna y las lenguas de fuego
En la parte superior del icono están pintada lateralmente dos casas, similares a torres. De este modo se quiere dar a entender que la escena se desarrolla en el "piso alto" de Sión, el de la última Cena, convertido, después de la Resurrección, en el lugar de reunión de los Apóstoles y discípulos para la oración. Los edificios, simétricos, presentan aberturas solo en la parte alta, siguiendo las direcciones de las lenguas de fuego que emanan de la esfera celeste: de ésta parten los doce rayos.
"Apareciéndose en lenguas de fuego el Espíritu fija el recuerdo de aquellas palabras de salvación para el hombre que Cristo recibió del Padre y transmitió a los Apóstoles", se canta en el Canon de los Maitines de Pentecostés.
Los Apóstoles comenzaron a anunciar la Palabra a partir de ese momento en el que habían recibido al Espíritu, y su estar juntos daba vida a una junta, una unión espiritual, un sínodo; de forma análoga los iconos que representan los Concilios Ecuménicos reproducen el mismo esquema iconográfico.

El Viejo Rey
En el centro del hemiciclo, inmerso en la oscuridad, a menudo aparece un hombre anciano, con regios ropajes, que sostiene entre las monos un lienzo blanco. En algunas representaciones, sobre él aparecen doce rollos que simbolizan la predicación apostólica. El significado de esta figura no es unívoco. Parece haber tomado forma a partir del siglo X, mientras que anteriormente en su lugar figuraba una muchedumbre de gentes, de pueblos de distintas lenguas y nacionalidades como se dice en los Hechos de los Apóstoles.
Cuando se indica su nombre, se le llama: Ho Kósmos (el Mundo). El Viejo Rey pretendía ser una imagen simbólica que evocara el conjunto de pueblos y naciones que tenían en el Basileus (emperador) bizantino su punto de referencia.Este significado, fruto de una evolución conceptual de carácter histórico-político, puede ser más directo e inmediato si se encuadra la figura en a estructura que la rodea, en la así llamada Bema Sirio.
En la tradición arquitectónica de las iglesias sirias y caldeas, encontramos, en efecto, un elemento del que hoy solo queda algún resto: el ambón o bema en el centro de la Iglesia. Se trata de una tribuna con forma de herradura colocada en el centro de la iglesia frente al ábside y el santuario en el que se halla el altar. Sobre éste se desarrollaba la liturgia de la Palabra, el anuncio a Jerusalén y al mundo, y tomaban asiento los celebrantes. El rey entonces, en el centro del hemiciclo es el mundo, puesto que él detenta el mandato celeste sobre la tierra.
El anciano está representado de forma en que se suele pintar al rey David, puesto que está representado a los "muchos profetas y justos que han deseado ver lo que vosotros veis, y no lo vieron, y escuchar lo que vosotros escucháis, y no lo escucharon", aprisionados por la naturaleza humana que el Espíritu ha bajado a edificar.
En algunos casos, el rey es identificado con el profeta Joel. El motivo es de naturaleza litúrgica. En efecto, en la gran víspera de Pentecostés, la segunda lectura veterotestamentaria está extraída precisamente de Joel, que dice. "Yo infundiré mi espíritu sobre vuestra persona, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, vuestros ancianos tendrán sueños, y vuestros mozos verán visiones". Profecía ésta que fue expresamente mencionada por Pedro para justificar el comportamiento de los Apóstoles frente a los "hombres de Judea" y a todos aquellos que se encontraban en Jerusalén después del descenso del Espíritu.

Los Doce
Los Doce se hallan por lo general dispuestos en las dos alas del hemiciclo y entre los dos grupos queda un sitio vacio. El trono vacío simboliza el trono preparado para la Segunda Venida. En este caso la representación asume el significado del Juicio Universal en el que los Doce se sientan "en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel". Cuando aparece la paloma, símbolo del Espíritu Santo, es la señal tangible de la realización de la economía de la salvación con su manifestación trinitaria.

El misterio de Pentecostés, en efecto, no es la encarnación del Espíritu, sino la efusión de los dones, que comunican la gracia increada a la persona humana, a cada miembro del Cuerpo de Cristo. La unidad que se realiza en la comunión eucaristíca es "por excelencia un don del Espíritu".




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