El papa
Francisco acaba de hablar de la “cultura del descarte”.Se descarta a los niños,
a los ancianos. Ahora a los jóvenes a quienes se les hace difícil encontrar su
lugar en la vida condenados a no tener trabajo. Ya no son descartables sólo los
envases. Cuando el descarte ha llegado a las personas hemos venido a parar a un
mundo al revés. Se priorizan las cuentas de los ricos sobre la comida de los
pobres. Esto suena a demagogia, pero no deja de ser la pura realidad.
“El papa Francisco ha advertido de que no se puede
tolerar «que los mercados financieros gobiernen la suerte de los pueblos en
vez de servir a los necesitados», durante una audiencia a los participantes de la Convención «Invertir en
la pobreza», promovida por el Pontificio Consejo de la Justicia y la Paz ”. (ABC, 16 de junio,
2014).
Viene todo
esto a cuento de la fiesta que celebraremos el próximo domingo: el Corpus
Christi. Fiesta que no sólo es para venerar el Cuerpo Eucarístico de Cristo,
sino que ha de llevarnos a recordar el otro Cuerpo, al que nos remite Cristo
mismo cuando dice “lo que hacéis con uno de estos (hambrientos, sedientos,
desnudos, encarcelados, enfermos) lo hacéis conmigo”.
El pasado domingo,
invitados por un obispo, estábamos sentados a su mesa seis comensales. Uno de
ellos, católico de misa diaria y excelente profesional, expresaba su disgusto
porque el Papa calzase zapatos normales y viejos. “No es digno del Vicario de
Cristo”, decía. A lo que respondí, “vicarios de Cristo son los pobres” y calzan
peor. Dos de los cinco comensales manifestaron su apoyo al defensor de la
“dignidad” del Vicario de Cristo; el Obispo y el más joven guardaron silencio y
yo me quedé solo en mostrar mi agrado por estos comportamientos pontificios.
Podemos
celebrar muy devotamente la fiesta del Corpus y, sin embargo, todo seguirá
igual. A no ser que nos tomemos en serio el otro Cuerpo de Cristo, el de los
que lo pasan mal, y nos animemos, según el slogan del Día Nacional de la Caridad propuesto por
Caritas, a construir “espacios de esperanza”.
Construiremos
espacios de esperanza en la medida en que, como también nos dice el Papa en la
reciente entrevista al periodista Zimmerman, vayamos a las raíces de nuestra
identidad cristiana que no son otras que el Evangelio de Jesucristo. No se
trata de afán revolucionario, pero sí es cierto que algo muy a fondo tiene que
cambiar en un mundo que descarta no sólo a personas sino a países enteros. Hace
muchos años, el teólogo Gustavo Gutiérrez hablaba de la “prescindencia”. Los
países ricos prescindieron de los países pobres cuando no les interesaron ya
sus materias primas. Es lo que el Papa ha llamado ahora el descarte. En la actualidad, se vuelven a interesar en
la medida en que encuentran mercados para sus productos o inversiones en los
países emergentes. O ponemos vallas para no ser invadidos. ¿Es lo que hay que
hacer?
Construir
espacios de esperanza es “invertir en pobreza”. A esto estamos llamados todos.
Y más los cristianos. No podemos celebrar el Corpus Christi participando en la
misa o en la procesión si simultáneamente no nos empeñamos en tomar en serio el
Cuerpo sufriente de Cristo, que forman todos los pobres de la tierra.
JOSÉ MARÍA YAGÜE
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