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miércoles, 31 de julio de 2013

SAN IGNACIO DE LOYOLA



El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar  su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la  prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar dellas, cuanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas, cuanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos creados.


CONTRA LA INSENSATEZ

Cada vez sabemos más de la situación social y económica que Jesús conoció en la Galilea de los años treinta. Mientras en las ciudades de Séforis y Tiberíades crecía la riqueza, en las aldeas aumentaba el hambre y la miseria. Los campesinos se quedaban sin tierras y los terratenientes construían silos y graneros cada vez más grandes.
En un pequeño relato, conservado por Lucas, Jesús revela qué piensa de aquella situación tan contraria al proyecto querido por Dios, de un mundo más humano para todos. No narra esta parábola para denunciar los abusos y atropellos que cometen los terratenientes, sino para desenmascarar la insensatez en que viven instalados.
Un rico terrateniente se ve sorprendido por una gran cosecha. No sabe cómo gestionar tanta abundancia. “¿Qué haré?”. Su monólogo nos descubre la lógica insensata de los poderosos que solo viven para acaparar riqueza y bienestar, excluyendo de su horizonte a los necesitados.
El rico de la parábola planifica su vida y toma decisiones. Destruirá los viejos graneros y construirá otros más grandes. Almacenará allí toda su cosecha. Puede acumular bienes para muchos años. En adelante, solo vivirá para disfrutar:”túmbate, come, bebe y date buena vida”. De forma inesperada, Dios interrumpe sus proyectos: “Imbécil, esta misma noche, te van a exigir tu vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?”.
Este hombre reduce su existencia a disfrutar de la abundancia de sus bienes. En el centro de su vida está solo él y su bienestar. Dios está ausente. Los jornaleros que trabajan sus tierras no existen. Las familias de las aldeas que luchan contra el hambre no cuentan. El juicio de Dios es rotundo: esta vida solo es necedad e insensatez.
En estos momentos, prácticamente en todo el mundo está aumentando de manera alarmante la desigualdad. Este es el hecho más sombrío e inhumano: ”los ricos, sobre todo los más ricos, se van haciendo mucho más ricos, mientras los pobres, sobre todo los más pobres, se van haciendo mucho más pobres” (Zygmunt Bauman).
Este hecho no es algo normal. Es, sencillamente, la última consecuencia de la insensatez más grave que estamos cometiendo los humanos: sustituir la cooperación amistosa, la solidaridad y la búsqueda del bien común de la Humanidad por la competición, la rivalidad y el acaparamiento de bienes en manos de los más poderosos del Planeta.
Desde la Iglesia de Jesús, presente en toda la Tierra, se debería escuchar el clamor de sus seguidores contra tanta insensatez, y la reacción contra el modelo que guía hoy la historia humana.

De  Eclesalia.net




martes, 30 de julio de 2013

SOBRE UN CUADRO DE SIEGER KÖDER


Sieger Köder


+ “Sólo sabes decir: “No tengo nada que dar. Soy pobre”. En verdad, 
eres pobre y privado de todo bien: pobre en amor, pobre en humanidad, 
pobre en confianza en Dios, pobre en esperanza eterna” (S. Basilio)

         ª “Ved de cuán poco valor
         son las cosas tras que andamos
         y corremos,
         que, en este mundo traidor,
         aún primero que muramos las perdemos"                                                                                               J.  Manrique.

            ª “El hechizo de las bagatelas es muy fuerte”. Blondel.


       ª “La voluntad, recorriendo de un salto todas las aparentes satisfacciones
       que halla, se reencuentra al final ante un vacío más insondable”. Blondel.

                                          (Enviado por José María Yagüe)



GUARDAOS DE TODA CLASE DE CODICIA

           ¿Es la codicia el peor mal de nuestros tiempos? Junto al “afán excesivo de riquezas”, el  diccionario de la RAE, ofrece una segunda definición de codicia: “deseo vehemente de algunas cosas buenas”. Y añade otra muy curiosa que tiene que ver con la tauromaquia: la cualidad del toro que persigue, también con vehemencia, el engaño.

            Es decir, que “toda clase de codicia”, de la que nos previene Jesús, tiene un denominador común: el exceso, la vehemencia. Justamente ese exceso y esa vehemencia es la que nos ofusca con frecuencia. Y nos podemos convertir los humanos en toritos bravos que ciegamente quedamos atrapados por el engaño o los engaños.

            No quisiera yo moralizar a partir  de la tragedia de la curva de Santiago en la que han perdido la vida, de momento, 79 personas y permanecen, en el día que escribo, otras setenta heridas, veinte de ellas muy graves. Este hecho se lamenta y bien haremos en rezar y mostrar, de la manera que sea posible para cada uno, nuestra condolencia y solidaridad con las víctimas. Lejos de mí también el hacer leña del árbol caído, sea el maquinista del tren o las empresas públicas gestoras del transporte ferroviario (RENFE y Adif). Que, al final, ambos serán responsables de uno u otro modo y pagarán las consecuencias.

            Ahora bien, algo debemos aprender todos de estos hechos. Y yo me pregunto si no padecemos todos hoy en España de la codicia de la velocidad. Corremos mucho a veces para llegar a ninguna parte. ¿No estaremos todos corriendo demasiado pero sin timón y para llegar a ninguna parte?

            Por supuesto, el evangelio nos previene ante todo de la codicia de las riquezas, no porque éstas sean malas en sí, sino porque el afán excesivo por conseguirlas y retenerlas nos ha llevado y lleva a empobrecer a otros y a no compartir con los más necesitados. Pero hoy habrá que señalar con fuerza otros “vehementes deseos” nada sanos: la competencia en obtener cotas, a costa de lo que sea, en deportes, en eficacia productiva, en beneficios empresariales, en audiencia... en todo aquello que nos hace sentir superiores a los demás. Con lo que el ser humano se convierte en muñeco o marioneta, títere al servicio del beneficio. Naturalmente de los más listos. Lo dicho por el DRAE: torito ciego que embiste al trapo. Que para eso está la publicidad.

            Claro que también se da el vicio contrario. El de quienes, hartos de tanta competencia, velocidad y otras modas, ya sienten lo de “vacuidad de vacuidades y todo vacuidad”. Ese relativismo que tan bien describe el desconcertante libro bíblico del Eclesiastés. Como todo da igual, no valen la pena ni el trabajo, ni el esfuerzo, ni el esmero y delicadeza para realizar bien la tarea de cada día.

            Frente al afán desmedido y el escepticismo paralizante, hay que “buscar los bienes de arriba”. Con la libertad de espíritu de quien no se deja seducir ni por las bagatelas de este mundo ni por la mediocridad a la que conduce el “todo es da igual”.


                                                                  JOSÉ MARÍA YAGÜE CUADRADO


sábado, 27 de julio de 2013

BLUES Y RELIGION. BLIND LEMON JEFFERSON (7)



Blind Lemon Jefferson nació alrededor de 1893 en una aldea de Texas; de una familia muy pobre de ocho hermanos, y ciego de nacimiento, una de las escasas salidas que tenía para ganarse la vida era la música, de modo que pronto aprendió a tocar la guitarra actuando en fiestas campestres y en calles de pueblos próximos.
Por entonces se relaciona con personajes fundamentales del blues clásico, como Leadbelly y T-BoneWalker, que fueron sus lazarillos en ocasiones y de él aprendieron técnicas que después contribuirían de forma fundamental a su carrera artística.
Va creciendo, su música se hace más poderosa y célebre, y se instala en Dallas en ambientes de juego, prostitución y bebida. Parece ser que el alcohol y las mujeres siempre fueron una fuerte tentación para él, en la que caía muy frecuentemente.
Es descubierto a mediados de los años 20 por la Paramount e inicia su carrera grabando numerosos temas de gran éxito, siempre relacionados con la vida cotidiana. Cantó acerca de la miseria en Broke and Hungry, de la cárcel en Prison cell blues, de la pena de muerte en Electric Chair blues y, cómo no, de proezas sexuales en su famoso Black Snake Moan. Todas estas historias que tratan del racismo, los malos tratos, el vagabundeo o el miedo a lo sobrenatural, están sacadas de sus propias experiencias.
Bajo el seudónimo de Deacon L.J. Bates, grabó varios temas religiosos, tanto al principio como al final de su carrera.
Murió un crudo invierno en Chicago, cuando cargado de alcohol, se despistó una noche de regreso a su casa por las calles vacías y fue hallado congelado al día siguiente.
De su personalidad se cuenta de todo, desde que era un mujeriego y vividor que le daba al alcohol, a la de un hombre piadoso que se negaba a actuar en domingo. Posiblemente de todo había.

Escuchemosle en All I want is a pure religion, en la que habla de la necesidad de una auténtica conversión (al final de la vida, claro), cuando ya la muerte se siente cercana.

http://www.youtube.com/watch?v=lTgLLcmPDWw



viernes, 26 de julio de 2013

TRES LLAMADAS DE JESÚS

“Yo os digo: Pedid y se os dará. Buscad y hallaréis. Llamad y se os abrirá”. Es fácil que Jesús haya pronunciado estas palabras cuando se movía por las aldeas de Galilea pidiendo algo de comer, buscando acogida y llamando a la puerta de los vecinos. Él sabía aprovechar las experiencias más sencillas de la vida para despertar la confianza de sus seguidores en el Padre Bueno de todos.
Curiosamente, en ningún momento se nos dice qué hemos de pedir o buscar ni a qué puerta hemos de llamar. Lo importante para Jesús es la actitud. Ante el Padre hemos de vivir como pobres que piden lo que necesitan para vivir, como perdidos que buscan el camino que no conocen bien, como desvalidos que llaman a la puerta de Dios.
Las tres llamadas de Jesús nos invitan a despertar la confianza en el Padre, pero lo hacen con matices diferentes.“Pedir” es la actitud propia del pobre. A Dios hemos de pedir lo que no nos podemos dar a nosotros mismos: el aliento de la vida, el perdón, la paz interior, la salvación. “Buscar” no es solo pedir. Es, además, dar pasos para conseguir lo que no está a nuestro alcance. Así hemos de buscar ante todo el reino de Dios y su justicia: un mundo más humano y digno para todos. “Llamar” es dar golpes a la puerta, insistir, gritar a Dios cuando lo sentimos lejos.
La confianza de Jesús en el Padre es absoluta. Quiere que sus seguidores no lo olviden nunca: “el que pide, está recibiendo; el que busca, está hallando y al que llama, se le abre”. Jesús no dice que reciben concretamente lo que están pidiendo, que encuentran lo que andan buscando o que alcanzan lo que gritan. Su promesa es otra: a quienes confían en él, Dios se les da; quienes acuden a él, reciben “cosas buenas”.
Jesús no da explicaciones complicadas. Pone tres ejemplos que pueden entender los padres y las madres de todos los tiempos. “¿Qué padre o qué madre, cuando el hijo le pide una hogaza de pan, le da una piedra de forma redonda como las que pueden ver por los caminos? ¿O, si le pide un pez, le dará una de esas culebras de agua que a veces aparecen en las redes de pesca? ¿O, si le pide un huevo, le dará un escorpión apelotonado de los que se ven por la orilla del lago?
Los padres no se burlan de sus hijos. No los engañan ni les dan algo que pueda hacerles daño sino “cosas buenas”. Jesús saca rápidamente la conclusión: “Cuánto más vuestro Padre del cielo dará su Espíritu Santo a los que se lo pidan”. Para Jesús, lo mejor que podemos pedir y recibir de Dios es su Aliento que sostiene y salva nuestra vida.

De  Eclesalia.net

jueves, 25 de julio de 2013

17 DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Entonces Abrahán se acercó al Señor y le dijo: “¿Vas a hacer que perezca…” (Gn 18,23)

Déesis rusa, siglo XVI

Principalmente empleada en el Arte bizantino y posteriormente en el románico, gótico y ortodoxo, generalmente la Déesis (en griego, δέησις), "plegaria", "intercesión" o "súplica", es una representación iconográfica tradicional de Cristo Majestad (Pantocrátor) entronizado, llevando un libro y flanqueado por la Virgen María y San Juan Bautista, acompañado a veces por ángeles y santos. En otras ocasiones, también se representa a Cristo en la Cruz, pero siempre acompañado de su Madre y de San Juan.
Tanto la Virgen María como San Juan Bautista y otros personajes que pueden acompañarlos tienen sus rostros mirando al Señor con sus manos en posición de súplica en nombre de la humanidad.


El Padre nuestro y la oración de intercesión nos invitan a dirigir la mente y el corazón a Dios y a los hombres y mujeres amigos suyos y nuestros. El amigo que va a casa de un amigo a interceder a media noche en favor de otro amigo representa «una gran nube» de intercesores (Heb 12,1): entre éstos sobresalen Abrahán (Gn 18), Moisés y Samuel (Ex 32,11-13; Jr 15,1), Jeremías (2 Mac 15,14) y, sobre todo, Jesús, que «está siempre vivo para interceder en favor nuestro» (Heb 7,25).
La oración de intercesión es un excelente modo de hacerse prójimo. El buen samaritano, para salvar la situación del pobrecillo «medio muerto», no sólo «se ocupó de él» en primera persona, sino que recurrió también al mesonero, diciéndole: «Cuida de él» (Lc 10,33-35). Los santos, al ejercer esta caridad, «no cesan de interceder por nosotros ante el Padre» (LG 49). La santísima Virgen, en particular, continúa en el cielo la función que ejerció en Caná, donde «movida a compasión obtuvo con su intercesión» que su Hijo viniera en ayuda de los esposos: «No les queda vino» (Jn 2,3; cf. LG 58). El fundamento de la intercesión es la amistad con Dios, considerado como Alguien que está siempre dispuesto a escucharnos: el Padre que, además de las «cosas buenas», nos quiere ofrecer el don por excelencia del Espíritu Santo, el amigo que no despide con las manos vacías al amigo importuno, «el juez, de toda la tierra» que remite los pecados sin poner límites a la misericordia.

Vídeo de la semana:

Lecturas del día:




martes, 23 de julio de 2013

JMJ 2013



Toda la información de la JMJ en Vida Nueva:

http://www.vidanueva.es/jmj-rio-2013/


SOBRE LA ORACIÓN

            ¿Comete Dios delito de “tráfico de influencias”? ¿Tendría que ser condenado por los jueces humanos por atender a las “recomendaciones” de sus amigos? Las preguntas parecen de broma pero no son broma. De hecho, algunos sabios teólogos cuestionan la pertinencia de la oración de petición.  A pesar de ellos, Jesús enseña a pedir a sus discípulos. Y la Iglesia siempre nos ha enseñado a pedir y a rezar dirigiéndole súplicas a Dios. ¿Es que no sabe Dios lo que necesitamos antes de que se lo pidamos? 

            Por supuesto que Dios sabe lo que necesitamos y también hay que dar como hecho incontrastable que nuestras oraciones no pueden modificar el designio de Dios. Entonces, ¿para que gastar tiempo en pedirle cosas a Dios? ¿Cómo se explica, por otra parte, que Jesús insista, tras enseñar el Padre Nuestro, que hemos de rogar una y otra vez, con perseverancia, hasta “cansar a Dios”?

            Estas preguntas tienen dos respuestas. Una primera, más sencilla, y la otra, relacionada con la primera, pero un poquito más complicada. Vamos con ellas.

            La primera respuesta a las cuestiones arriba planteadas es que la oración de súplica no es para convencer a Dios sino para convencernos a nosotros mismos de lo que necesitamos de verdad. Con lo cual nos predispone a trabajar con más insistencia para obtener los dones que necesitamos: glorificar a Dios y no a nosotros mismos, trabajar por el Reino que es justicia y paz, hacer la voluntad de Dios y no nuestro capricho, compartir cada día el pan con el necesitado sin acaparar lo innecesario, aprender a perdonar y acoger el perdón de Dios y de los demás, y no meternos en líos que acabarán con daño para nosotros y para los demás.

            Tenemos derecho a esperar todo esto como don de Dios. Pero con tal de que lo trabajemos con ganas en el quehacer de cada día. A eso habría que añadir, con San Agustín, que las súplicas a Dios son necesarias para ensanchar nuestro corazón y dar más espacio en él a los dones de Dios, liberándonos de los caprichos de las modas y del materialismo rampante que nos acosa. También para acoger y aceptar los dones de Dios y hacerlos fructificar. Sobre todo, el don supremo que es el Espíritu Santo.

            La otra respuesta, relacionada con la primera y un poquito más complicada, es que en el Padre nuestro Jesús nos enseña no sólo lo que tenemos que pedir y desear, sino cómo y desde que actitudes del corazón hemos de orar. En síntesis, podemos asegurar que no podemos relacionarnos con Dios desde el orgullo y la autosuficiencia. Que la oración requiere sabernos necesitados y dependientes. Que no podemos anteponer nuestra voluntad a la de Dios, quien nunca es un tapa-agujeros de nuestras limitaciones. Que creer en Dios y en su ayuda supone ser solidarios y desear tanto el pan de los demás como el propio. Que quien acoge el perdón, ofrecido siempre por Dios, indefectiblemente perdona a los demás. Ah! Y que si no queremos hacernos mal no hay que meterse en líos (tentaciones, los llama el Evangelio) y ser limpios en las intenciones. Amén.   

                                                                                   JOSÉ MARÍA YAGÜE


jueves, 18 de julio de 2013

16 DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 "Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por muchas cosas"  (Lc 10,41)



Intentemos profundizar en los principales mensajes que nos comunican la primera lectura y el evangelio y tratemos de actualizarlos. Se trata de relatos de hospitalidad, y entre ellos hay diferencias y semejanzas. Una diferencia que se aprecia a simple vista es que los huéspedes aprueban el servicio de Abrahán: «Haz como has dicho» (Gn 18,5); el de Marta, sin embargo, se atrae una reprensión. La semejanza es que en ambos casos el huésped no sólo recibe, sino que aporta también un don: promete un hijo a Abrahán y Sara, y ofrece su palabra en Betania. Recibir al Señor Jesús en nuestra «casa» no significa sólo prestarle «muchos servicios», sino también -antes que nada- dejarle hablar y recibir el don de su Palabra.
La hospitalidad tiene que ser ofrecida también en nombre de Jesús a los hombres con quienes él se identifica: «Fui forastero y me hospedasteis» (Mt 25,35), «No olvidéis la hospitalidad» (Heb 13,2). Hay que dar la oportunidad no sólo de dar, sino también de recibir. ¿Qué ocasiones tenemos?
Las dos hermanas han sido consideradas como dos tipos de vida: activa y contemplativa. En realidad, son más bien ejemplos concretos que ilustran el tercer y cuarto tipos de terrenos de la parábola del sembrador. La «preocupación» y la «agitación» de Marta recuerdan «la semilla que cayó entre cardos», o sea, «los que escuchan el mensaje, pero luego se ven atrapados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a la madurez» (cf. Lc 8,14). La «mejor parte» de María nos recuerda, en cambio, «la semilla que cayó en tierra buena», o sea, «a los que, después de escuchar el mensaje con corazón noble y generoso, lo retienen y dan fruto por su constancia» (Lc 8,15). ¿Dónde se sitúa nuestro modo de vivir, en el tercero o en el cuarto tipo de terreno?

Vídeo de la semana:

Lecturas del día:


miércoles, 17 de julio de 2013

NADA HAY MÁS NECESARIO



El episodio es algo sorprendente. Los discípulos que acompañan a Jesús han desaparecido de la escena. Lázaro, el hermano de Marta y María, está ausente. En la casa de la pequeña aldea de Betania, Jesús se encuentra a solas con dos mujeres que adoptan ante su llegada dos actitudes diferentes.
Marta, que sin duda es la hermana mayor, acoge a Jesús como ama de casa, y se pone totalmente a su servicio. Es natural. Según la mentalidad de la época, la dedicación a las faenas del hogar era tarea exclusiva de la mujer. María, por el contrario, la hermana más joven, se sienta a los pies de Jesús para escuchar su palabra. Su actitud es sorprendente pues está ocupando el lugar propio de un “discípulo” que solo correspondía a los varones.
En un momento determinado, Marta, absorbida por el trabajo y desbordada por el cansancio, se siente abandonada por su hermana e incomprendida por Jesús: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano”. ¿Por qué no manda a su hermana que se dedique a las tareas propias de toda mujer y deje de ocupar el lugar reservado a los discípulos varones?
La respuesta de Jesús es de gran importancia. Lucas la redacta pensando probablemente en las desavenencias y pequeños conflictos que se producen en las primeras comunidades a la hora de fijar las diversas tareas: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán”.
En ningún momento critica Jesús a Marta su actitud de servicio, tarea fundamental en todo seguimiento a Jesús, pero le invita a no dejarse absorber por su trabajo hasta el punto de perder la paz. Y recuerda que la escucha de su Palabra ha de ser lo prioritario para todos, también para las mujeres, y no una especie de privilegio de los varones.
Es urgente hoy entender y organizar la comunidad cristiana como un lugar donde se cuida, antes de nada, la acogida del Evangelio en medio de la sociedad secular y plural de nuestros días. Nada hay más importante. Nada más necesario. Hemos de aprender a reunirnos mujeres y varones, creyentes y menos creyentes, en pequeños grupos para escuchar y compartir juntos las palabras de Jesús.
Esta escucha del Evangelio en pequeñas “células” puede ser hoy la “matriz” desde la que se vaya regenerando el tejido de nuestras parroquias en crisis. Si el pueblo sencillo conoce de primera mano el Evangelio de Jesús, lo disfruta y lo reclama a la jerarquía, nos arrastrará a todos hacia Jesús.

De  Eclesalia.net



martes, 16 de julio de 2013

EL HIJO DE LA HOSPITALIDAD

            Le pasó a Abraham. Recibió en su tienda a tres misteriosos personajes, les ofreció un espléndido banquete y, al marcharse, le dejaron la promesa de un hijo. La bendición entró en su casa de la mano de la generosa acogida, de la hospitalidad.

            Jesús fue acogido por Marta y ella se desvivía para servirlo. Todos los esfuerzos eran poco para ofrecerle todo lo mejor con lo que se quiere obsequiar al amigo. No da abasto. Por eso se queja de la hermana que, descuidando al parecer los deberes hospitalarios, se ha puesto a los pies del Señor para escuchar lo que sale de su boca. Hay una nueva manera de ser hospitalarios, de acoger: escuchar. A juzgar por la sentencia de Jesús, ésta es más importante y decisiva.

            Aprendemos así que antes de dar hemos de recibir. Recibir a la persona, acogerla, escucharla. Esto es lo más difícil. Generalmente nos ponemos a la defensiva por temor a lo que nos pueda pedir, a que nos desestabilice. Es la acogida al Otro, por la fe y la confianza, lo que fundamenta una relación nueva y creadora. “El creyente es transformado por el Amor, al que se abre por la fe, y al abrirse a este Amor que se le ofrece, su existencia se dilata más allá de sí mismo”. Así acaba de escribir Francisco I en la novísima Encíclica Lumen fidei.

            Estos personajes bíblicos, Abraham, Marta, María se dilatan más allá de sí mismos. Son padres y madres con un largo recorrido histórico. Abraham, a través del hijo de la promesa, es el padre de una multitud de pueblos. Es modelo de fe para todos los creyentes. No puede entenderse la historia judeo-cristiana sin Abraham. Pero todo tiene su origen en la acogida de aquellos tres personajes misteriosos, a los que escucha, cree y recrea en una cena enamorada.

            Marta y María serán las dos primeras creyentes en Jesús. “Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”, confiesa Marta. Y María correrá a anunciar a los apóstoles que ha visto al Señor resucitado, tras haberle visto morir a los pies de la cruz.

            Las lecturas de este próximo domingo ofrecen diversos rasgos de esta hospitalidad creadora. En nuestra sociedad, la sospecha y la desconfianza nos están impidiendo acoger al hermano, escuchar, confiar, en definitiva, amar.

            Hemos sustituido la franca y recíproca acogida personal por la desconfianza. Ésta nos hace frágiles y débiles. Los dedos se nos vuelven huéspedes. Sí, hay mucha corrupción entre nosotros. Pero ya “todos los políticos son corruptos”. ¡Qué tremendo vacío se abre sobre nosotros con la inestabilidad política, producto directo de la desconfianza de unos sobre otros!

            No saldremos de ninguna crisis, mientras no recuperemos la confianza para acogernos unos a otros –lo que no impide la crítica y la autocrítica-. Sólo la acogida fraternal nos hace padres y madres, dilatándonos a nosotros mismos.

                                                                 JOSÉ MARÍA YAGÜE CUADRADO


           


            

domingo, 14 de julio de 2013

LA GLOBALIZACION DE LA INDIFERENCIA

Texto completo de la homilía de Francisco en la misa en Lampedusa, el pasado día 8 de julio, a donde fue para rezar y depositar una corona de flores en el mar por los inmigrantes muertos.

«Inmigrantes muertos en el mar, desde esas barcas que en lugar de ser una vía de esperanza han sido una vía de muerte». Así es el titular de los periódicos. Cuando hace algunas semanas he conocido esta noticia, que lamentablemente tantas veces se ha repetido, mi pensamiento ha vuelto a esto continuamente como una espina en el corazón que causa sufrimiento.
Y entonces he sentido que debía venir aquí hoy a rezar, a realizar un gesto de cercanía, pero también a despertar nuestras conciencias para que lo que ha sucedido no se repita, no se repita, por favor.
Pero antes, quisiera decir una palabra de sincera gratitud y de aliciente a ustedes, habitantes de Lampedusa y Linosa, a las asociaciones, a los voluntarios y a las fuerzas de seguridad, que han mostrado y muestran atención a las personas en su viaje hacia algo mejor. Ustedes son una pequeña realidad, ¡pero ofrecen un ejemplo de solidaridad!
Gracias también al Arzobispo Mons. Francesco Montenegro, por su ayuda, su trabajo y su cercanía pastoral. Gracias también a la señora Giusy Nicolini, alcaldesa, por lo que hace.
Dirijo un pensamiento a los queridos inmigrantes musulmanes que están comenzando el ayuno de Ramadán, con el deseo de abundantes frutos espirituales. La Iglesia está cerca de ustedes en la búsqueda de una vida más digna para ustedes y para sus familias. ¡A ustedes “O’ scia’!”
Esta mañana, a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado, quisiera proponer algunas palabras que, sobre todo, despierten la conciencia de todos, impulsen a reflexionar y a cambiar concretamente ciertas actitudes.
“¿Adán, dónde estás?”: es la primera pregunta que Dios dirige al hombre después del pecado. “¿Dónde estás?”. Es un hombre desorientado que ha perdido su lugar en la creación porque cree que puede volverse potente, que puede dominar todo, que puede ser Dios. Y la armonía se rompe, el hombre se equivoca y esto se repite también en la relación con el otro que ya no es el hermano al que hay que amar, sino sencillamente el otro que disturba mi vida, mi bienestar. Y Dios hace la segunda pregunta: “Caín, ¿dónde está tu hermano?”. El sueño de ser poderoso, de ser grande como Dios, es más, de ser Dios, lleva a una cadena de equivocaciones que es cadena de muerte, ¡conduce a derramar la sangre del hermano!
¡Estas dos preguntas de Dios resuenan también hoy, con toda su fuerza! Muchos de nosotros, también yo me incluyo, estamos desorientados, ya no estamos atentos al mundo en que vivimos, no cuidamos, no custodiamos lo que Dios ha creado para todos y ya no somos capaces ni siquiera de custodiarnos unos a otros. Y cuando esta desorientación adquiere las dimensiones del mundo, se llega a las tragedias como a la que hemos asistido.
“¿Dónde está tu hermano?, la voz de su sangre grita hasta mí”, dice Dios. Esta no es una pregunta dirigida a los demás, es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros. Esos hermanos y hermanas nuestros trataban de salir de situaciones difíciles para encontrar un poco de serenidad y de paz; buscaban un lugar mejor para ellos y para sus familias, pero han encontrado la muerte.
¡Cuántas veces aquellos que buscan esto no encuentran comprensión, acogida, solidaridad!
¡Y sus voces suben hasta Dios!
Y una vez más a ustedes, habitantes de Lampedusa les agradezco su solidaridad.
He escuchado recientemente a uno de estos hermanos. Antes de llegar aquí han pasado por las manos de los traficantes. Esos que explotan la pobreza de los demás. Esa gente que hace de la pobreza de los demás su propia fuente de ganancia. ¡Cuánto han sufrido... y algunos no han logrado llegar!
“¿Dónde está tu hermano?”. ¿Quién es el responsable de esta sangre?
En la literatura española hay una comedia de Lope de Vega que narra cómo los habitantes de la ciudad de Fuenteovejuna matan al Gobernador porque es un tirano, y lo hacen de modo que no se sepa quién ha realizado la ejecución. Y cuando el juez del rey pregunta: “¿Quién ha asesinado al Gobernador?”, todos responden: “Fuenteovejuna, Señor”. ¡Todos y nadie!
También hoy esta pregunta surge con fuerza: ¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos y hermanas? ¡Nadie! Todos nosotros respondemos así: no soy yo, yo no tengo nada que ver, serán otros, ciertamente no yo. Pero Dios pregunta a cada uno de nosotros: “¿Dónde está la sangre de tu hermano que grita hasta mí?”
Hoy nadie se siente responsable de esto; hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, del que habla Jesús en la parábola del Buen Samaritano: miramos al hermano medio muerto en el borde del camino, quizá pensamos “pobrecito”, y continuamos por nuestro camino, no es tarea nuestra; y con esto nos tranquilizamos y nos sentimos bien. La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos vuelve insensibles a los gritos de los demás, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bellas, pero no son nada, son la ilusión de lo fútil, de lo provisorio, que lleva a la indiferencia hacia los demás, es más lleva a la globalización de la indiferencia. En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos habituado al sufrimiento del otro, no nos concierne, no nos interesa, no es un asunto nuestro!
Vuelve la figura del Innominado de Manzoni. La globalización de la indiferencia nos hace a todos “innominados”, responsables sin nombre y sin rostro.
“¿Adán dónde estás?”, “¿dónde está tu hermano?”, son las dos preguntas que Dios hace al inicio de la historia de la humanidad y que dirige también a todos los hombres de nuestro tiempo, también a nosotros.
Pero yo querría que nos hiciéramos una tercera pregunta: “¿Quién de nosotros ha llorado por este hecho y por hechos como éste?”. ¿Quién ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas? ¿Quién ha llorado por estas personas que estaban en la barca? ¿Por las jóvenes mamás que llevaban a sus niños? ¿Por estos hombres que deseaban algo para sostener a sus propias familias?
Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia del llorar, del “padecer con”: ¡la globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de llorar!
En el Evangelio hemos escuchado el grito, el llanto, el gran lamento: “Raquel llora a sus hijos… porque ya no están”. Herodes ha sembrado muerte para defender su propio bienestar, su propia pompa de jabón. Y esto sigue repitiéndose… Pidamos al Señor que borre lo que queda de Herodes también en nuestro corazón; pidamos al Señor la gracia de llorar sobre nuestra indiferencia, sobre la crueldad que hay en el mundo, en nosotros, también en aquellos que en el anonimato toman decisiones socio-económicas que abren el camino a dramas como este. ¿Quién ha llorado? ¿Quién ha llorado? ¿Quién ha llorado hoy en el mundo?”
Señor, en esta Liturgia, que es una Liturgia de penitencia, pedimos perdón por la indiferencia hacia tantos hermanos y hermanas, te pedimos, Padre, perdón por quien se ha acomodado, se ha encerrado en su propio bienestar que lleva a la anestesia del corazón, te pedimos perdón por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que conducen a estos dramas. ¡Perdón Señor!
Señor, que escuchemos también hoy tus preguntas: ¿“Adán, dónde estás?”, “¿dónde está la sangre de tu hermano?”



viernes, 12 de julio de 2013

ORANDO AL DIOS VERDADERO



15 DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

"Haz esto y vivirás" - "Vete y haz tú lo mismo"  (Lc 10,28.37)

Como a ti mismo...

La primera lectura está armonizada con la del evangelio: en ambas podemos recoger dos mensajes para profundizar en ellos y actualizarlos. El primero es el de la proximidad. El texto del Deuteronomio afirma que la Palabra de Dios se ha hecho «próxima», se ha hecho accesible y practicable. El mandamiento de amar al prójimo está cerca del corazón del hombre; de hecho, lo comprende y lo pone en práctica hasta un samaritano, aunque no reconozca más que una parte de la Escritura (el Pentateuco) y sea considerado por los judíos como alguien medio pagano, mientras que, de manera extraña, en la observancia de este mandamiento se muestra inseguro el maestro de la Ley y fallan del todo el sacerdote y el levita, que anteponen la pureza legal (cf. Lv 22,4-7) a la ayuda a una persona. Por otra parte, la parábola del buen samaritano da la vuelta a la idea de prójimo: no se trata de alguien que se acerca a ti, sino de que tú debes acercarte al necesitado. El momento de tomar la iniciativa no depende del carné de identidad del otro, sino de tu capacidad de «compasión». El principio de la proximidad no está fuera, sino dentro de nosotros. Las ocasiones de actualizarlo se nos presentan de continuo.
Un segundo mensaje que se desprende de las dos lecturas está en el nexo entre la observancia de los mandamientos, en particular el de la caridad, y la vida. En el fragmento del Deuteronomio, la vida es la de este mundo, sostenida por la abundancia de los bienes materiales, en los que se reconoce de modo concreto la bendición de Dios. En cambio, en el evangelio la pregunta versa sobre la vida eterna, una vida cualificada por la comunión con Dios, antes que por su duración perenne. En ambos casos, el camino de la vida pasa por la observancia del doble mandamiento de amar a Dios y al prójimo. Si en otro lugar se dice que la vida nace del amor que recibimos, aquí se afirma que la vida se desarrolla en virtud del amor que somos capaces de dar. Quien quiera plenitud de vida sabe ahora cómo alcanzarla y puede examinarse sobre su camino: si ha seguido los pasos del buen samaritano o los del sacerdote y el levita.



Proyectando la luz de estos mensajes sobre nuestra vida, podemos ver las realizaciones positivas, las ocasiones en las que nos hemos hecho prójimos y otras en las que tal vez han prevalecido en nosotros el cierre, la discriminación, el miedo a ser molestados por aquel que con distintas necesidades esperaba nuestra ayuda. Demos gracias al Señor por el bien que hayamos hecho y pidámosle perdón por las omisiones. Invoquemos al Espíritu Santo, que «da la vida» y es fuente del amor, para que abra nuestros ojos y nos demos cuenta de los necesitados, para que nos inspire las iniciativas adecuadas y dé fuerza de amor a nuestro corazón para llevarlas a cabo. Y, sobre todo, elevemos una oración de alabanza al Señor, que nos ha revelado el camino de la vida y ha suscitado en la historia de la Iglesia todo un ejército de santos y santas que han seguido el ejemplo del buen samaritano.

Vídeo de la semana:

Lecturas del día:



miércoles, 10 de julio de 2013

NO PASAR DE LARGO

 “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. Esta es la herencia que Jesús ha dejado a la humanidad. Para comprender la revolución que quiere introducir en la historia, hemos de leer con atención su relato del “buen samaritano”. En él se nos describe la actitud que hemos de promover, más allá de nuestras creencias y posiciones ideológicas o religiosas, para construir un mundo más humano.
En la cuneta de un camino solitario yace un ser humano, robado, agredido, despojado de todo, medio muerto, abandonado a su suerte. En este herido sin nombre y sin patria resume Jesús la situación de tantas víctimas inocentes maltratadas injustamente y abandonadas en las cunetas de tantos caminos de la historia.
En el horizonte aparecen dos viajeros: primero un sacerdote, luego un levita. Los dos pertenecen al mundo respetado de la religión oficial de Jerusalén. Los dos actúan de manera idéntica: “ven al herido, dan un rodeo y pasan de largo”. Los dos cierran sus ojos y su corazón, aquel hombre no existe para ellos, pasan sin detenerse. Esta es la crítica radical de Jesús a toda religión incapaz de generar en sus miembros un corazón compasivo. ¿Qué sentido tiene una religión tan poco humana?
Por el camino viene un tercer personaje. No es sacerdote ni levita. Ni siquiera pertenece a la religión del Templo. Sin embargo, al llegar, “ve al herido, se conmueve y se acerca”. Luego, hace por aquel desconocido todo lo que puede para rescatarlo con vida y restaurar su dignidad. Esta es la dinámica que Jesús quiere introducir en el mundo.
Lo primero es no cerrar los ojos. Saber “mirar” de manera atenta y responsable al que sufre. Esta mirada nos puede liberar del egoísmo y la indiferencia que nos permiten vivir con la conciencia tranquila y la ilusión de inocencia en medio de tantas víctimas inocentes. Al mismo tiempo, “conmovernos” y dejar que su sufrimiento nos duela también a nosotros.
Lo decisivo es reaccionar y “acercarnos” al que sufre, no para preguntarnos si tengo o no alguna obligación de ayudarle, sino para descubrir de cerca que es un ser necesitado que nos está llamando. Nuestra actuación concreta nos revelará nuestra calidad humana.
Todo esto no es teoría. El samaritano del relato no se siente obligado a cumplir un determinado código religioso o moral. Sencillamente, responde a la situación del herido inventando toda clase de gestos prácticos orientados a aliviar su sufrimiento y restaurar su vida y su dignidad. Jesús concluye con estas palabras. “Vete y haz tú lo mismo”. 

De  Eclesalia.net

martes, 9 de julio de 2013

TRES MOMENTOS DEL AMOR CRISTIANO

           El evangelio que se proclamará el próximo domingo es de los más conocidos. Todo el mundo sabe de qué va lo del buen samaritano. Al menos eso espero, porque es tal la ignorancia actual en materia religiosa que con frecuencia nos llevamos sorpresas. ¿Han advertido cómo tropiezan en asuntos religiosos los admirables  concursantes televisivos?

            Pues bien, esta parábola del Buen Samaritano tiene tres momentos superinteresantes, descritos con tres verbos: ver, acercarse, cuidar. Como dice la primera lectura de la misa del mismo domingo, “el mandamiento no está lejos, está en tu mente y en tu corazón”; es más que sencillo, no hay que subir a las cumbres o bajar a los abismos para conocer el mandamiento de Dios. Más que probable es, sin embargo, que falte el interés por conocer ese mandamiento. Y así nos va. Nos habitan la insolidaridad, la ausencia de la compasión y la indiferencia ante el dolor.  También a nosotros se nos hace la pregunta de Dios a Caín: ¿Dónde está tu hermano? Frente a la “globalización de la indiferencia”, Jesús propone tres actitudes reflejadas en tres verbos: ver, acercarse, cuidar. Siempre tuvo actualidad el mandamiento del amor, pero hoy se ha vuelto imprescindible para salvar las relaciones humanas y hacer posible la convivencia en justicia.

            Ante la pavorosa crisis económica que afecta a los de lejos y ahora también a los de cerca, lo más cómodo (¿también lo más común?) es mirar para otro lado y dar el consabido rodeo: los políticos tienen la culpa, que lo arreglen ellos; no es de nuestra competencia. “Eso no es posible”, acaba de gritar el Papa. No es posible en esta situación ver a un cura o a una monja con un coche último modelo.

            Pero eso vale para todos, no sólo para los curas. En la isla de Lampedusa, puerta de Europa para pateras que llegan o no desde África, el Papa Francisco acaba de decir: “Hoy nadie se siente responsable de esto; hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, del que habla Jesús en la parábola del Buen Samaritano: miramos al hermano medio muerto en el borde del camino, quizá pensamos "pobrecito", y continuamos por nuestro camino, no es tarea nuestra; y con esto nos tranquilizamos y nos sentimos bien. La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos vuelve insensibles a los gritos de los demás, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bellas, pero no son nada, son la ilusión de lo fútil, de lo provisorio, que lleva a la indiferencia hacia los demás, es más lleva a la globalización de la indiferencia. En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos habituado al sufrimiento del otro, no nos concierne, no nos interesa, no es un asunto nuestro!”.

            Basta ya. Retomemos todos el Evangelio: Mirar para ver. No pasar de largo, acercarse al que sufre, sea de lo que sea. Y cargar con el medio muerto para cuidar de él. Sólo el amor inteligente y compasivo, tierno y eficaz a la vez, sacará a este mundo nuestro de la postración y nos salvará a nosotros mismos, de la indiferencia, el hastío y la estupidez colectiva en que estamos inmersos.

                                                                                 José María Yagüe




lunes, 8 de julio de 2013

¿ARRIESGAMOS LO SUFICIENTE?

“El verdadero obstáculo para una vida interior es el temor de perderse. Llamo perderse al fracaso como ser humano: no ser tomado en consideración, resultar raro y diferente, no tener el amor de una mujer ni el respeto de unos hijos, carecer de bienes y amigos, quedarse solo, incomprendido, perder lo que se ha ganado, ir a menos, desperdiciar la vida, no ser nadie… Sin correr el riesgo a que todo esto suceda, y sin que suceda de hecho de alguna forma, no se puede perseverar en el camino de la vida interior. En algún momento se capitula. Una vida empieza a ser interesante cuando  hay alguien que ante ella se pregunta: pero ¿no estará derrochando sus facultades? Pero ¿no será un desperdicio lo que hace? Si una vida no suscita en alguien esta pregunta es que el sendero por el que transcurre es demasiado convencional. No es que lo convencional sea pernicioso, claro; pero nunca, nunca es el camino de Dios. Cualquier vida guiada por Dios resulta siempre excepcional”
                                                                                                                         
                                                     “El olvido de sí” .-Pablo d´Ors.- Pág. 184.- 


(Enviado por Miguel Ruano)

jueves, 4 de julio de 2013

14 DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

"Lo que importa es ser una nueva criatura"  (Gal 6,15)


Un día, los apóstoles, al volver de la misión a la que les había enviado el Señor, le dijeron: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre». El Señor los vio tentados de soberbia por el poder taumatúrgico recibido y, como era médico y había venido a curar nuestras hinchazones y a llevar nuestras debilidades, dijo de inmediato:«No os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo». No todos los cristianos, por muy buenos que sean, están en condiciones de expulsar a los demonios; sin embargo, todos tienen escrito su nombre en el cielo; y Cristo quiso que gozaran no por el privilegio personal que cada uno tenía, sino por su salvación conseguida junto con todos los otros. Ningún fiel tendría esperanza de salvarse si su nombre no estuviera escrito en el cielo. Ahora, en el cielo, están escritos los nombres de todos los fieles que aman a Cristo, que caminan con humildad por el camino de Cristo, es decir, el que nos enseñó haciéndose humilde. Toma al más insignificante que haya en la Iglesia: si cree en Cristo, si ama a Cristo y ama su paz, ése tiene su nombre escrito en el cielo, sea quien sea y por muy indeterminado que lo dejes. ¿Existe, pues, semejanza entre éste y los apóstoles que hicieron tantos milagros? ¡Y no sólo eso! Los apóstoles fueron reprendidos por haber gozado de un favor que tenían en propiedad, y recibieron la orden de gozar por un bien del que puede gozar asimismo un hermano insignificante.
                                                                         Agustín de Hipona


A causa de tu amor infinito, Señor, me has llamado a seguirte, a ser tu hijo y tu discípulo.
Después me confiaste una misión que no se parece a ninguna otra, aunque con el mismo objetivo que los otros: ser tu apóstol y testigo.
Sin embargo, la experiencia me ha enseñado que sigo confundiendo las dos realidades: Dios y su obra.
Dios me ha dado la tarea de sus obras.
Algunas sublimes, otras más modestas; algunas nobles, otras más ordinarias.
Comprometido en la pastoral parroquial, entre los jóvenes, en las escuelas, entre los artistas y los obreros, en el mundo de la prensa, de la televisión y de la radio, he puesto todo mi ardor implicando en ello todas mis capacidades.
No he ahorrado nada, ni siquiera la vida.
Mientras estuve inmerso en la acción con tanta pasión encontré la derrota de la ingratitud, de la negativa a la colaboración, de la incomprensión de los amigos, de la falta de apoyo de mis superiores, de la enfermedad y la debilidad, de la falta de medios…
Me ha ocurrido también, en pleno éxito, mientras era objeto de aprobación, de elogios y de afecto por todos, ser trasladado de improviso y cambiado de función.
Heme aquí, ahora, presa del aturdimiento; voy a tientas, como en la noche oscura.
¿Por qué me abandonas, Señor? No quiero desertar de tu obra.
Debo llevar a término tu tarea, ultimar la construcción de la Iglesia…
¿Por qué atacan los hombres tu obra? ¿Por qué la privan de su apoyo? Ante tu altar, junto a la Eucaristía, he oído tu respuesta, Señor: «Me sigues a mí y no a mi obra. Si quiero me entregarás la tarea confiada. Poco importa quién ocupe tu puesto; es asunto mío. ¡Debes optar por mí!».

                                               Nguyen Van Thuan, Preghiere di speranza

Vídeo de la semana:

Lecturas del día:




ORACIÓN DE SILENCIO



Se recuerda que durante todo el verano se continuará celebrando, todos los miércoles a las 5 en la iglesia de la Anunciación, la oración de silencio con exposición del Santísimo.
Animamos a todos aquellos que sientan la necesidad de una hora de contemplación en silencio a tener esta experiencia, lejos de los ruidos exteriores y, sobre todo internos, que nos impiden escuchar lo que Dios nos dice a cada uno.


NO LLEVÉIS ALFORJA NI DINERO, NI DOS PARES DE SANDALIAS

            “No he visto ningún coche fúnebre seguido del camión de mudanzas”. Sin duda, este nuevo Papa tiene humor y sabe usar las imágenes y pequeñas parábolas con maestría. No dice aquí nada nuevo, pero nos predispone a acoger de buen grado esa pura verdad que siempre dijimos: tras la muerte no nos llevamos nada. El rey y el mendigo son igual de pobres en la sepultura, por diferentes que sean sus túmulos.

            Pero esta verdad elemental no nos impide apegarnos a las cosas y, sobre todo, a los dineros como lapas. Y como la lapa vive inseparablemente unida a la roca, así nosotros dependemos y nos hacemos esclavos de nuestras posesiones.

            En lugar de manejar con libertad las cosas, vivimos para acumular, conservar, proteger y dar brillo a lo que creemos poseer para siempre. Así nos va. Nos cansamos de limpiar muebles, poner orden en los armarios, sortear las lámparas de los salones, y nos falta la disponibilidad para el disfrute de lo natural, de lo sencillo, y para la alegría. Transferimos nuestra propia identidad a las cosas que poseemos.

            Jesucristo, cuando envía a sus discípulos a anunciar el Reino de Dios, les sugiere que vayan ligeros de equipaje: “no llevéis talega, ni dinero, ni dos pares de sandalias”. Es decir, no acaparéis. Cargad estrictamente lo necesario. No es inteligente ponerse en camino para un largo recorrido con una mochila cuyo peso no soportan tus espaldas.

            Difícil lo tenemos si queremos ser cristianos y vivir como tales en nuestra sociedad capitalista de la publicidad y la mentira. Lo único que hace creíble a la iglesia y a los cristianos –mucho más a obispos, clérigos y monjas- es la austeridad y la pobreza. Si almacenamos como todos y, sobre todo, si priorizamos la obtención de los medios económicos para realizar nuestra misión, es que no creemos en la fuerza de la Palabra y el mensaje que anunciamos. Ésta, me parece, la peor tragedia de nuestra Iglesia. Tan grave o más que los dichosos abusos sexuales. No que éstos no sean graves, despreciables, terribles. Pero, por muchos que sean y se aireen, son casos puntuales. El problema de la falta de austeridad y desobediencia formal a Cristo en el asunto de la pobreza es que está generalizado y comienza particularmente en la cúpula eclesial, en el Vaticano.

            En cambio, cuando todo el mundo depende de los dineros y aparecen hombres y mujeres austeros y pobres, que viven con lo imprescindible y comparten, gozosos y libres, esos sí cuestionan a la gente y su palabra resulta creíble.

            No vale ya para nadie el yo trabajo, yo me lo gano, yo me lo gasto a mi manera. Cuando en Extremadura o Andalucía sus respectivas Juntas tienen que acudir a organizar comedores para que miles de niños no pasen hambre, nadie tenemos derecho a mirar para otro lado.


            Bravo por el papa Francisco que nos lo recuerda más con los hechos que con las palabras. Esperen y verán lo que este papa nos depara.  

                                                                                      JOSÉ MARÍA YAGÜE

miércoles, 3 de julio de 2013

SIN MIEDO A LA NOVEDAD

El Papa Francisco está llamando a la Iglesia a salir de sí misma olvidando miedos e intereses propios, para ponerse en contacto con la vida real de las gentes y hacer presente el Evangelio allí donde los hombres y mujeres de hoy sufren y gozan, luchan y trabajan.

Con su lenguaje inconfundible y sus palabras vivas y concretas, nos está abriendo los ojos para advertirnos del riesgo de una Iglesia que se asfixia en una actitud autodefensiva: “cuando la Iglesia se encierra, se enferma”; “prefiero mil veces una Iglesia accidentada a una que esté enferma por encerrarse en sí misma”.
La consigna de Francisco es clara: “La Iglesia ha de salir de sí misma a la periferia, a dar testimonio del Evangelio y a encontrarse con los demás”. No está pensando en planteamientos teóricos, sino en pasos muy concretos: “Salgamos de nosotros mismos para encontrarnos con la pobreza”.

El Papa sabe lo que está diciendo. Quiere arrastrar a la Iglesia actual hacia una renovación evangélica profunda. No es fácil. “La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros, si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos y planificamos nuestra vida según nuestros esquemas, seguridades y gustos”.

Pero Francisco no tiene miedo a la “novedad de Dios”. En la fiesta de Pentecostés ha formulado a toda la Iglesia una pregunta decisiva a la que tendremos que ir respondiendo en los próximos años: “¿Estamos decididos a recorrer caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheraremos en estructuras caducas que han perdido la capacidad de respuesta?

No quiero ocultar mi alegría al ver que el Papa Francisco nos llama a reavivar en la Iglesia el aliento evangelizador que Jesús quiso que animara siempre a sus seguidores. El evangelista Lucas nos recuerda sus consignas. “Poneos en camino”. No hay que esperar a nada. No hemos de retener a Jesús dentro nuestras parroquias. Hay que darlo a conocer en la vida.

“No llevéis bolsas, alforjas ni sandalias de repuesto”. Hay que salir a la vida de manera sencilla y humilde. Sin privilegios ni estructuras de poder. El Evangelio no se impone por la fuerza. Se contagia desde la fe en Jesús y la confianza en el Padre.

Cuando entréis en una casa, decid :”Paz a esta casa”. Esto es lo primero. Dejad a un lado las condenas, curad a los enfermos, aliviad los sufrimientos que hay en el mundo. Decid a todos que Dios está cerca y nos quiere ver trabajando por una vida más humana. Esta es la gran noticia del reino de Dios.

De  Eclesalia.net