«Hazme comprender, Señor, los signos que realizas»
En nuestro opulento mundo occidental difícilmente llegamos a
comprender lo que significa tener hambre y, a continuación, de modo
sorprendente, vernos saciados de una manera abundante. En nuestro mundo
presuntuoso estamos convencidos de disponer de respuestas técnicas y eficaces
para cada problema, y por eso resulta más arduo saber apreciar los gestos
gratuitos.
¿Estoy dispuesto a poner en juego mis «cinco panes y mis dos
peces» en la lucha contra las realidades macroscópicas que, a pesar de tanto
progreso, mantiene la gente que sufre bajo el umbral de la supervivencia física
y de otros tipos -incluso (¿sobre todo?) en el mundo «rico»-, que jadea por
falta de valores, de sentido, de una calidad de vida humana? ¿Tengo el valor
necesario para perder mis panes y mis peces y entregárselos al Señor, para que
puedan vivir muchos?
Se tratará de un gesto imposible mientras piense que tengo
derecho a mantenerme bien atado a lo que poseo. Sólo conseguiré compartir si
cambio de mentalidad y, por consiguiente, de mirada: si no veo en el otro a un
rival, sino a un hijo como yo del único Padre; si comprendo que, juntos,
formamos parte de un único cuerpo. Entonces comprenderé que lo que tengo -más
aún, lo que soy- no me ha sido dado para que sólo yo lo goce, sino que me ha
sido confiado para que muchos otros puedan participar. Alguien ha dicho que
sólo poseemos verdaderamente lo que damos. El milagro de la «multiplicación de
los panes» puede proseguir, si yo lo permito...
Jesús, con tus signos quieres hacerme conocer tu identidad
de Hijo de Dios e introducirme en el misterio de tu persona y de tu misión.
Perdona mi pragmatismo, que se detiene en el interés
inmediato, en la superficie de la realidad. No sé darte lo poco que poseo,
pero, después, cuando con ese poco obras grandes cosas, me quedo arraigado en
ello y no voy más al fondo, allí donde tú me quieres llevar. Un Dios que
resuelve los problemas contingentes de la vida me va bien, pero un Dios que me
propone ser siempre don total y gratuito para los otros me escandaliza. Tú me
repites, Jesús, que, sin embargo, es precisamente ésa mi vocación de hijo del
Padre. Te pido, Señor, una vez más, aprender a amar en tu escuela.
Para nosotros, el pan es el Verbo de Dios. Después de su
resurrección ha saciado de pan a los creyentes, porque nos ha dado los libros
de la Ley y de los profetas, antes ignorados y desconocidos, y ha concedido
estos instrumentos a la Iglesia para nuestra enseñanza, para ser él mismo pan
en el Evangelio.
El gusto, una vez que haya probado la bondad del Verbo de
Dios, su carne y el pan que baja del cielo, no tolerará después probar otra
cosa; cualquier otro sabor le parecerá al alma áspero y amargo, y por eso se
alimentará sólo de él, puesto que encontrará todas las dulzuras que pueda
desear en aquel que se hace apto e idóneo para todo (Orígenes, Omelie
sull'Esodo, Roma 1991, p. 143 [edición española: Homilías sobre el Éxodo,
Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1992]; id., Commento al Cántico dei cantici,
Roma 1997, pp. 93ss [edición española: Comentario al Cantar de los cantares,
Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1994]).
Lecturas del día:
http://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/?f=2015-07-26
Vídeo:
https://www.youtube.com/watch?v=l97MNohyZfc