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sábado, 7 de junio de 2014

JESÚS EN SU AMOR NOS LLEVA

Un día fui a una carpintería como aprendiz,
Salió un hombre joven, tez morena y con expresión de sus ojos muy profunda.
Había puesto un anuncio  en la puerta que decía:" Se necesita aprendiz".
Me acogió con un cariño increíble, paciente ante el novato que recibía y tenía que enseñar.
Mi currículum vitae estaba en blanco, sin  experiencia.
No todos tienen facultades para enseñar bien. El si las tenía.
Una pequeña y hermosa carpintería es la suya, olía  virutas a madera.
Las herramientas guardaban un orden,  pero sin ser mucho el orden. En el desorden había orden.
Sencilla era la carpintería, un pajarillo en la ventana cantaba una canción que animaba el alma,
Era un  ventanal que dejaba entrar la luz de la mañana y  de la tarde mas todavía,  que ayudara a ver mejor lo que se hacía.
Un par de  sillas  para descansar pequeños ratos y coger fuerzas y volver a la faena,
Un poco de pan reciente y fruta, en una mesa dejaba su madre todos los días. "buenos días, buen trabajo, cuidaros", con una sonrisa se despedía
Por el  hermoso ventanal abierto parecía meterse todo el bello mundo, los paisajes,  calles y plazas, las risas, cantos y el trasiego que la gente tenía, los olores de las cocinas, el olor del campo pero también el olor de las fatigas, los dolores y desesperanzas que muchos con angustian sufrían. El se asomaba para escuchar todo eso, luego volvía a su tarea.
Todo  entraba por este ventanal. En el pequeño espacio que quedaba a un lado,  una palangana y una jofaina y encima una toalla daba una imagen sugerente.  Guardaban  para mi,  pobre y corto de sabiduría un misterio, invitaban a algo, era una pregunta que me hacía y buscaba una respuesta, el me miraba y se sonreía. A la hora del almuerzo y a la despedida me invitaba a lavarme y limpiarme del sudor y la mierda que cogía. Muchas veces era quien ese oficio conmigo hacia.
Al carpintero se le notaba destreza y conocía muy bien su oficio, silbaba y canturreaba canciones alegres que esponjaban el alma de quien las oía. A mi así me parecía.
El carpintero me cogió y como buen maestro, yo que no conocía el oficio, pues eran mis primeros pasos con el mundo de la madera iba aprendiendo. Me enseñaba los secretos para arreglar las deficiencias de los muebles, puso  mis manos al servicio del corazón y de la inteligencia para crear muebles que demandaran los clientes. Me dijo más de una vez,  que tengo que ser creativo, que me dejara llevar por el corazón, que hiciera lo que me mandara.
En fin me entregó en su taller su secreto mas guardado, mirándole  trabajar descubría, como amaba lo que hacía. Mirarle me enseñaba más que cualquier teoría.
Sus manos,  acariciaban y trabajaban las distintas maderas y como en cada una de ella su energía ponía. Buscaba en las estanterías la herramienta que mejor le servirían.
Corazón,  mucho corazón ponía,  y no se amedrentaba, sin perder la paciencia lo conseguía. Mucho amor salía de aquellas manos que tenia. El  carpintero me enseñó antes que nada buscar al maestro interior que tenía.
El carpintero me regaló su mejor receta,  el maestro interior que en él vivía.
El carpintero me abrazó, me besó y me dejó su carpintería algunos días.
Salió a buscar  lo que aquel ventanal su atención tanto requería, me dijo que el maestro interior así se lo sugería.
Se fue dejando la carpintería que tanto amaba para hacer del mundo su taller de carpintería.
Allá va con su maestro interior.
Si  con él maestro interior que El tanto quería.
Cantaba al irse "Yo en ellos, Tu en mi"...,"Tú en mí, Yo en ellos"
Dice el corazón: Me iré con el, a su nuevo  trabajo...

                                                                 MIGUEL RUANO SÁNCHEZ


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