"Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó" (Flp 2, 8-9a)
Lecturas del día:
http://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/?f=2014-04-18
Vídeo:
https://www.youtube.com/watch?v=uQF-INRFqCM&list=UUUpxM9aeGr1dAVvlSX9VFdQ
Icono de la Crucifixión. A. Rublev. |
Como el Espíritu Santo había conducido a Jesús al desierto
en el comienzo de su vida pública, así impulsa con fuerza a Jerusalén hacia
"su hora", la hora del encuentro definitivo y de la manifestación
definitiva del amor de Dios. El Espíritu Santo es quien da a Jesús la fuerza
para mantener la lucha de Getsemaní, para adherirse a la voluntad del
Padre y llegar hasta el final de su camino, a pesar de la angustia que le
ocasiona sudor de sangre.
Luego, en el Calvario, aparece una escena casi desierta: en
el cielo se dibujan las tres cruces y abajo -como dos brazos de una sola cruz-
están María y Juan. En el profundo silencio del indescriptible sufrimiento se
oye un grito: "Tengo sed". Es un grito que recuerda el encuentro de
Jesús con la Samaritana. "Dame de beber", le había pedido,
y siguió la revelación de que la sed de Jesús era de la fe de la
Samaritana, sed de la fe de la humanidad, deseo de dar el agua viva, de saciar
a todos con su gracia. La hora de la crucifixión y muerte de Jesús se
corresponde con la hora de máxima fecundidad en el Espíritu.
Cuando el amor de Jesús llega al culmen de la inmolación, de
su total anonadamiento, como del hontanar de un manantial subterráneo surge la
Iglesia, la nueva comunidad de creyentes, nuevo Israel, pueblo de la nueva
alianza. Y allí está María como cooperadora de la salvación, junto a Juan, que
representa a los discípulos del Nazareno y a toda la humanidad, constituyendo
el núcleo primitivo de la Iglesia naciente.
Jesús en la cruz suplica el perdón de los hombres a Dios y
entrega el espíritu a las manos de su Padre. De su costado abierto mana, para
todos, sangre inocente que no mancha, sino lava; y el agua que sacia nuestra
sed de vida nueva, amor feliz y gloria eterna.
En la madre de Jesús
y el discípulo amado, de pie junto a la cruz de Jesús, encontramos el espejo
claro de la humanidad nueva, de todo el Pueblo de Dios.
Seguir al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y
pasar con Él a la gracia de la filiación divina, de la fraternidad humana y de
la vida eterna… es la salvación definitiva.
Lecturas del día:
http://www.ciudadredonda.org/calendario-lecturas/evangelio-del-dia/?f=2014-04-18
Vídeo:
https://www.youtube.com/watch?v=uQF-INRFqCM&list=UUUpxM9aeGr1dAVvlSX9VFdQ
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