Recuerdo
haber escrito el año pasado, en estas vísperas del domingo de Ramos, algo sobre
los estrenos. Porque, efectivamente, en mi tierra es día de lucir “los majos”
adquiridos para la primavera. Si era en Misa, mucho mejor. Además, el año
pasado se estaba estrenando el papa Francisco en su ministerio pontificio. Este año, a
falta de otras novedades, periódicos, radios y televisiones nos atosigan con la
polémica suscitada por Pilar Urbano sobre la Transición Española ,
y el insignificante episodio de la multa a Esperanza Aguirre. Debatir
públicamente sobre esto último nos pone en la pista de la mediocridad y la
intrascendencia en que nos movemos.
Mayor
calado tiene el asunto del “23F ”, porque aquí sí se está
poniendo en tela de juicio la sinceridad democrática no sólo de la suprema
autoridad del Estado Español, sino de muchos otros políticos de aquel momento
que han sacado pecho presumiendo de convicciones y conductas democráticas. Quizá
habrá que decir que sí, pero menos. Nada vicia más la honestidad del
comportamiento humano que el oportunismo. De ello hay demasiado en la joven
democracia española. Menos mal
que, aunque el reconocimiento haya llegado tras su muerte, sabemos que, al
menos uno, el Presidente Suárez sí tuvo
sentido de Estado y mantuvo el tipo con dignidad. Muy meritorio en el
ostracismo orquestado al que se le sometió.
Ahora bien,
el domingo de ramos nos lleva a reflexionar sobre otros valores más permanentes
y fecundos, al margen de su antigüedad o novedad. Permanece y tiene futuro, con
vocación de eternidad, lo que se gesta en el silencio de la acción. El proceso
de Jesús, lo que hoy llamamos la Semana
Santa , se desencadena cuando Jesús entra en Jerusalén montado
sobre un pollino. Nadie podía sospechar que aquel primer domingo de ramos, así
llamado por las palmas y olivos agitados por la gente sencilla y los niños para
aclamar a Jesús, terminaría con la sumaria condena y ejecución del hoy
proclamado Rey e Hijo de David. Menos aún podía intuirse que, al domingo siguiente,
aquel condenado volvería a la vida, convirtiéndose así en Señor del mundo y Cabeza
de una Iglesia que sigue caminando tras veinte siglos. Vida y
muerte de Jesús verifican lo que Él había enseñado: lo importante tiene orígenes
pequeños y ocultos. El pan crece y alimenta por la levadura que se esconde en
la masa y los frutos provienen de la pequeña semilla que se pudre bajo
tierra.
En la
cultura del ruido, de la noticia de “última hora”, del espectáculo vibrante, de
las manifestaciones masivas no exentas de violencia en muchos casos, del
hacerse notar porque no existe lo que no se publica, de la foto en las primeras
planas..., el domingo de ramos, con su protagonista sobre el burrito, nos hace
deseable la vida oculta pero entregada, la eficacia del don de sí mismo en el
silencio y el anonimato de lo cotidiano. En la familia, en el trabajo, en la
política, en la Iglesia ,
en toda la vida...
JOSÉ MARÍA YAGÜE
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