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martes, 8 de abril de 2014

DOMINGO DE RAMOS

            Recuerdo haber escrito el año pasado, en estas vísperas del domingo de Ramos, algo sobre los estrenos. Porque, efectivamente, en mi tierra es día de lucir “los majos” adquiridos para la primavera. Si era en Misa, mucho mejor. Además, el año pasado se estaba estrenando el papa Francisco en su ministerio pontificio.  Este año, a falta de otras novedades, periódicos, radios y televisiones nos atosigan con la polémica suscitada por Pilar Urbano sobre la Transición Española, y el insignificante episodio de la multa a Esperanza Aguirre. Debatir públicamente sobre esto último nos pone en la pista de la mediocridad y la intrascendencia en que nos movemos.

            Mayor calado tiene  el asunto del “23F”, porque aquí sí se está poniendo en tela de juicio la sinceridad democrática no sólo de la suprema autoridad del Estado Español, sino de muchos otros políticos de aquel momento que han sacado pecho presumiendo de convicciones y conductas democráticas. Quizá habrá que decir que sí, pero menos. Nada vicia más la honestidad del comportamiento humano que el oportunismo. De ello hay demasiado en la joven democracia española. Menos mal que, aunque el reconocimiento haya llegado tras su muerte, sabemos que, al menos uno, el Presidente Suárez  sí tuvo sentido de Estado y mantuvo el tipo con dignidad. Muy meritorio en el ostracismo orquestado al que se le sometió.

            Ahora bien, el domingo de ramos nos lleva a reflexionar sobre otros valores más permanentes y fecundos, al margen de su antigüedad o novedad. Permanece y tiene futuro, con vocación de eternidad, lo que se gesta en el silencio de la acción. El proceso de Jesús, lo que hoy llamamos la Semana Santa, se desencadena cuando Jesús entra en Jerusalén montado sobre un pollino. Nadie podía sospechar que aquel primer domingo de ramos, así llamado por las palmas y olivos agitados por la gente sencilla y los niños para aclamar a Jesús, terminaría con la sumaria condena y ejecución del hoy proclamado Rey e Hijo de David. Menos aún podía intuirse que, al domingo siguiente, aquel condenado volvería a la vida, convirtiéndose así en Señor del mundo y Cabeza de una Iglesia que sigue caminando tras veinte siglos. Vida y muerte de Jesús verifican lo que Él había enseñado: lo importante tiene orígenes pequeños y ocultos. El pan crece y alimenta por la levadura que se esconde en la masa y los frutos provienen de la pequeña semilla que se pudre bajo tierra. 

            En la cultura del ruido, de la noticia de “última hora”, del espectáculo vibrante, de las manifestaciones masivas no exentas de violencia en muchos casos, del hacerse notar porque no existe lo que no se publica, de la foto en las primeras planas..., el domingo de ramos, con su protagonista sobre el burrito, nos hace deseable la vida oculta pero entregada, la eficacia del don de sí mismo en el silencio y el anonimato de lo cotidiano. En la familia, en el trabajo, en la política, en la Iglesia, en toda la vida...

                                                                                    JOSÉ MARÍA YAGÜE


          

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