Aterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se
refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero no está con ellos
Jesús. En la comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús. ¿A
quién seguirán ahora? ¿Qué podrán hacer sin él? “Está anocheciendo” en
Jerusalén y también en el corazón de los discípulos.
Dentro de la casa, están “con las puertas cerradas”. Es
una comunidad sin misión y sin horizonte, encerrada en sí misma, sin capacidad
de acogida. Nadie piensa ya en salir por los caminos a anunciar el reino de
Dios y curar la vida. Con las puertas cerradas no es posible acercarse al
sufrimiento de las gentes.
Los discípulos están llenos de “miedo a los judíos”. Es
una comunidad paralizada por el miedo, en actitud defensiva. Solo ven
hostilidad y rechazo por todas partes. Con miedo no es posible amar el mundo
como lo amaba Jesús, ni infundir en nadie aliento y esperanza.
De pronto, Jesús resucitado toma la iniciativa. Viene a
rescatar a sus seguidores. “Entra en la casa y se pone en medio de ellos”.
La pequeña comunidad comienza a transformarse. Del miedo pasan a la paz que les
infunde Jesús. De la oscuridad de la noche pasan a la alegría de volver a verlo
lleno de vida. De las puertas cerradas van a pasar pronto a la apertura de la
misión.
Jesús les habla poniendo en aquellos pobres hombres toda su
confianza: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. No les
dice a quién se han de acercar, qué han de anunciar ni cómo han de actuar. Ya
lo han podido aprender de él por los caminos de Galilea. Serán en el mundo lo
que ha sido él.
Jesús conoce la fragilidad de sus discípulos. Muchas veces
les ha criticado su fe pequeña y vacilante. Necesitan la fuerza de su Espíritu
para cumplir su misión. Por eso hace con ellos un gesto especial. No les impone
las manos ni los bendice como a los enfermos. Exhala su aliento sobre ellos y
les dice: “Recibid el Espíritu Santo”.
Solo Jesús salvará a la Iglesia. Solo él nos liberará de los
miedos que nos paralizan, romperá los esquemas aburridos en los que pretendemos
encerrarlo, abrirá tantas puertas que hemos ido cerrando a lo largo de los
siglos, enderezará tantos caminos que nos han desviado de él.
Lo que se nos pide es reavivar mucho más en toda la Iglesia
la confianza en Jesús resucitado, movilizarnos para ponerlo sin miedo en el
centro de nuestras parroquias y comunidades, y concentrar todas nuestras
fuerzas en escuchar bien lo que su Espíritu nos está diciendo hoy a sus
seguidores y seguidoras.
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