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martes, 22 de abril de 2014

JESÚS SE PUSO EN MEDIO

            ¿No había muerto y su costado fue traspasado por la lanza? ¿No fue sepultado? Pues he aquí que, de repente, está en medio de ellos. No lo invocaron. No era una mesa de magia. Pero él se puso en medio y les saludó como siempre: Tened paz. también, no tengáis miedo. Yo estoy con vosotros. Yo soy. Ser es más que estar. Jesucristo es. Porque es, está, nos da consistencia, Es nuestro seguro dejando en nada las deudas del pasado y garantizándonos el futuro. El VIVIENTE nos hace vivir. Eso y mucho más nos sugiere ese “ponerse en medio” que dice el Evangelio.  Porque Jesús está en medio comienzan a surgir y crecer comunidades cristianas por doquier. Pequeñas, insignificantes al principio, pero enseguida llenas de originalidad y fuerza hasta el punto de llenar y transformar en poco tiempo el Imperio Romano. Son esos grupos minúsculos que se distinguen por tres cosas: están unidos y lo muestran reuniéndose asiduamente para escuchar; rezan juntos en torno a la mesa en que Cristo está presente en el pan y en el vino; comparten sus bienes (1ª lectura).

            ¿Está Jesús en medio de nuestra Iglesia hoy? Sin pensarlo demasiado diremos que sí. Pero, si examinamos el asunto a fondo, veremos que tenemos muchos centros que impiden que Jesucristo Resucitado sea el referente de verdad y el centro de nuestras miradas. Así vemos cómo la ortodoxia doctrinal o litúrgica, el esteticismo en las celebraciones, la denuncia de comportamientos morales incorrectos, o la búsqueda de alguna revolución social para paliar la injusticia de este mundo ocupan prácticamente todo el espacio de la predicación.

            No es que todo eso no sea importante. Lo es. Pero no puede ocupar el centro. En el centro sólo puede estar el Señor Resucitado. Porque sólo él es constituido Señor y Mesías. A partir de él, adquiere sentido todo lo demás y él nos enseñará la ortodoxia, el modo de orar y dar culto a Dios, la belleza y la alegría, la búsqueda de la justicia y la defensa de los pobres y excluidos. Todo eso y mucho más es el Evangelio de Jesús. Pero sin Jesús no hay Evangelio

            ¿Por qué la Iglesia corre hoy el riesgo de convertirse en un grupo residual y sin relevancia?  Porque en muchas de sus representaciones, es decir, de sus formas de hacerse presente en el mundo no aparece el Señor como el centro. Lo que caracteriza a la Iglesia y le otorga su vigor y novedad es la Presencia permanente del Señor Resucitado como su origen y su meta, su inspiración y su fuerza. Sin esa Presencia a través del Espíritu, la Iglesia es una ONG más. El punto de partida de nuestra urgente e ineludible autocrítica es éste: ¿Está Jesucristo realmente en el centro de nuestras vidas personales y de nuestra cohesión comunitaria? No lo veo tan claro cuando nuestro discurso prioritario es denunciar el relativismo o el laicismo militante, o incluso cuando cerramos filas en torno a la defensa de la familia,  etc. etc. Las dudas me asaltan porque no veo tan ocupado al Evangelio en todas esas cuestiones morales, sino en la novedad absoluta de una PRESENCIA. ¿Es la Presencia del Resucitado lo que me centra, lo que nos centra? ¿Es él quien, desde el centro de la mesa, nos da la paz, el sentido y la alegría de vivir?


                                                                                   JOSÉ MARÍA YAGÜE


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