¿No había
muerto y su costado fue traspasado por la lanza? ¿No fue sepultado? Pues he
aquí que, de repente, está en medio de ellos. No lo invocaron. No era una mesa
de magia. Pero él se puso en medio y les saludó como siempre: Tened paz.
también, no tengáis miedo. Yo estoy con vosotros. Yo soy. Ser es más que estar.
Jesucristo es. Porque es, está, nos da consistencia, Es nuestro seguro dejando
en nada las deudas del pasado y garantizándonos el futuro. El VIVIENTE nos hace
vivir. Eso y mucho más nos sugiere ese “ponerse en medio” que dice el
Evangelio. Porque
Jesús está en medio comienzan a surgir y crecer comunidades cristianas por
doquier. Pequeñas, insignificantes al principio, pero enseguida llenas de
originalidad y fuerza hasta el punto de llenar y transformar en poco tiempo el
Imperio Romano. Son esos grupos minúsculos que se distinguen por tres cosas:
están unidos y lo muestran reuniéndose asiduamente para escuchar; rezan juntos
en torno a la mesa en que Cristo está presente en el pan y en el vino;
comparten sus bienes (1ª lectura).
¿Está Jesús
en medio de nuestra Iglesia hoy? Sin pensarlo demasiado diremos que sí. Pero,
si examinamos el asunto a fondo, veremos que tenemos muchos centros que impiden
que Jesucristo Resucitado sea el referente de verdad y el centro de nuestras
miradas. Así vemos cómo la ortodoxia doctrinal o litúrgica, el esteticismo en
las celebraciones, la denuncia de comportamientos morales incorrectos, o la
búsqueda de alguna revolución social para paliar la injusticia de este mundo
ocupan prácticamente todo el espacio de la predicación.
No es que
todo eso no sea importante. Lo es. Pero no puede ocupar el centro. En el centro
sólo puede estar el Señor Resucitado. Porque sólo él es constituido Señor y
Mesías. A partir de él, adquiere sentido todo lo demás y él nos enseñará la
ortodoxia, el modo de orar y dar culto a Dios, la belleza y la alegría, la
búsqueda de la justicia y la defensa de los pobres y excluidos. Todo eso y
mucho más es el Evangelio de Jesús. Pero sin Jesús no hay Evangelio
¿Por qué la Iglesia corre hoy el
riesgo de convertirse en un grupo residual y sin relevancia? Porque en muchas de sus representaciones, es
decir, de sus formas de hacerse presente en el mundo no aparece el Señor como
el centro. Lo que caracteriza a la
Iglesia y le otorga su vigor y novedad es la Presencia permanente del
Señor Resucitado como su origen y su meta, su inspiración y su fuerza. Sin esa
Presencia a través del Espíritu, la
Iglesia es una ONG más. El punto de
partida de nuestra urgente e ineludible autocrítica es éste: ¿Está Jesucristo
realmente en el centro de nuestras vidas personales y de nuestra cohesión
comunitaria? No lo veo tan claro cuando nuestro discurso prioritario es
denunciar el relativismo o el laicismo militante, o incluso cuando cerramos
filas en torno a la defensa de la familia, etc. etc. Las dudas me asaltan porque no veo
tan ocupado al Evangelio en todas esas cuestiones morales, sino en la novedad
absoluta de una PRESENCIA. ¿Es la
Presencia del Resucitado lo que me centra, lo que nos centra?
¿Es él quien, desde el centro de la mesa, nos da la paz, el sentido y la
alegría de vivir?
JOSÉ MARÍA YAGÜE
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