Raramente
los comentaristas del Evangelio nos fijamos en los destinatarios de las
palabras de Jesús. Sin embargo, es frecuente que los evangelistas expliciten a
quienes se dirige preferentemente Jesús. En el caso de la parábola del banquete
de bodas que el Rey prepara para su hijo, esta denuncia tiene un destino
preciso: los sacerdotes y “ancianos” del pueblo. Entrecomillo “ancianos” porque
no se trata de los mayores de edad, sino de los notables, los dirigentes, los
que parten y reparten el bacalao. La parábola que leíamos el domingo pasado de
los arrendatarios asesinos que se quedan con todos los frutos de la viña también
se dirigía a los mismos.
Jesús sabía
que “el mayor problema” de Israel, de su pueblo, no era la gente llana y
empobrecida. El mayor problema eran los dirigentes. En su tiempo, la clase
dirigente estaba conformada por los sacerdotes (poder religioso), los saduceos
(poder económico) y los “ancianos” (poder político). Todos ellos subordinados a
un poder superior que, en ese momento, lo detentaba el Imperio de Roma. Estoy
inclinado a pensar que a la pregunta de las encuestas sobre los principales problemas
de nuestro país, ya no hay que responder con el paro, el terrorismo (ahora el
las minorías radicales musulmanas), la deuda con la que nacen los españolitos
que vienen al mundo (más bien pocos), ni con ningún otro que no sea el de los
dirigentes. Sí, éste es el gran problema: nuestros dirigentes
Unos,
endiosados, iluminados y locos, manipuladores de la opinión pública y empeñados
en destruir la unidad nacional; otros, especialistas en incumplir lo que
prometieron (por ejemplo traicionándose a sí mismos y a quienes les votaron no
reformando leyes injustas e inhumanas), corruptos muchos y encubridores todos
de latrocinios generalizados; los de más allá, populistas, acertados quizá en
el análisis y la crítica a los demás, pero instalados en la utopía y no exentos
ellos mismos de corrupción; y los de más acá, a la deriva, sin alternativas que
no sean el insulto y las ocurrencias de turno, al más puro estilo de quienes negaron
mendazmente lo evidente (la crisis económica) y nos condujeron a la ruina. Difícil
solución la de este gran mal, porque, efectivamente, toda sociedad necesita
dirigentes. Y no se atisba la llegada de quienes quieran serlo con vocación de
servicio. Ni tampoco se adivinan los valores morales en una sociedad generadora
de fuerza humanizadora y solidaria, de donde emerjan buenos dirigentes.
Sí parece
claro que nuestra sociedad va tomando conciencia del problema. Pero no es
suficiente. Esa conciencia ha de llevar, no sólo a la crítica sino a una mayor
lucidez a la hora de votar y, por supuesto, a una mayor honradez en la gestión
de los asuntos personales (por ejemplo, el pago de impuestos) y profesionales.
Seguramente, habrá que manifestarse contra las injusticias del sistema, pero echándose
a la calle sólo para reclamar pequeños
intereses particulares y menos aún con la violencia, sino para reclamar el
saneamiento de nuestra vida pública.
Gran
desafío al que estamos abocados los españolitos, sobre todo los de a pie.
JOSÉ MARÍA
YAGÜE
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