Con
este lema nos aprestamos a celebrar un año más la Jornada Mundial de las
Misiones, el otrora popular DOMUND. Como siempre, esta jornada se celebra el
tercer domingo de octubre, coincidente este año con el domingo 29 del tiempo
ordinario en el que leemos el conocido Evangelio del “Dad a Dios lo que es de
Dios y al Cesar lo que es del César”.
El
lema procede de la Exhortación
Apostólica del Papa Francisco que lleva por título “La
alegría del Evangelio”. En tiempo de frustraciones, quejas y tan graves como
múltiples desajustes en nuestra sociedad y en el mundo entero, el Papa nos
invita a no dejarnos robar la alegría. Alegría que sólo puede provenir, para
ser auténtica y duradera, del encuentro con Jesús. Así nos lo dice el Papa:
“Con
Jesucristo siempre nace y renace la alegría”. Éste es el fin de
la actividad misionera: ayudar a extender esta alegría, anunciando a todos
la posibilidad de nacer y renacer al encuentro con Dios. Un renacer a
la vida de fe que, como tantas veces comprueban los misioneros, ha sido
revelado a los pequeños. Los misioneros,
llenos de alegría, comparten con los más pobres su experiencia
de encuentro con Cristo. Los que reciben este anuncio y abren su
corazón a él, también acogen con alegría la Buena Noticia de la
salvación. Francisco nos dice cuál es el origen de esta gran alegría: “El
amor con el que el Padre ama al Hijo llega hasta nosotros y, por obra del
Espíritu Santo, nos envuelve”; y además, nos invita a participar en
ella: “¿Por qué no entramos también nosotros en este río de alegría?”.
Los
dos párrafos anteriores son parte de la campaña con la que las Obras misionales
pontificias (OMP) invitan a todos los cristianos a orar por las misiones y
colaborar económicamente con los misioneros. Constituyen una fantástica
invitación. En mundo tan carente de alegría y sobrado de lamentos, es muy de
agradecer que se nos muestre el modo de encontrar la alegría profunda y
duradera, endógena. Muy distinta y contraria a la que es producto de experiencias finalmente
decepcionantes.
Sí.
La clave está en el encuentro con Jesucristo.
Es lo único que explica la alegría, la fortaleza y la libertad que nos
muestran muchos misioneros viviendo en las condiciones de vida más adversas,
expuestos a enfermedades, a atentados y a un sinnúmero de riesgos en países
distintos y distantes de sus raíces culturales. Quizá
el secreto está en que se han atrevido a “dar a Dios lo que es de Dios”. Es
decir, a ofrecer su vida, sus capacidades, su todo al único que recompensa con
creces. Pero no por interés personal, sino por haber reconocido que el centro
de sí mismos no es otro que el Señor y que eso se expresa cuando se es capaz de
“perder su vida por Cristo y su Evangelio”. Es decir, en la práctica, por los
otros y, en concreto, por los más pobres. Tal es el mensaje del Domund de este
año: renacer a la alegría por el encuentro con Jesucristo. ¿Nos atreveremos a
iniciar en serio el camino hacia él?
JOSÉ MARÍA YAGÜE
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