Monseñor Figaredo en Camboya |
“Aunque agradezcan la colaboración económica que podamos
brindarles, no nos engañemos: los necesitamos a ellos mucho más que ellos a
nosotros…”
A España, la crisis del ébola la ha pillado con la
moral muy baja de defensas, descompensados los niveles éticos y con la flora
intestinal arrasada a base de tragar tanto despropósito. De ahí tal vez que la
capacidad de indignar, lenta de reflejos, se eriza por el sacrificio de un
perro y se amodorra con los recortes que han desmantelado un sistema que
propicia que un virus nos ponga en jaque, dejando la grandeza como sociedad
madura retratándose a sí misma en las redes sociales. Aunque tampoco los medios
de comunicación más convencionales se han resistido a la tentación de volver a cuestionarse
la repatriación de los dos misioneros infectados por ébola.
En tiempos donde la solidez de las personas se mira por
el saldo que tiene su tarjeta, que eleva a tronos televisivos a figurines de
cartón piedra y los vende como modelos, cuesta digerir el desprecio al
testimonio de esos dos héroes. Otros miles como Miguel o Manuel nos
dignifican en los vertederos del mundo. Es bueno recordarlo en la semana del DOMUND.
Pero, aunque agradezcan la colaboración económica que podamos brindarles, no
nos engañemos: los necesitamos a ellos mucho más que ellos a nosotros. Son los
mejores conocedores de las miserias del mundo, de las raíces de los problemas y
no solo del final o de la anécdota, como ha señalado Kike Figaredo, de
gira estos días en España para concienciar sobre las misiones. La anécdota para
una complacida conciencia primermundista es el perro sacrificado. La raíz:
la miseria, la explotación y el abandono tras el pillaje de siglos. El final
conocido es la muerte de los misioneros y los gastos generados. La raíz es la
que hacen crecer esos hombres y mujeres que zurcen los pedazos de un
África rota por las potencias, creando asistencia sanitaria donde había
hechiceros, desarmando resentimientos étnicos, educando a los huérfanos del
sida y, ahora, acogiendo a los del ébola, los nuevos apestados, dando calor a
mujeres violentadas en cuerpo y alma, devolviendo la dignidad a niños usados
como máquinas de guerra…
En realidad, los misioneros y misioneras conforman un
impagable sistema inmunológico para la sociedad. Su testimonio, que asoma a sus
bocas y ojos cuando les preguntas por su alegría permanente, nos previene ante
la mezquindad. Aunque siempre hay algún contagio.
De Vida Nueva
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