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viernes, 17 de octubre de 2014

EL ANTIVIRUS MISIONERO

Monseñor Figaredo en Camboya

“Aunque agradezcan la colaboración económica que podamos brindarles, no nos engañemos: los necesitamos a ellos mucho más que ellos a nosotros…”

A España, la crisis del ébola la ha pillado con la moral muy baja de defensas, descompensados los niveles éticos y con la flora intestinal arrasada a base de tragar tanto despropósito. De ahí tal vez que la capacidad de indignar, lenta de reflejos, se eriza por el sacrificio de un perro y se amodorra con los recortes que han desmantelado un sistema que propicia que un virus nos ponga en jaque, dejando la grandeza como sociedad madura retratándose a sí misma en las redes sociales. Aunque tampoco los medios de comunicación más convencionales se han resistido a la tentación de volver a cuestionarse la repatriación de los dos misioneros infectados por ébola.
En tiempos donde la solidez de las personas se mira por el saldo que tiene su tarjeta, que eleva a tronos televisivos a figurines de cartón piedra y los vende como modelos, cuesta digerir el desprecio al testimonio de esos dos héroes. Otros miles como Miguel o Manuel nos dignifican en los vertederos del mundo. Es bueno recordarlo en la semana del DOMUND. Pero, aunque agradezcan la colaboración económica que podamos brindarles, no nos engañemos: los necesitamos a ellos mucho más que ellos a nosotros. Son los mejores conocedores de las miserias del mundo, de las raíces de los problemas y no solo del final o de la anécdota, como ha señalado Kike Figaredo, de gira estos días en España para concienciar sobre las misiones. La anécdota para una complacida conciencia primermundista es el perro sacrificado. La raíz: la miseria, la explotación y el abandono tras el pillaje de siglos. El final conocido es la muerte de los misioneros y los gastos generados. La raíz es la que hacen crecer esos hombres y mujeres que zurcen los pedazos de un África rota por las potencias, creando asistencia sanitaria donde había hechiceros, desarmando resentimientos étnicos, educando a los huérfanos del sida y, ahora, acogiendo a los del ébola, los nuevos apestados, dando calor a mujeres violentadas en cuerpo y alma, devolviendo la dignidad a niños usados como máquinas de guerra…

En realidad, los misioneros y misioneras conforman un impagable sistema inmunológico para la sociedad. Su testimonio, que asoma a sus bocas y ojos cuando les preguntas por su alegría permanente, nos previene ante la mezquindad. Aunque siempre hay algún contagio.

De  Vida Nueva


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