"Somos tu viña y tu pueblo, Señor ten piedad de nosotros"
Releamos dos frases que resumen la lectura profética y el
pasaje evangélico: "La viña del Señor todopoderoso es el pueblo de
Israel, y los hombres de Judá, su plantel escogido. Esperaba de ellos derecho y
no hay mas que asesinatos, esperaba justicia y solo hay lamentos" (Is 1,7). "Jesús les dijo: ¿No habéis leído nunca en las Escrituras: La piedra que
rechazaron los constructores se ha convertido en piedra angular; esto es obra
del Señor y es realmente admirable? Por eso os digo que se os quitará el Reino
de Dios y se entregará a un pueblo que dé a su tiempo los frutos que al Reino
corresponden" (Mt 21, 42-43).
Dios se ha manifestado y ha hablado con los patriarcas, les
ha propuesto establecer una alianza con ellos y, para proveer al pueblo, le ha
elegido un terreno, la tierra prometida, y una descendencia futura, numerosa, "como las estrellas del cielo y la arena del mar".
Abrahán, Isaac y Jacob, a pesar de sus "crisis", pero
confiando en Dios y guardando la alianza, han encaminado los pasos de su vida
hacia la constitución del "pueblo de Israel". con el Éxodo, guiado por
Moisés, y la instalación en la tierra prometida, realizada por Josué, aparece
visiblemente el "pueblo de Israel". Superado el periodo de los jueces,
surge David y, con él, el reino unido de Judá e Israel, tipo del "Reino
mesiánico". Rápidamente sobreviene la división y con ella, la débil fidelidad a
la alianza del pueblo elegido. El "pueblo de Israel" y el "Reino
de Dios" siempre han mantenido una relación difícil y conflictiva. Los profetas
en vano han vociferado apasionadamente la fidelidad de Dios y la infidelidad
del pueblo. Después de la caída del Reino del Norte y posteriormente, la del
Reino del Sur la situación ha sido de un sufrimiento difícil de aliviar.
La
responsabilidad colectiva de los labradores y, según la conclusión de la
parábola, de Israel, emerge con fuerza. Dios, el "amigo" y el "dueño", ha dicho y ha hecho cuanto podía para que fructificase la viña
y los labradores asumieran la responsabilidad. Los resultados son amargos e
Israel es responsable. Sin embargo, Dios no se da por vencido: como en otras
ocasiones, no se rinde ante el pasado.
Jesús denuncia el pecado del pueblo elegido con la parábola
de los labradores homicidas. El auténtico final, expresión de la misericordia
del Padre celeste, es la urgencia y apremio de la invitación de Oseas: "Vuelve, Israel, al Señor; tu Dios, pues tu iniquidad te ha hecho caer.
Buscad las palabras apropiadas y volved al Señor decidle: "Perdona todos
nuestros pecados; como ofrenda te presentamos las palabras de nuestros
labios" " (Os 14,2-3).
Señor, Señor, tu que abarcas con tu mano inmaculada el orbe
entero, ten paciencia. con nosotros y compadécete de nuestras iniquidades,
recuerda tu compasión y piedad. Visítanos con tu bondad y concédenos, ayudados
con tu gracia, huir el resto de este día de las múltiples tramas del Maligno y,
con la gracia del Espíritu Santo, ampara nuestras vidas de sus insidias.
Por la misericordia y la bondad de tu Hijo unigénito, con el
que eres bendecido, junto con el Espíritu Santo vivificante. Ahora y siempre
por los siglos de los siglos. Amén
Ven, luz verdadera. Ven, vida eterna. Ven, misterio oculto.
Ven, tesoro escondido. Ven, realidad inenarrable. Ven, persona inconcebible.
Ven, regocijo inconmensurable. Ven, luz sin ocaso. Ven, esperanza verdadera de
los que serán salvados. Ven, despertar de quienes duermen. Ven, resurrección de
los muertos. Ven, omnipotente, con voluntad hacedora, renueva y transforma
todas las cosas. Ven, invisible, intangible e impalpable. Ven, tu que ni
cambias ni te mudas y en cada momento nos visitas y vienes a quienes yacemos en
el infierno, tu que estas en las alturas. Ven, sumamente deseado y
continuamente repetido, inefable e indecible. Ven, alegría eterna. Ven, corona
inmarcesible. Ven, púrpura divina y rey nuestro. Ven, cinturón límpido,
repujado de piedras preciosas. Ven, diestro consejero, purpúreo y soberano.
Ven, tu que has deseado y deseas mi alma infeliz.
Ve junto al que esté solo, y yo lo estoy, ven. Ven, me
separaste de los demás y solitario estoy en esta tierra. Ven, tu que te has
convertido en deseo dentro de mi y te has hecho desear por mi, incluso siendo
totalmente inaccesible. Ven, mi oxigeno y mi vida. Ven, consuelo de mi
pobre vida humana. Ven, mi alegría y mi delicia ilimitada
(Simeón el Nuevo
Teólogo, Invocación al Espíritu Santo)
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