¡Santísimo Padre nuestro: creador, redentor, consolador y
salvador nuestro! Hágase tu voluntad, como en el cielo, también en la tierra:
para que te amemos con todo el corazón (cf. Lc 10,27), pensando
siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti; con toda la mente,
dirigiendo todas nuestras intenciones a ti, buscando en todo tu honor; y con
todas nuestras fuerzas, empleando todas nuestras energías y los sentidos del
alma y del cuerpo en servicio, no de otra cosa, sino del amor a ti; y para que
amemos a nuestros prójimos como a nosotros mismos, atrayendo a todos, según
podamos, a tu amor, alegrándonos de los bienes ajenos como de los nuestros y
compadeciéndolos en los males y no ofendiendo a nadie
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