"Yo soy el Señor; y no hay otro" (Is 45,5)
Icono del Salvador entre las potencias. A. Rublev (S. XV) Él es el Rey de la historia. |
La primera lectura nos recuerda que, a pesar de todas las
apariencias, las autoridades de este mundo reciben el poder de Dios, que es el
Señor de la historia. Esto no quiere decir que se trate de un poder absoluto,
de derecho divino y, por lo tanto, inopinable, sino todo lo contrario: quiere
decir que todo poder esta llamado, siempre y en todo momento, a responder ante
Dios de la veracidad y justicia de su propio ejercicio. Este es el reclamo de
la celebre sentencia evangélica sobre el tributo debido al Cesar y la entrega
completa a Dios.
Inspirarse en la Palabra de Jesús para tratar la
problemática del poder y la responsabilidad del cristiano en el mundo significa
distinguir dos planos distintos, el de Dios y el de los hombres, y saberlos
interrelacionar significa separar la cuestión del poder terreno —legítimo e
ilegítimo— de las exigencias de la voluntad de Dios. El evangelio nos recuerda
que no solo se debe responder de las decisiones públicas ante los hombres, sino
que todos son responsables de sus decisiones, públicas y privadas, ante Dios.
Como el poder del Cesar alcanza exactamente hasta donde
llegan las monedas con su efigie, Así el poder de Dios llega hasta donde
alcanza su imagen. Y puesto que el hombre es la criatura modelada por Dios a
imagen y semejanza (Gn 1,26), se sigue que, en cuanto "imagen" de Dios,
pertenecemos plenamente a Dios, que cualquier dimensión de nuestra vida se
refiere a él, incluida la política. Esto no nos mengua, sino mas bien nos ayuda
a liberamos de espejismos ante el poder y de colisiones frente a regimenes
económicos, políticos y militares que impidan a la humanidad realizar con
libertad y justicia su vocación de ser imagen de Dios. Distinguir los dos
planos, indicados claramente por Jesús también nos pone en guardia frente a las
recurrentes tentaciones integristas que anidan solapadamente bajo formas de "fundamentalismo cristiano".
Señor, tu eres el Rey de la historia y todo lo que haces es
para bien de los que te aman: incluso en las pruebas más difíciles. Te pedimos
que con la ayuda del Espíritu veamos con la luz de la fe los complejos
acontecimientos de la historia y contemplemos la mano amorosa que dirige el
maravilloso proyecto de salvación de tu pueblo y de toda la humanidad. Te damos
gracias porque nos llamas a colaborar en tus designios y nos pides que asumamos
responsabilidades civiles y políticas. La Palabra de tu Hijo es esclarecedora:
nos enseña a tomar conciencia de que el poder humano no puede ser ni "demonizado" ni divinizado, sino que en él se debe manifestar la
orientación de nuestra libertad.
Te damos gracias por crearnos a tu imagen y descubrirnos la
grandeza de la vocación cristiana. Gracias porque podemos responderte con
pequeñas y grandes cosas en la vida cotidiana, en el trabajo, en la política,
en el voluntariado, en los asuntos sociales y mundanos, sin evadirnos del
compromiso, la fatiga, ni las pruebas del tiempo: la fidelidad y la
perseverancia, Gracias porque con tu ayuda podremos vivir todo esto, dándole al
Cesar lo que es del César y a ti, nuestro Dios, cuanto es tuyo: nuestras vidas.
La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de
orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden
religioso. Pero precisamente de esta misión religiosa derivan funciones,
luces y energías que pueden servir pora establecer y consolidar la comunidad
humana según la ley [...].
El concilio exhorta a los cristianos, ciudadanos de la
ciudad temporal y de la ciudad eterna, o cumplir con fidelidad sus deberes
temporales, guiados siempre por el Espíritu evangélico. Se equivocan los
cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues
buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales,
sin darse cuenta de que a propia fe es un motivo que les obliga al más
perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno.
Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que
pueden entregarse totalmente a los asuntos temporales, como si éstos fuesen
ajenos del todo a la vida religiosa, pensando que éstos se reducen meramente
a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinados obligaciones
morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado
como uno de los más graves errores de nuestra época. Ya en el Antiguo
Testamento los profetas reprendían con vehemencia semejante escándalo. Y en
el Nuevo Testamento sobre todo, Jesucristo personalmente conminaba graves
penas contra él. No se creen, por consiguiente, oposiciones artificiales
entre las ocupaciones profesionales y sociales, por una parte, y la vida
religioso por otro. El cristiano que falta a sus obligaciones temporales
falta a sus deberes con el prójimo; falta, sobre todo, o sus obligaciones
para con Dios y pone en peligro su eterna salvación.
Concilio Vaticano II,
constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual,
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