Martín
Buber decía acerca de la palabra “Dios”:
«Dios... es la palabra más vilipendiada de todas las
palabras humanas. Ninguna ha sido tan mancillada, tan mutilada... Las
generaciones humanas han hecho rodar sobre esta palabra el peso de su vida
angustiada, y la han oprimido contra el suelo.
Yace en el polvo y sostiene el peso de todas ellas. Las
generaciones humanas, con sus partidismos religiosos, han desgarrado esta
palabra. Han matado y se han dejado matar por ella...
Los hombres dibujan un monigote y escriben debajo la palabra
«Dios». Se asesinan unos a otros, y dicen: «lo hacemos en nombre de Dios...»
Debemos respetar a los que prohíben esta palabra, porque se rebelan contra la
injusticia y los excesos que con tanta facilidad se cometen con una supuesta
autorización de «Dios». ¡Qué bien se comprende que muchos propongan callar,
durante algún tiempo, acerca de las «últimas cosas» para redimir esas palabras
de las que tanto se ha abusado!»”.
Continúa planteándose el mismo autor si será posible
“purificar la Palabra
de «Dios» de tanto vilipendio y mancillamiento”. Él piensa que no sólo es
posible sino necesario y que habrá que levantarla del suelo y erigirla en un
momento histórico trascendental.
He traído a colación estos famosos párrafos del filósofo
judío, porque habría que decir otro tanto del término quizá más usado en
nuestro lenguaje humano: “el amor”. También esta palabra ha sido maltratada,
vilipendiada, desprestigiada hasta el infinito. Pero de amor y casi sólo de
amor trata el Evangelio de Jesucristo. ¡Es tan necesaria hablar de Dios y de Amor! Dios es amor,
dice la Biblia. Jesucristo
es la expresión más elocuente de ese AMOR de Dios a los hombres. Y el mismo
Jesús propone como principal, si no único mandamiento: “amar a Dios sobre con
toda tu alma, con todo tu corazón, con todo tu ser y al prójimo como a ti
mismo”.
¡Cuán lejos
estamos de entender y practicar el amor! Es, sin embargo, la clave suprema para
traer al mundo la paz y la tan proclamada igualdad humana. Con tal de que la
entendamos como Jesús, siguiendo las viejas enseñanzas de su Pueblo: “no
oprimirás ni vejarás al emigrante... no explotarás a viudas y huérfanos... no
serás usurero con el pobre... si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo
devolverás antes de ponerse el sol”.
A lo que
hay que añadir hoy: serás fiel a tu palabra, juramento o promesa cuando
contraes matrimonio, cuando te comprometes a servir a tu Pueblo como
gobernante, maestro, médico, sacerdote... Renunciarás a tu bienestar, te sacrificarás
en tus gustos, aficiones, lujos con tal de que tus hermanos los hombres puedan
vivir con dignidad. Si así te comportas, has empezado a entender, dignificar la
palabra AMOR y a disfrutar de su ejercicio. Sólo entonces entenderás también la
palabra DIOS.
JOSÉ MARIA YAGÜE
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