Un año más vuelve la Cuaresma, tiempo de gracia, de
conversión, de escucha atenta de la Palabra de Vida. Cuaresma es camino a la
Pascua, no es fin, sino medio para la celebración anual del Misterio de Cristo
Resucitado. Cuaresma es adentrarse en la renovación, la restauración, en
el ritmo que nos ayude a volver a empezar, confesando nuestra fe bautismal,
renunciando a una vida sin Dios.
Es verdad que no hay Resurrección sin antes un Viernes
Santo, y que desde la luz pascual el camino cuaresmal adquiere tonos bien
distintos. El dolor, el sufrimiento y todas aquellas secuelas que ha dejado la
corrupción del pecado, encuentran una luz nueva y radiante en el grito de la
Pascua.
Pero la Cuaresma es también una ocasión propicia para la
vivencia de la fraternidad. Con el ayuno, la oración y la limosna se abren
vías nuevas que nos ayudan a ese renacer. El ayuno y la limosna no
tienen como fin un bienestar del cuerpo, que es capaz de privarse de alimentos
para armonizar la dieta, o para ayudar a la mente a una mayor fluidez, como
destacan algunas corrientes espirituales, aunque también.
El ayuno y la abstinencia tienen en la Iglesia, siguiendo la
tradición bíblica y patrística, un fuerte componente de solidaridad para con
los más pobres y de señorío de la vida interior.
La crisis económica que azota al planeta y que
adquiere particular virulencia en los sectores más débiles de la población,
como son los jóvenes, los ancianos, los enfermos, los inmigrantes y las
mujeres, dejando en la cuneta a muchos, hace necesario en la Iglesia una manera
de estar nueva y significativa, siguiendo los criterios de austeridad y
pobreza evangélica, para no ser escándalo de los más débiles.
Habría que cuidar mucho los detalles para evitar que la
ostentación y el lujo en el ajuar litúrgico, en las obras innecesarias, en
otros gastos superfluos, puedan ayudar a hacernos mas creíbles en una sociedad
que, a veces, carece de lo necesario.
No es oportuno decir que las instituciones caritativas de la
Iglesia están ayudando y excusar, así, gastos realmente suntuosos. No es por
lástima; es por justicia cuanto hace Cáritas. Pero también una austeridad en la
vida de los cristianos, que seamos capaces de quitarnos de la boca un poco
para ayudar a muchos que atraviesan por este momento de penuria.
La Cuaresma es llamada a esta vida austera, una vida que
camina con sencillez, se alimenta de lo esencial, comparte lo necesario y se
llena de la Palabra de Dios, que da sentido a su vida.
Es un momento en el que la honradez en la gestión de
nuestros trabajos y nuestros días reluzca como una paja brillante y dorada
en la inmensidad de un granero. En tiempos en los que la corrupción en la vida
pública escandaliza por su falta de honestidad, es momento de vivir desde la
verdad, la caridad, la justicia y la limpieza de corazón. “Bienaventurados
los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”.
Es la Cuaresma un tiempo propicio para revisar la
cotidianidad y revestirla de austeridad que sirva de ejemplo, de justicia que
ponga luz, de honestidad que devuelva el sabor de la política como servicio. En
definitiva, de verdad capaz de iluminar, con luz pascual, el camino de la
humanidad.
De Vida Nueva
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