Situación
Hay poco interés por la religión y lo que cuenta son, si
acaso, las experiencias religiosas. Alguna gente busca modalidades diferentes
de religión, que cada uno selecciona, dedicándose a lo que considera agradable
porque le asegura la experiencia religiosa más satisfactoria de acuerdo a sus
intereses o a las necesidades que tiene en ese momento.
La simpatía por un estilo de vida anti-cristiano o la
indiferencia por el mismo que los medios promueven, ha arraigado de forma tan
brillante e ingeniosa en los espectadores que, cuando la gente oye el mensaje
cristiano, inevitablemente lo encuentra muchas veces ideológico y
emocionalmente cruel en comparación con la ostensible "humanidad" de
la perspectiva anti-cristiana. Eso cuando no sucede lo contrario, es decir, que
sencillamente se ignora toda referencia religiosa. Una época de crisis como la
actual corre el riesgo de ser también época de desesperanza, dejando pasar un
momento de reflexión necesaria y de conversión.
Odres nuevos
Si la “nueva evangelización” quiere contrarrestar estas
distorsiones de la realidad religiosa y ética que los medios de comunicación han
logrado producir, los pastores, profesores y catequistas deberán mantenerse
mucho más informados acerca del reto que representa evangelizar en un mundo
dominado por dichos medios. Se trata de lograr pensar más allá de las
categorías habituales, que limitan y a veces envenenan el discurso tanto
privado como público. La cultura del individualismo debe ser contrarrestada con
la cultura de los valores, y en la
Iglesia con la creación de una variedad de nuevas comunidades
eclesiales, fundamentalmente alrededor de las parroquias, que son y serán las
piedras que edificarán las comunidades eucarísticas del futuro.
El empuje misionero de las nuevas realidades, de hecho, no debe
derivar de un entusiasmo emotivo y superficial, sino que debe surgir de experiencias
muy serias y exigentes de formación de los fieles laicos hacia una fe adulta,
capaz de responder adecuadamente a los desafíos de la secularización.
La novedad de las acciones, por lo tanto, no hay que
buscarla en sus métodos, sino en la capacidad de reafirmar la centralidad de
Jesucristo en la vida de los cristianos. También para la tarea de la nueva evangelización
es válido el antiguo adagio de que la acción expresa siempre lo que somos. La
evangelización por tanto no es una cuestión de “saber hacer”, sino que es sobre
todo una cuestión de “ser”, es decir, de ser cristianos verdaderos y
auténticos.
Conciencia viva: la fe es útil
Por tanto urge despertar la conciencia misionera de los
bautizados, y frente a la tentación de reducción de la fe a una simple opción
personal, es necesario crear espacios nuevos en los cuales sea posible entablar
un diálogo con quienes están alejados de Dios o no encuentran espacios, motivos
o razones para hablar.
Frente a la globalización y el secularismo crecientes, es preciso
renovar y cambiar los modelos de evangelización, comenzando por una formación
apropiada de todos los miembros de la Iglesia , y testimoniar la fe en el mundo sin
ignorar o descuidar las exigencias de la justicia en la Iglesia.
Todos los fieles cristianos necesitamos que se nos ayude a
ser conscientes de que somos partícipes de la misión de Cristo y auténticos
agentes de evangelización en el mundo actual. Evitemos por tanto ser museos y
convirtámonos en vida. De esa forma evitaremos un cierre de la Iglesia en sí misma
dejándola fuera del mundo, es decir, de la misión por todos.
Testimonio: vivir lo creído
El testimonio de fe se debe hacer en los ambientes, en las
realidades muy amplias del vivir humano, a las que, quizás, debamos prestar
mayor atención (escuela, universidad, hospitales, deporte, medios de
comunicación, mundo del trabajo, generación joven que acaso se pueda instruir
sobre la fe cristiana a través de Internet...). Es un testimonio que seguro que
produce frutos si se hace con paciencia, de persona a persona, integrando también
los múltiples grupos laicos, asociaciones, movimientos, grupos eclesiales. Ya
no vivimos en un contexto de cristiandad, pero seguimos organizándonos como si
todavía fuera así. No hay que pensar en términos de cobertura del territorio,
ni de reclutamiento de personal frente a problemas como el reducido número de
sacerdotes. Es preciso suscitar comunidades cristianas, vivas, alegres.
Como hemos indicado antes, la comunidad parroquial es la puerta
de la transmisión de la fe y de la experiencia eclesial, centro de irradiación
y de testimonio de vida cristiana. Presbíteros y laicos integrados en la
animación misionera, pues no podemos olvidar la gran riqueza que son los laicos
comprometidos en la comunidad parroquial. Esta vocación laical es uno de los
frutos más valiosos del Concilio Vaticano II, un impulso a la nueva evangelización
y a la transmisión de la fe.
Raúl Román Sánchez
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