Ante el vacío interior de nuestra sociedad, cuando faltan
referentes y todo se confía a la técnica y a la razón, es más necesario que
nunca abrirse al misterio. Los problemas humanos y sociales de nuestro mundo, a
pesar de (o precisamente por) los
recursos de que disponemos, nos ponen sobre aviso: hay que buscar las
soluciones más adentro, en lo interior del hombre. Y, sobre todo, sin perder la
relación psicológica con la fuente de la vida, con el misterio que nos
envuelve.
La cantilena
de algunos progresistas es echar la culpa de los males a la religión, que
funcionaría como cortapisa a la libertad humana. Pienso, por el contrario, que
tenía más razón Benjamín Franklin cuando
se preguntaba: “si los hombres son tan perversos teniendo religión, ¿cómo
serían sin ella? Las sociedades modernas más avanzadas presumen (salvo quizá
los EE.UU. de América) de secularismo y laicidad.
¿Hay
alguien que pueda mostrar que un hombre sin Dios y una sociedad sin religión
son mejores, más nobles, más libres? De verdad, ¿alguien puede pensar con
honestidad que el machismo, la violencia de género, la prostitución, los
abortos masivos, la muerte de inocentes, el tráfico de armas, el terrorismo, la
delincuencia, la corrupción al uso… son obra o consecuencia de las religiones?
Anda, ya…
Sin duda,
uno de los grandes problemas de nuestra época es la falta de referentes.
Padres, maestros, dirigentes sociales ven mermada su autoridad. Jóvenes y
súbditos en general se encuentran perdidos, sin hallar salidas a los graves
problemas que los aquejan (falta de trabajo, incertidumbre ante el futuro,
corrupción...). También la
Iglesia se ve privada
de credibilidad, sin la cual resultan vanos todos los esfuerzos para realizar
su misión dirigida precisamente a suscitar la fe. ¿Qué fe puede suscitar un
testigo carente de toda credibilidad?
El
referente fundamental nos lo presenta el Evangelio del domingo próximo.
Jesucristo en oración. Jesucristo transfigurado. Jesucristo presentado por el
Padre como el Hijo a quien hay que escuchar. Hoy escuchamos muchas cosas,
estamos en la civilización del ruido y de la imagen. Pero hay que escuchar más
adentro. Hay que atreverse a apagar TV, radios y móviles, para escuchar la voz
interior. En ella podemos escuchar a Dios mismo. Y transfigurarnos a imagen de
Cristo. Quien no se trans-figura acaba por des-figurarse. ¿No es esto lo que
está ocurriendo?
Y hablando
de referentes: no se pierdan a ese anciano de 86 años que conocemos como
Benedicto XVI. Después de 800 años, ha tomado por primera vez la tremenda
decisión que parecía imposible: renunciar al Papado. A su sabiduría teológica
ha unido eso tan poco común que es el sentido común. Y ha sido valiente creando
un precedente insospechado. No ha tentado a Dios, pretendiendo contar con una
asistencia especial y milagrosa del Espíritu Santo, que no es exigible cuando
no se utilizan bien todos los recursos y capacidades naturales. Se ha sentido
sin fuerzas y se ha dicho a sí mismo y nos ha dicho a todos: en el sano
ejercicio de la responsabilidad y, sobre todo, de la autoridad hay que saber
retirarse a tiempo. ¡Cuántos en la
Iglesia y en la sociedad civil deberíamos tomar ejemplo!
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