"El poderoso ha hecho cosas grandes por mí, su nombre es santo" (Lc 1,49)
Vídeo de la semana:
http://www.youtube.com/watch?v=7B1nepp2VyU
Lecturas del día:
http://www.servicioskoinonia.org/biblico/calendario/texto.php?codigo=20130210&cicloactivo=2013&cepif=0&cascen=0&ccorpus=0
El encuentro con Dios me hace entrever continuamente nuevos
espacios de amor y no me hace pensar lo más mínimo en haber hecho bastante,
porque el amor me impulsa y me hace entrar en la ecología de Dios, donde el
sufrimiento del mundo se convierte en mi alforja de peregrino. En esta alforja
hay un deseo continuo: «Señor, si quieres, envíame. Aquí estoy, dispuesto a
liberar al hermano, a calmar su hambre, a socorrerle. Si quieres, envíame».
En un mundo tan poco humano, donde la gente llora por las
guerras, por el hambre, el encuentro con Dios nos transforma, nos hace tener
impresos en el rostro los rasgos de Dios, nos hace tener en el rostro el amor
que hemos encontrado, junto con un poco de tristeza por no ver realizado este
amor. Yo he encontrado al Señor, pero he encontrado asimismo nuestras miserias
y, ante las más grandes injusticias -y muchas de ellas las he visto de manera
directa-, nunca he podido ni he querido decir: «Dios, no eres Padre». Sólo me
he visto obligado a decir justamente: «Hombre, hombre, no eres hermano». Y he
vuelto a prometer a mi corazón el deseo de llegar a ser yo más fraterno, más
hombre de Dios, más santo, a fin de propagar más el amor concreto que nos lleva
a socorrer a los hambrientos, a las víctimas de la violencia, a los que no
conocen ni siquiera sus derechos, a los que ya no se preguntan de dónde vienen
ni a dónde se dirigen.
Es preciso vivir el carácter cotidiano del encuentro con él,
cambiando nosotros mismos. He visto realizarse muchos sueños inesperados. Pero
el acontecimiento más extraordinario, que todavía me sorprende, empezó cuando
niños, jóvenes, personas de todas las edades, me eligieron como padre, como
consejero y como cabeza de cordada. No me esperaba precisamente esto, y cada
vez que un alma, un corazón, se confía a mí para que le aconseje, dentro de mí
caigo de rodillas y me repito: «¿Quién soy yo, quién soy yo para ser digno de
guiar a personas más buenas que yo? No, no soy digno, pero, Señor, por tu
Palabra, también yo “me volveré red” para tu pesca milagrosa».
(E. Olivero, Amare
con il cuore di Dio, Turín 1993, pp. 7-9).
Vídeo de la semana:
http://www.youtube.com/watch?v=7B1nepp2VyU
Lecturas del día:
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