Hablábamos la semana pasada de la necesidad de referentes. Al
hilo de las palabras evangélicas puestas en boca del Padre “escuchad a mi Hijo
amado”, proponíamos a Jesús como el referente necesario para el mundo de hoy.
En el evangelio del próximo domingo, la propuesta es bien concreta. Veamos como
reacciona Jesús ante “la noticia del día”. Eso que tanto nos interesa en la
actualidad.
Se
presentan a Jesús “algunos” para contarle una barbaridad: el gobernador Pilato
ha asesinado a un grupo de galileos, con el agravante de mezclar su sangre con
la de las víctimas de los sacrificios al pie del Altar. La corrupción del poder
no es cosa de ahora. En otros tiempos ocurrían cosas peores. Los poderosos no
sólo se aprovechaban de los bienes ajenos, también disponían con demasiada
frecuencia de la vida de los súbditos. Y eso por motivos triviales.
¿Qué
responde Jesús? ¿Se une a la queja o a la protesta? Sería lo lógico ante tamaño
abuso de poder. Es lo que sabemos hacer hoy: ante los Bárcenas, Urdangarín,
Blanco, Método 3, etc. etc., ¿qué nos queda sino el chismorreo, siguiendo las
pautas de las tertulias radiales y televisivas? O bien la manifestación
callejera para protestar contra lo mal que lo están haciendo nuestros
gobernantes. Sabemos que todo esto no nos lleva a ninguna parte, y que –en
ocasiones- empeora las cosas (imagen pública de España, decaimiento de la
autoestima, impedir las serenas y equitativas sentencias de los jueces...).
Pero no encontramos otros cauces para expresar nuestro descontento sino el
pataleo. Con lo que desde los medios, la calle y la tertulia vamos creando un
creciente clima social de crispación, descontento y desaliento personal y
colectivo.
Jesús
sugiere otra alternativa. A la brutal noticia recibida, añade el recuerdo de
otra terrible calamidad: una torre que se cae y aplasta a 18 personas. Y
enseguida, cambia de registro. En lugar de buscar culpables, aprovecha el
momento para obligar a los oyentes a entrar dentro de sí mismos, a bucear en el
yo para encontrar las propias responsabilidades.
Podemos
pasarnos la vida “echando balones fuera”, responsabilizando de todo a los
adversarios, a los gobernantes, a los súbditos... Y, a la vez, ser incapaces de la menor autocrítica. Como
dicen los chinos, lo que procede es “darse un par de vueltas por la propia casa
antes de querer arreglar el mundo”. Este es el camino sugerido por Jesús: “no
penséis que vosotros sois mejores”.
Y dando por
supuesto lo que es obvio, que nadie es inocente, propone la parábola de la
higuera que año tras año permanece estéril y no da fruto. Hay que cortarla.
Queda claro que el dueño de la higuera no es ni vengativo ni impaciente. Otorga
nuevos plazos. Pero, al final, cada uno tiene que dar los frutos que de él se
pueden esperar según las capacidades y recursos recibidos. A esta inmersión
responsable en el “yo mismo”, es a lo que se nos invita en medio de este
desajustado y calamitoso mundo que nos toca vivir. Hay que examinarse sobre las
propias corruptelas, desidias, pereza, caminos fáciles...Ser menos fiscales de
los demás. Dar plazos. Y cambiar, es decir, dar buenos frutos. Menos lamentarse
y más producir.
JOSÉ MARÍA YAGÜE
No hay comentarios:
Publicar un comentario