"Envía tu luz y tu verdad; que ellas me guíen hasta tu monte
santo, hasta tu morada" (Sal 42,3)
Tansfiguración. Teófanes el griego. Siglo XIV |
La liturgia de hoy nos pide caminar por un sendero
estrecho y áspero. Es el camino de la fe obediente que exigió a
Abrahán unas rupturas concretas y dirigirse a metas desconocidas. Es el camino
de la difícil perseverancia que exige a Timoteo vencer el desaliento
y una generosidad renovada del don de sí. Es el camino del sufrimiento
y de la muerte que Jesús recorre plenamente consciente,
preparando a sus discípulos para que también lo afronten con fortaleza. Sin
embargo, es el único camino que conduce a la verdadera vida, a la gloria
auténtica, a la luz sin ocaso.
Ya desde ahora se nos concede pregustar un poco aquel
esplendor para proseguir con nuevo impulso caminando. La promesa de la
bendición divina colmó de esperanza la vida de Abrahán; la fuerza de Dios ayuda
a Timoteo a obtener la gracia de Cristo para difundir el Evangelio con
entusiasmo; la visión de Cristo transfigurado corrobora a los discípulos en la
hora de la ignominia y de la cruz. El Espíritu Santo no deja nunca de
alentarnos.
El sufrimiento es fiel compañero en el camino de la vida, pero
en la prueba no estamos solos: Jesús está a nuestro lado como "varón
de dolores que conoce bien lo que es sufrir", como el primero que ha
llevado el peso de la cruz. Esto basta para mantenernos confiados en que su
poder se manifiesta plenamente en nuestra debilidad; nos inyecta ánimo para
asumir estas opciones en el camino hacia la pascua y para dar testimonio de la
resurrección.
Jesús, tú eres el Señor: has mostrado tu rostro
radiante de luz a tus discípulos, poco antes confusos por la predicción de tu
pasión y ahora temerosos ante la gloria que irradias. Siempre nos supera tu
misterio.
Tú eres el Señor: como hijo predilecto del Padre, has
recorrido primero y ahora abres para nosotros el camino de la obediencia de fe,
que nos parece imposible; de la perseverancia, que estimamos inútil; de la
esperanza, que juzgamos insostenible.
Tú eres el Señor: y queremos confiar en ti porque es
demasiado arduo el camino, demasiado oscuro el sendero; no sabemos recorrerlo
solos, pero contigo, nuestro buen Pastor, el sendero es seguro, desaparece el
miedo, y la fatiga es una ofrenda generosa.
Al elegido y amado de Dios se le muestra, de tiempo en
tiempo, algún reflejo del rostro divino, como una luz oculta entre las manos
que ya aparece, ya se esconde, a gusto del portador, para que, por estos
reflejos momentáneos y fugitivos, se inflame el alma en deseos de la plena
posesión de la luz eterna y de la herencia en la total visión de Dios. Y para
que de algún modo se dé cuenta de lo que le falla todavía, no es raro que la
gracia, como de pasada, haga vibrar sus sentimientos amorosos y la arrebate y
la conduzca al seno del día que está lejos del mundanal ruido, en el gozo del
silencio. Y allí, por un momento, por un instante, según su capacidad, El mismo
se le muestra y le ve tal como es. A veces, trasformándole en Él mismo, para
que sea, en su medida, como es Él.
Habiendo así comprendido la diferencia entre el Puro y lo
impuro, vuelve el hombre sobre sí mismo para darse más a la purificación del
corazón, preparándose para la visión [...]. Nada mejor para descubrir la
imperfección humana que la luz del rostro de Dios, el espejo de la visión
divina (Guillermo de Saint-Thierry, Carta de oro, nn. 268ss, passim).
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