Sí, acabo
de cometer un disparate. Me he liado con eso de las ideologías y las
idolatrías. Y me ha salido ese neologismo o barbarismo o vulgaridad, ¡vaya
usted a saber!, y he escrito “ideolatrías”. Pues vale por una vez, porque tiene
su qué. De hecho,
el terminillo o terminajo refleja una realidad muy actual. A falta de adorar al
Dios verdadero, nos hemos puesto a adorar a algunas ideas. Ya no son idolillos,
como los que tenemos en nuestra imaginación, aquellos objetos de barro, madera
o bronce a los que adoraban los pueblos primitivos. Ahora se nos ocurre adorar
ideítas, tan pequeñas como ampulosas ideas. Y perdonen las barbaridades que voy
a decir, todas ellas políticamente incorrectas.
Adoramos,
por ejemplo la idea de la democracia. No, por cierto, a la democracia real, de
la que todos andamos muy lejos. Todos tenemos que proclamar que somos
demócratas. Porque de lo contrario somos franquistas, fascistas y merecemos ir
al paredón. A falta de democracia, adoramos su idea, mientras no nos merece
ningún respeto el que piensa de manera diferente. Y el de la otra acera apréstese para recibir toda suerte de
improperios. Eso sí, el que insulta más y más fuerte es más demócrata. Repasen
nuestro bestiario político y verán si tengo razón.
Adoramos la
idea del bienestar. Por supuesto la de nuestro bienestar. Ese bienestar incluye
todos los derechos: educación gratuita, sanidad gratuita, autovías gratuitas,
derechos sin límites como el de fornicar mucho, engendrar poco y no parir nada.
Puede haber o no haber dinero, eso no cuenta. Lo que no puede haber son
recortes económicos. Menos aún recortes a mi modo de entender la libertad.
Adoramos,
por supuesto, la idea de que los trabajadores tienen derecho al trabajo, al
salario justo, al subsidio de desempleo... Pero todo el sistema está ideado
para hacer del trabajador un instrumento, un número que produce y consume. En
la realidad, cada día más pobre y con menos derechos. De reconocerlo como
persona, nada de nada. Empezando por nuestros sindicatos a los que también se
puede aplicar aquello que Jesús decía de sacerdotes y letrados: que dicen y no
hacen. Utilizando abiertamente las leyes
que favorecen los despidos y que demagógicamente condenan.
Adoramos
(aquí se restringe el número pero van siendo muchos) la idea de emborracharse
los fines de semana. El problema es que aquí sí, esa idea se convierte en
botellón, en cogorzas de jóvenes y adolescentes que no tienen nada mejor que
hacer los fines de semana. Penoso pero real. Ideolatría e idolatría terrible y
nociva.
Adoramos,
¿cómo no?, la idea de ser ricos, de tener mucho y de todo, del placer sin
cortapisas, de sobresalir en ostentación, de obtener mucho trabajando poco, de
una felicidad sin límites, de la plena e inmediata satisfacción de todos los deseos...
Pero nos vamos encontrando con más pobreza, con más tristeza, con menos alegría
interior, con diferencias abismales entre las personas, tantas que muchos dejan
sus vidas en el mar o las alambradas fronterizas con tal de poder comer... ¿No
va siendo hora, amigos, de decir con Jesús: “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a
él servirás?
JOSÉ MARÍA YAGÜE
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