El centro de ese relato complejo, llamado
tradicionalmente “La transfiguración de Jesús”, lo ocupa una Voz que viene de
una extraña “nube luminosa”, símbolo que se emplea en la Biblia para hablar de la
presencia siempre misteriosa de Dios que se nos manifiesta y, al mismo tiempo,
se nos oculta.
Pero la Voz
añade algo más: “Escuchadlo”. En otros tiempos, Dios había revelado su
voluntad por medio de los “diez mandatos” de la Ley. Ahora la voluntad
de Dios se resume y concreta en un solo mandato: escuchad a Jesús. La escucha
establece la verdadera relación entre los seguidores y Jesús.
Al oír esto, los discípulos caen por los suelos “llenos
de espanto”. Están sobrecogidos por aquella experiencia tan cercana de Dios,
pero también asustados por lo que han oído: ¿podrán vivir escuchando solo a
Jesús, reconociendo solo en él la presencia misteriosa de Dios?
Entonces, Jesús “se acerca y, tocándolos, les dice:
Levantaos. No tengáis miedo”. Sabe que necesitan experimentar su cercanía
humana: el contacto de su mano, no solo el resplandor divino de su rostro. Siempre
que escuchamos a Jesús en el silencio de nuestro ser, sus primeras palabras nos
dicen: Levántate, no tengas miedo.
Muchas personas solo conocen a Jesús de oídas. Su nombre les
resulta, tal vez, familiar, pero lo que saben de él no va más allá de algunos
recuerdos e impresiones de la infancia. Incluso, aunque se llamen cristianos,
viven sin escuchar en su interior a Jesús. Y, sin esa experiencia, no es
posible conocer su paz inconfundible ni su fuerza para alentar y sostener
nuestra vida.
Cuando un creyente se detiene a escuchar en silencio a
Jesús, en el interior de su conciencia, escucha siempre algo como esto: “No
tengas miedo. Abandónate con toda sencillez en el misterio de Dios. Tu poca fe
basta. No te inquietes. Si me escuchas, descubrirás que el amor de Dios
consiste en estar siempre perdonándote. Y, si crees esto, tu vida cambiará.
Conocerás la paz del corazón”.
En el libro del Apocalipsis se puede leer así: “Mira, estoy
a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su
casa”. Jesús llama a la puerta de cristianos y no cristianos. Le podemos abrir
la puerta o lo podemos rechazar. Pero no es lo mismo vivir con Jesús que sin él.
De Eclesalia.net
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