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martes, 18 de marzo de 2014

DAME DE ESA AGUA

             Entramos en el centro, en el núcleo de la Cuaresma. Tres semanas, tres domingos en los que la Iglesia nos propone y ofrece lo mejor que tiene: tres relatos del evangelio de San Juan en los que se desvela el misterio de Cristo. Como no se puede expresar en directo, se usan tres símbolos. Agua, Luz, Vida. Todo bautizado debería saberlo. Jesucristo es todo eso. Y a todo hombre o mujer de buena voluntad, cristiano o no,  hay que decírselo. Para que, al fin, cada uno termine diciendo: Señor, dame de esa agua; Señor, que yo vea; Señor, que yo resucite a la Vida nueva que sólo Tú puedes ofrecer. Vayamos con lo primero.

            Un encuentro casual. Jesús tiene sed y está cansado. Una mujer llega al pozo a buscar agua. Como los pueblerinos íbamos a la fuente de nuestro pueblo –la del mío estaba en el camino de Cantalpino- a buscar agua. No eran tiempos los de Jesús ni los de nuestra infancia de agua en las casas, de abrir el grifo y ya. Tanta abundancia de hoy también tiene sus riesgos. ¿Por qué, saciados de todo, llegamos a sentir con frecuencia una tristeza dulzona y casi infinita, una sed de algo más? Lo que sigue es lo más normal. Jesús sediento pide a la mujer que lleva su cántaro que le dé un trago de agua. Pero la señora no está por la labor. ¿Cómo tú, siendo judío,  me pides de beber a mí que soy samaritana? La fastidiamos. Mal comienzo para una relación natural, sana y productiva. Ante algo tan sencillo, cotidiano y universal como la sed y el agua para quitarla, se mete una cuña, una barrera. Tú judío, yo samaritana. ¿Y qué tendrá que ver eso con la sed y el agua? ¿Nos damos cuenta de que nos salimos por la tangente a cada instante? Es que, con tal de no entendernos, hay que señalar siempre las diferencias. Hombre-mujer; rico-pobre; joven-mayor; europeo-subsahariano; español-catalán; pepero-pesoista (aunque los primeros tengan nada de populares y los segundos muy poco de socialistas). Y un largo etcétera. Con lo fácil que sería atenerse a lo evidente: soy persona humana ante otra persona humana. Toma un trago de agua y luego hablamos.

            Menos mal que Jesús sí lo ve claro y además tiene algo que ofrecer. Hace caso omiso de sus diferencias, no entra al trapo y va a lo suyo. “Si conocieras el don de Dios”. Pronto cae en la cuenta la señora de que ella es la sedienta: “dame de esa agua”. Al final, ya no le da sólo un trago de agua sino que deja allí el cántaro. Para que Jesús y los suyos puedan sacar agua del pozo y beber en abundancia. Mientras tanto, la señora se va al pueblo a contar lo que acaba de encontrar. Que sepamos, es la primera misionera, mujer y extranjera.

            Esto se llama aprovechar las ocasiones. Cansado y sediento, Jesús convence a una mujer de que le falta lo principal: el don de Dios. ¿No es una parábola maravillosa? ¿Y no debería ser todo mucho más fácil? También nuestra iglesia está cansada, es incluso vieja. Pero, si cree, si creemos, sabremos no entrar al trapo en cuestiones ideológicas y marcar diferencias, y ofreceremos la Palabra justa. Al mundo autosuficiente, ahíto de bienes y codicia. Y al mundo de los pobres que carecen de todo, pero quizá están más abiertos para recibir el don de Dios, el agua viva que salta hasta la vida eterna.

                                                                                            JOSÉ MARÍA YAGÜE






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