El evangelio que se proclamará el próximo domingo es de los
más conocidos. Todo el mundo sabe de qué va lo del buen samaritano. Al menos
eso espero, porque es tal la ignorancia actual en materia religiosa que con
frecuencia nos llevamos sorpresas. ¿Han advertido cómo tropiezan en asuntos
religiosos los admirables concursantes televisivos?
Pues bien, esta parábola del Buen Samaritano tiene tres momentos superinteresantes,
descritos con tres verbos: ver, acercarse, cuidar. Como dice la primera lectura
de la misa del mismo domingo, “el mandamiento no está lejos, está en tu mente y
en tu corazón”; es más que sencillo, no hay que subir a las cumbres o bajar a
los abismos para conocer el mandamiento de Dios. Más que probable es, sin
embargo, que falte el interés por conocer ese mandamiento. Y así nos va. Nos
habitan la insolidaridad, la ausencia de la compasión y la indiferencia ante el
dolor. También a
nosotros se nos hace la pregunta de Dios a Caín: ¿Dónde está tu hermano? Frente
a la “globalización de la indiferencia”, Jesús propone tres actitudes
reflejadas en tres verbos: ver, acercarse, cuidar. Siempre tuvo actualidad el
mandamiento del amor, pero hoy se ha vuelto imprescindible para salvar las
relaciones humanas y hacer posible la convivencia en justicia.
Ante la
pavorosa crisis económica que afecta a los de lejos y ahora también a los de
cerca, lo más cómodo (¿también lo más común?) es mirar para otro lado y dar el
consabido rodeo: los políticos tienen la culpa, que lo arreglen ellos; no es de
nuestra competencia. “Eso no es posible”, acaba de gritar el Papa. No es
posible en esta situación ver a un cura o a una monja con un coche último
modelo.
Pero eso
vale para todos, no sólo para los curas. En la isla de Lampedusa, puerta de
Europa para pateras que llegan o no desde África, el Papa Francisco acaba de
decir: “Hoy nadie se siente responsable de esto; hemos perdido el sentido de la
responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y
del servidor del altar, del que habla Jesús en la parábola del Buen Samaritano:
miramos al hermano medio muerto en el borde del camino, quizá pensamos
"pobrecito", y continuamos por nuestro camino, no es tarea nuestra; y
con esto nos tranquilizamos y nos sentimos bien. La cultura del bienestar, que
nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos vuelve insensibles a los gritos de
los demás, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bellas, pero no son nada,
son la ilusión de lo fútil, de lo provisorio, que lleva a la indiferencia hacia
los demás, es más lleva a la globalización de la indiferencia. En este mundo de
la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos
habituado al sufrimiento del otro, no nos concierne, no nos interesa, no es un
asunto nuestro!”.
Basta ya.
Retomemos todos el Evangelio: Mirar para ver. No pasar de largo, acercarse al
que sufre, sea de lo que sea. Y cargar con el medio muerto para cuidar de él. Sólo
el amor inteligente y compasivo, tierno y eficaz a la vez, sacará a este mundo
nuestro de la postración y nos salvará a nosotros mismos, de la indiferencia,
el hastío y la estupidez colectiva en que estamos inmersos.
José María Yagüe
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