"Haz esto y vivirás" - "Vete y haz tú lo mismo" (Lc
10,28.37)
La primera lectura está armonizada con la del evangelio: en
ambas podemos recoger dos mensajes para profundizar en ellos y actualizarlos.
El primero es el de la proximidad. El texto del Deuteronomio afirma
que la Palabra
de Dios se ha hecho «próxima», se ha hecho accesible y practicable.
El mandamiento de amar al prójimo está cerca del corazón del hombre; de hecho,
lo comprende y lo pone en práctica hasta un samaritano, aunque no reconozca más
que una parte de la
Escritura (el Pentateuco) y sea considerado por los judíos
como alguien medio pagano, mientras que, de manera extraña, en la observancia
de este mandamiento se muestra inseguro el maestro de la Ley y fallan del todo el
sacerdote y el levita, que anteponen la pureza legal (cf. Lv 22,4-7)
a la ayuda a una persona. Por otra parte, la parábola del buen samaritano da la
vuelta a la idea de prójimo: no se trata de alguien que se acerca a ti, sino de
que tú debes acercarte al necesitado. El momento de tomar la iniciativa no
depende del carné de identidad del otro, sino de tu capacidad de «compasión».
El principio de la proximidad no está fuera, sino dentro de nosotros. Las
ocasiones de actualizarlo se nos presentan de continuo.
Como a ti mismo... |
Un segundo mensaje que se desprende de las dos lecturas está
en el nexo entre la observancia de los mandamientos, en particular el
de la caridad, y la vida. En el fragmento del Deuteronomio, la vida
es la de este mundo, sostenida por la abundancia de los bienes materiales, en
los que se reconoce de modo concreto la bendición de Dios. En cambio, en el
evangelio la pregunta versa sobre la vida eterna, una vida cualificada por la
comunión con Dios, antes que por su duración perenne. En ambos casos, el camino
de la vida pasa por la observancia del doble mandamiento de amar a Dios y al
prójimo. Si en otro lugar se dice que la vida nace del amor que recibimos, aquí
se afirma que la vida se desarrolla en virtud del amor que somos capaces de
dar. Quien quiera plenitud de vida sabe ahora cómo alcanzarla y puede
examinarse sobre su camino: si ha seguido los pasos del buen samaritano o los
del sacerdote y el levita.
Proyectando la luz de estos mensajes sobre nuestra vida,
podemos ver las realizaciones positivas, las ocasiones en las que nos hemos
hecho prójimos y otras en las que tal vez han prevalecido en nosotros el
cierre, la discriminación, el miedo a ser molestados por aquel que con
distintas necesidades esperaba nuestra ayuda. Demos gracias al Señor por el
bien que hayamos hecho y pidámosle perdón por las omisiones. Invoquemos al
Espíritu Santo, que «da la vida» y es fuente del amor, para que abra nuestros
ojos y nos demos cuenta de los necesitados, para que nos inspire las
iniciativas adecuadas y dé fuerza de amor a nuestro corazón para llevarlas a
cabo. Y, sobre todo, elevemos una oración de alabanza al Señor, que nos ha
revelado el camino de la vida y ha suscitado en la historia de la Iglesia todo un ejército
de santos y santas que han seguido el ejemplo del buen samaritano.
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