“No he
visto ningún coche fúnebre seguido del camión de mudanzas”. Sin duda, este
nuevo Papa tiene humor y sabe usar las imágenes y pequeñas parábolas con
maestría. No dice aquí nada nuevo, pero nos predispone a acoger de buen grado
esa pura verdad que siempre dijimos: tras la muerte no nos llevamos nada. El
rey y el mendigo son igual de pobres en la sepultura, por diferentes que sean
sus túmulos.
Pero esta
verdad elemental no nos impide apegarnos a las cosas y, sobre todo, a los
dineros como lapas. Y como la lapa vive inseparablemente unida a la roca, así
nosotros dependemos y nos hacemos esclavos de nuestras posesiones.
En lugar de
manejar con libertad las cosas, vivimos para acumular, conservar, proteger y
dar brillo a lo que creemos poseer para siempre. Así nos va. Nos cansamos de
limpiar muebles, poner orden en los armarios, sortear las lámparas de los
salones, y nos falta la disponibilidad para el disfrute de lo natural, de lo
sencillo, y para la alegría. Transferimos nuestra propia identidad a las cosas
que poseemos.
Jesucristo,
cuando envía a sus discípulos a anunciar el Reino de Dios, les sugiere que
vayan ligeros de equipaje: “no llevéis talega, ni dinero, ni dos pares de
sandalias”. Es decir, no acaparéis. Cargad estrictamente lo necesario. No es
inteligente ponerse en camino para un largo recorrido con una mochila cuyo peso
no soportan tus espaldas.
Difícil lo
tenemos si queremos ser cristianos y vivir como tales en nuestra sociedad
capitalista de la publicidad y la mentira. Lo único que hace creíble a la
iglesia y a los cristianos –mucho más a obispos, clérigos y monjas- es la
austeridad y la pobreza. Si almacenamos como todos y, sobre todo, si
priorizamos la obtención de los medios económicos para realizar nuestra misión,
es que no creemos en la fuerza de la
Palabra y el mensaje que anunciamos. Ésta, me parece, la peor
tragedia de nuestra Iglesia. Tan grave o más que los dichosos abusos sexuales.
No que éstos no sean graves, despreciables, terribles. Pero, por muchos que
sean y se aireen, son casos puntuales. El problema de la falta de austeridad y
desobediencia formal a Cristo en el asunto de la pobreza es que está
generalizado y comienza particularmente en la cúpula eclesial, en el Vaticano.
En cambio,
cuando todo el mundo depende de los dineros y aparecen hombres y mujeres
austeros y pobres, que viven con lo imprescindible y comparten, gozosos y
libres, esos sí cuestionan a la gente y su palabra resulta creíble.
No vale ya
para nadie el yo trabajo, yo me lo gano, yo me lo gasto a mi manera. Cuando en
Extremadura o Andalucía sus respectivas Juntas tienen que acudir a organizar
comedores para que miles de niños no pasen hambre, nadie tenemos derecho a
mirar para otro lado.
Bravo por
el papa Francisco que nos lo recuerda más con los hechos que con las palabras.
Esperen y verán lo que este papa nos depara.
JOSÉ MARÍA YAGÜE
No hay comentarios:
Publicar un comentario