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martes, 30 de julio de 2013

GUARDAOS DE TODA CLASE DE CODICIA

           ¿Es la codicia el peor mal de nuestros tiempos? Junto al “afán excesivo de riquezas”, el  diccionario de la RAE, ofrece una segunda definición de codicia: “deseo vehemente de algunas cosas buenas”. Y añade otra muy curiosa que tiene que ver con la tauromaquia: la cualidad del toro que persigue, también con vehemencia, el engaño.

            Es decir, que “toda clase de codicia”, de la que nos previene Jesús, tiene un denominador común: el exceso, la vehemencia. Justamente ese exceso y esa vehemencia es la que nos ofusca con frecuencia. Y nos podemos convertir los humanos en toritos bravos que ciegamente quedamos atrapados por el engaño o los engaños.

            No quisiera yo moralizar a partir  de la tragedia de la curva de Santiago en la que han perdido la vida, de momento, 79 personas y permanecen, en el día que escribo, otras setenta heridas, veinte de ellas muy graves. Este hecho se lamenta y bien haremos en rezar y mostrar, de la manera que sea posible para cada uno, nuestra condolencia y solidaridad con las víctimas. Lejos de mí también el hacer leña del árbol caído, sea el maquinista del tren o las empresas públicas gestoras del transporte ferroviario (RENFE y Adif). Que, al final, ambos serán responsables de uno u otro modo y pagarán las consecuencias.

            Ahora bien, algo debemos aprender todos de estos hechos. Y yo me pregunto si no padecemos todos hoy en España de la codicia de la velocidad. Corremos mucho a veces para llegar a ninguna parte. ¿No estaremos todos corriendo demasiado pero sin timón y para llegar a ninguna parte?

            Por supuesto, el evangelio nos previene ante todo de la codicia de las riquezas, no porque éstas sean malas en sí, sino porque el afán excesivo por conseguirlas y retenerlas nos ha llevado y lleva a empobrecer a otros y a no compartir con los más necesitados. Pero hoy habrá que señalar con fuerza otros “vehementes deseos” nada sanos: la competencia en obtener cotas, a costa de lo que sea, en deportes, en eficacia productiva, en beneficios empresariales, en audiencia... en todo aquello que nos hace sentir superiores a los demás. Con lo que el ser humano se convierte en muñeco o marioneta, títere al servicio del beneficio. Naturalmente de los más listos. Lo dicho por el DRAE: torito ciego que embiste al trapo. Que para eso está la publicidad.

            Claro que también se da el vicio contrario. El de quienes, hartos de tanta competencia, velocidad y otras modas, ya sienten lo de “vacuidad de vacuidades y todo vacuidad”. Ese relativismo que tan bien describe el desconcertante libro bíblico del Eclesiastés. Como todo da igual, no valen la pena ni el trabajo, ni el esfuerzo, ni el esmero y delicadeza para realizar bien la tarea de cada día.

            Frente al afán desmedido y el escepticismo paralizante, hay que “buscar los bienes de arriba”. Con la libertad de espíritu de quien no se deja seducir ni por las bagatelas de este mundo ni por la mediocridad a la que conduce el “todo es da igual”.


                                                                  JOSÉ MARÍA YAGÜE CUADRADO


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