¿Es la codicia el peor mal de nuestros tiempos? Junto al
“afán excesivo de riquezas”, el
diccionario de la RAE ,
ofrece una segunda definición de codicia: “deseo vehemente de algunas cosas
buenas”. Y añade otra muy curiosa que tiene que ver con la tauromaquia: la
cualidad del toro que persigue, también con vehemencia, el engaño.
Es decir,
que “toda clase de codicia”, de la que nos previene Jesús, tiene un denominador
común: el exceso, la vehemencia. Justamente ese exceso y esa vehemencia es la
que nos ofusca con frecuencia. Y nos podemos convertir los humanos en toritos
bravos que ciegamente quedamos atrapados por el engaño o los engaños.
No quisiera
yo moralizar a partir de la tragedia de
la curva de Santiago en la que han perdido la vida, de momento, 79 personas y
permanecen, en el día que escribo, otras setenta heridas, veinte de ellas muy
graves. Este hecho se lamenta y bien haremos en rezar y mostrar, de la manera
que sea posible para cada uno, nuestra condolencia y solidaridad con las
víctimas. Lejos de mí también el hacer leña del árbol caído, sea el maquinista
del tren o las empresas públicas gestoras del transporte ferroviario (RENFE y
Adif). Que, al final, ambos serán responsables de uno u otro modo y pagarán las
consecuencias.
Ahora bien,
algo debemos aprender todos de estos hechos. Y yo me pregunto si no padecemos
todos hoy en España de la codicia de la velocidad. Corremos mucho a veces para
llegar a ninguna parte. ¿No estaremos todos corriendo demasiado pero sin timón
y para llegar a ninguna parte?
Por
supuesto, el evangelio nos previene ante todo de la codicia de las riquezas, no
porque éstas sean malas en sí, sino porque el afán excesivo por conseguirlas y
retenerlas nos ha llevado y lleva a empobrecer a otros y a no compartir con los
más necesitados. Pero hoy habrá que señalar con fuerza otros “vehementes deseos”
nada sanos: la competencia en obtener cotas, a costa de lo que sea, en
deportes, en eficacia productiva, en beneficios empresariales, en audiencia...
en todo aquello que nos hace sentir superiores a los demás. Con lo que el ser
humano se convierte en muñeco o marioneta, títere al servicio del beneficio.
Naturalmente de los más listos. Lo dicho por el DRAE: torito ciego que embiste
al trapo. Que para eso está la publicidad.
Claro que
también se da el vicio contrario. El de quienes, hartos de tanta competencia,
velocidad y otras modas, ya sienten lo de “vacuidad de vacuidades y todo
vacuidad”. Ese relativismo que tan bien describe el desconcertante libro
bíblico del Eclesiastés. Como todo da igual, no valen la pena ni el trabajo, ni
el esfuerzo, ni el esmero y delicadeza para realizar bien la tarea de cada día.
Frente al
afán desmedido y el escepticismo paralizante, hay que “buscar los bienes de
arriba”. Con la libertad de espíritu de quien no se deja seducir ni por las
bagatelas de este mundo ni por la mediocridad a la que conduce el “todo es da
igual”.
JOSÉ MARÍA YAGÜE CUADRADO
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