Le pasó a
Abraham. Recibió en su tienda a tres misteriosos personajes, les ofreció un
espléndido banquete y, al marcharse, le dejaron la promesa de un hijo. La
bendición entró en su casa de la mano de la generosa acogida, de la
hospitalidad.
Jesús fue
acogido por Marta y ella se desvivía para servirlo. Todos los esfuerzos eran
poco para ofrecerle todo lo mejor con lo que se quiere obsequiar al amigo. No
da abasto. Por eso se queja de la hermana que, descuidando al parecer los deberes
hospitalarios, se ha puesto a los pies del Señor para escuchar lo que sale de
su boca. Hay una nueva manera de ser hospitalarios, de acoger: escuchar. A
juzgar por la sentencia de Jesús, ésta es más importante y decisiva.
Aprendemos
así que antes de dar hemos de recibir. Recibir a la persona, acogerla,
escucharla. Esto es lo más difícil. Generalmente nos ponemos a la defensiva por
temor a lo que nos pueda pedir, a que nos desestabilice. Es la acogida al Otro,
por la fe y la confianza, lo que fundamenta una relación nueva y creadora. “El
creyente es transformado por el Amor, al que se abre por la fe, y al abrirse a
este Amor que se le ofrece, su existencia se dilata más allá de sí mismo”. Así
acaba de escribir Francisco I en la novísima Encíclica Lumen fidei.
Estos
personajes bíblicos, Abraham, Marta, María se dilatan más allá de sí mismos.
Son padres y madres con un largo recorrido histórico. Abraham, a través del
hijo de la promesa, es el padre de una multitud de pueblos. Es modelo de fe
para todos los creyentes. No puede entenderse la historia judeo-cristiana sin
Abraham. Pero todo tiene su origen en la acogida de aquellos tres personajes
misteriosos, a los que escucha, cree y recrea en una cena enamorada.
Marta y
María serán las dos primeras creyentes en Jesús. “Sí, Señor, yo creo que tú
eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”, confiesa
Marta. Y María correrá a anunciar a los apóstoles que ha visto al Señor
resucitado, tras haberle visto morir a los pies de la cruz.
Las
lecturas de este próximo domingo ofrecen diversos rasgos de esta hospitalidad
creadora. En nuestra sociedad, la sospecha y la desconfianza nos están
impidiendo acoger al hermano, escuchar, confiar, en definitiva, amar.
Hemos
sustituido la franca y recíproca acogida personal por la desconfianza. Ésta nos
hace frágiles y débiles. Los dedos se nos vuelven huéspedes. Sí, hay mucha
corrupción entre nosotros. Pero ya “todos los políticos son corruptos”. ¡Qué
tremendo vacío se abre sobre nosotros con la inestabilidad política, producto
directo de la desconfianza de unos sobre otros!
No
saldremos de ninguna crisis, mientras no recuperemos la confianza para
acogernos unos a otros –lo que no impide la crítica y la autocrítica-. Sólo la
acogida fraternal nos hace padres y madres, dilatándonos a nosotros mismos.
JOSÉ MARÍA YAGÜE CUADRADO
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