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martes, 16 de julio de 2013

EL HIJO DE LA HOSPITALIDAD

            Le pasó a Abraham. Recibió en su tienda a tres misteriosos personajes, les ofreció un espléndido banquete y, al marcharse, le dejaron la promesa de un hijo. La bendición entró en su casa de la mano de la generosa acogida, de la hospitalidad.

            Jesús fue acogido por Marta y ella se desvivía para servirlo. Todos los esfuerzos eran poco para ofrecerle todo lo mejor con lo que se quiere obsequiar al amigo. No da abasto. Por eso se queja de la hermana que, descuidando al parecer los deberes hospitalarios, se ha puesto a los pies del Señor para escuchar lo que sale de su boca. Hay una nueva manera de ser hospitalarios, de acoger: escuchar. A juzgar por la sentencia de Jesús, ésta es más importante y decisiva.

            Aprendemos así que antes de dar hemos de recibir. Recibir a la persona, acogerla, escucharla. Esto es lo más difícil. Generalmente nos ponemos a la defensiva por temor a lo que nos pueda pedir, a que nos desestabilice. Es la acogida al Otro, por la fe y la confianza, lo que fundamenta una relación nueva y creadora. “El creyente es transformado por el Amor, al que se abre por la fe, y al abrirse a este Amor que se le ofrece, su existencia se dilata más allá de sí mismo”. Así acaba de escribir Francisco I en la novísima Encíclica Lumen fidei.

            Estos personajes bíblicos, Abraham, Marta, María se dilatan más allá de sí mismos. Son padres y madres con un largo recorrido histórico. Abraham, a través del hijo de la promesa, es el padre de una multitud de pueblos. Es modelo de fe para todos los creyentes. No puede entenderse la historia judeo-cristiana sin Abraham. Pero todo tiene su origen en la acogida de aquellos tres personajes misteriosos, a los que escucha, cree y recrea en una cena enamorada.

            Marta y María serán las dos primeras creyentes en Jesús. “Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”, confiesa Marta. Y María correrá a anunciar a los apóstoles que ha visto al Señor resucitado, tras haberle visto morir a los pies de la cruz.

            Las lecturas de este próximo domingo ofrecen diversos rasgos de esta hospitalidad creadora. En nuestra sociedad, la sospecha y la desconfianza nos están impidiendo acoger al hermano, escuchar, confiar, en definitiva, amar.

            Hemos sustituido la franca y recíproca acogida personal por la desconfianza. Ésta nos hace frágiles y débiles. Los dedos se nos vuelven huéspedes. Sí, hay mucha corrupción entre nosotros. Pero ya “todos los políticos son corruptos”. ¡Qué tremendo vacío se abre sobre nosotros con la inestabilidad política, producto directo de la desconfianza de unos sobre otros!

            No saldremos de ninguna crisis, mientras no recuperemos la confianza para acogernos unos a otros –lo que no impide la crítica y la autocrítica-. Sólo la acogida fraternal nos hace padres y madres, dilatándonos a nosotros mismos.

                                                                 JOSÉ MARÍA YAGÜE CUADRADO


           


            

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