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jueves, 4 de julio de 2013

14 DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

"Lo que importa es ser una nueva criatura"  (Gal 6,15)


Un día, los apóstoles, al volver de la misión a la que les había enviado el Señor, le dijeron: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre». El Señor los vio tentados de soberbia por el poder taumatúrgico recibido y, como era médico y había venido a curar nuestras hinchazones y a llevar nuestras debilidades, dijo de inmediato:«No os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo». No todos los cristianos, por muy buenos que sean, están en condiciones de expulsar a los demonios; sin embargo, todos tienen escrito su nombre en el cielo; y Cristo quiso que gozaran no por el privilegio personal que cada uno tenía, sino por su salvación conseguida junto con todos los otros. Ningún fiel tendría esperanza de salvarse si su nombre no estuviera escrito en el cielo. Ahora, en el cielo, están escritos los nombres de todos los fieles que aman a Cristo, que caminan con humildad por el camino de Cristo, es decir, el que nos enseñó haciéndose humilde. Toma al más insignificante que haya en la Iglesia: si cree en Cristo, si ama a Cristo y ama su paz, ése tiene su nombre escrito en el cielo, sea quien sea y por muy indeterminado que lo dejes. ¿Existe, pues, semejanza entre éste y los apóstoles que hicieron tantos milagros? ¡Y no sólo eso! Los apóstoles fueron reprendidos por haber gozado de un favor que tenían en propiedad, y recibieron la orden de gozar por un bien del que puede gozar asimismo un hermano insignificante.
                                                                         Agustín de Hipona


A causa de tu amor infinito, Señor, me has llamado a seguirte, a ser tu hijo y tu discípulo.
Después me confiaste una misión que no se parece a ninguna otra, aunque con el mismo objetivo que los otros: ser tu apóstol y testigo.
Sin embargo, la experiencia me ha enseñado que sigo confundiendo las dos realidades: Dios y su obra.
Dios me ha dado la tarea de sus obras.
Algunas sublimes, otras más modestas; algunas nobles, otras más ordinarias.
Comprometido en la pastoral parroquial, entre los jóvenes, en las escuelas, entre los artistas y los obreros, en el mundo de la prensa, de la televisión y de la radio, he puesto todo mi ardor implicando en ello todas mis capacidades.
No he ahorrado nada, ni siquiera la vida.
Mientras estuve inmerso en la acción con tanta pasión encontré la derrota de la ingratitud, de la negativa a la colaboración, de la incomprensión de los amigos, de la falta de apoyo de mis superiores, de la enfermedad y la debilidad, de la falta de medios…
Me ha ocurrido también, en pleno éxito, mientras era objeto de aprobación, de elogios y de afecto por todos, ser trasladado de improviso y cambiado de función.
Heme aquí, ahora, presa del aturdimiento; voy a tientas, como en la noche oscura.
¿Por qué me abandonas, Señor? No quiero desertar de tu obra.
Debo llevar a término tu tarea, ultimar la construcción de la Iglesia…
¿Por qué atacan los hombres tu obra? ¿Por qué la privan de su apoyo? Ante tu altar, junto a la Eucaristía, he oído tu respuesta, Señor: «Me sigues a mí y no a mi obra. Si quiero me entregarás la tarea confiada. Poco importa quién ocupe tu puesto; es asunto mío. ¡Debes optar por mí!».

                                               Nguyen Van Thuan, Preghiere di speranza

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