"Lo que importa es ser una nueva criatura" (Gal 6,15)
Un día, los apóstoles, al volver de la misión a la que les
había enviado el Señor, le dijeron: «Señor, hasta los demonios se nos
someten en tu nombre». El Señor los vio tentados de soberbia por el poder
taumatúrgico recibido y, como era médico y había venido a curar nuestras
hinchazones y a llevar nuestras debilidades, dijo de inmediato:«No os alegréis
de que los espíritus se os sometan; alegraos más bien de que vuestros nombres
estén escritos en el cielo». No todos los cristianos, por muy buenos que sean,
están en condiciones de expulsar a los demonios; sin embargo, todos tienen
escrito su nombre en el cielo; y Cristo quiso que gozaran no por el privilegio
personal que cada uno tenía, sino por su salvación conseguida junto con todos
los otros. Ningún fiel tendría esperanza de salvarse si su nombre no estuviera
escrito en el cielo. Ahora, en el cielo, están escritos los nombres de todos
los fieles que aman a Cristo, que caminan con humildad por el camino de Cristo,
es decir, el que nos enseñó haciéndose humilde. Toma al más insignificante que
haya en la Iglesia: si cree en Cristo, si ama a Cristo y ama su paz, ése tiene
su nombre escrito en el cielo, sea quien sea y por muy indeterminado que lo
dejes. ¿Existe, pues, semejanza entre éste y los apóstoles que hicieron tantos
milagros? ¡Y no sólo eso! Los apóstoles fueron reprendidos por haber gozado de
un favor que tenían en propiedad, y recibieron la orden de gozar por un bien
del que puede gozar asimismo un hermano insignificante.
Agustín de Hipona
A causa de tu amor infinito, Señor, me has llamado a
seguirte, a ser tu hijo y tu discípulo.
Después me confiaste una misión que no se parece a ninguna
otra, aunque con el mismo objetivo que los otros: ser tu apóstol y testigo.
Sin embargo, la experiencia me ha enseñado que sigo confundiendo
las dos realidades: Dios y su obra.
Dios me ha dado la tarea de sus obras.
Algunas sublimes, otras más modestas; algunas nobles, otras
más ordinarias.
Comprometido en la pastoral parroquial, entre los jóvenes,
en las escuelas, entre los artistas y los obreros, en el mundo de la prensa, de
la televisión y de la radio, he puesto todo mi ardor implicando en ello todas
mis capacidades.
No he ahorrado nada, ni siquiera la vida.
Mientras estuve inmerso en la acción con tanta pasión
encontré la derrota de la ingratitud, de la negativa a la colaboración, de la
incomprensión de los amigos, de la falta de apoyo de mis superiores, de la
enfermedad y la debilidad, de la falta de medios…
Me ha ocurrido también, en pleno éxito, mientras era objeto
de aprobación, de elogios y de afecto por todos, ser trasladado de improviso y
cambiado de función.
Heme aquí, ahora, presa del aturdimiento; voy a tientas,
como en la noche oscura.
¿Por qué me abandonas, Señor? No quiero desertar de tu obra.
Debo llevar a término tu tarea, ultimar la construcción de
la Iglesia…
¿Por qué atacan los hombres tu obra? ¿Por qué la privan de
su apoyo? Ante tu altar, junto a la Eucaristía, he oído tu respuesta, Señor:
«Me sigues a mí y no a mi obra. Si quiero me entregarás la tarea confiada. Poco
importa quién ocupe tu puesto; es asunto mío. ¡Debes optar por mí!».
Nguyen Van Thuan, Preghiere di speranza
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