El episodio es algo sorprendente. Los discípulos que
acompañan a Jesús han desaparecido de la escena. Lázaro, el hermano de Marta y
María, está ausente. En la casa de la pequeña aldea de Betania, Jesús se
encuentra a solas con dos mujeres que adoptan ante su llegada dos actitudes
diferentes.
Marta, que sin duda es la hermana mayor, acoge a Jesús como
ama de casa, y se pone totalmente a su servicio. Es natural. Según la
mentalidad de la época, la dedicación a las faenas del hogar era tarea
exclusiva de la mujer. María, por el contrario, la hermana más joven, se sienta
a los pies de Jesús para escuchar su palabra. Su actitud es sorprendente pues
está ocupando el lugar propio de un “discípulo” que solo correspondía a los
varones.
En un momento determinado, Marta, absorbida por el trabajo y
desbordada por el cansancio, se siente abandonada por su hermana e
incomprendida por Jesús: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya
dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano”. ¿Por qué no manda a su
hermana que se dedique a las tareas propias de toda mujer y deje de ocupar el
lugar reservado a los discípulos varones?
La respuesta de Jesús es de gran importancia. Lucas la
redacta pensando probablemente en las desavenencias y pequeños conflictos que
se producen en las primeras comunidades a la hora de fijar las diversas tareas: “Marta,
Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María
ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán”.
En ningún momento critica Jesús a Marta su actitud de
servicio, tarea fundamental en todo seguimiento a Jesús, pero le invita a no
dejarse absorber por su trabajo hasta el punto de perder la paz. Y recuerda que
la escucha de su Palabra ha de ser lo prioritario para todos, también para las
mujeres, y no una especie de privilegio de los varones.
Es urgente hoy entender y organizar la comunidad cristiana
como un lugar donde se cuida, antes de nada, la acogida del Evangelio en medio
de la sociedad secular y plural de nuestros días. Nada hay más importante. Nada
más necesario. Hemos de aprender a reunirnos mujeres y varones, creyentes y
menos creyentes, en pequeños grupos para escuchar y compartir juntos las
palabras de Jesús.
Esta escucha del Evangelio en pequeñas “células” puede ser
hoy la “matriz” desde la que se vaya regenerando el tejido de nuestras
parroquias en crisis. Si el pueblo sencillo conoce de primera mano el Evangelio
de Jesús, lo disfruta y lo reclama a la jerarquía, nos arrastrará a todos hacia
Jesús.
De Eclesalia.net
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