Entonces
Abrahán se acercó al Señor y le dijo: “¿Vas a hacer que perezca…” (Gn 18,23)
Déesis rusa, siglo XVI |
Principalmente empleada en el Arte bizantino y posteriormente en el románico, gótico y ortodoxo, generalmente la Déesis (en griego, δέησις),
"plegaria", "intercesión" o "súplica", es una representación iconográfica
tradicional de Cristo Majestad (Pantocrátor) entronizado, llevando un libro y
flanqueado por la Virgen María y San Juan Bautista, acompañado a veces por ángeles y santos. En otras ocasiones, también
se representa a Cristo en la Cruz, pero siempre acompañado de su Madre y de San Juan.
Tanto la Virgen María como San Juan
Bautista y otros personajes que pueden acompañarlos tienen sus rostros mirando
al Señor con sus manos en posición de súplica en nombre de la humanidad.
El Padre nuestro y la oración de intercesión nos invitan a dirigir la mente y el corazón a Dios y a los
hombres y mujeres amigos suyos y nuestros. El amigo que va a casa de un amigo a
interceder a media noche en favor de otro amigo representa «una gran nube» de
intercesores (Heb 12,1): entre éstos sobresalen Abrahán (Gn 18), Moisés y
Samuel (Ex 32,11-13; Jr 15,1), Jeremías (2 Mac 15,14) y, sobre todo, Jesús, que
«está siempre vivo para interceder en favor nuestro» (Heb 7,25).
La oración de intercesión es un excelente modo de hacerse prójimo. El buen samaritano, para salvar la situación del pobrecillo «medio muerto», no sólo «se ocupó de él» en primera persona, sino que recurrió también al mesonero, diciéndole: «Cuida de él» (Lc 10,33-35). Los santos, al ejercer esta caridad, «no cesan de interceder por nosotros ante el Padre» (LG 49). La santísima Virgen, en particular, continúa en el cielo la función que ejerció en Caná, donde «movida a compasión obtuvo con su intercesión» que su Hijo viniera en ayuda de los esposos: «No les queda vino» (Jn 2,3; cf. LG 58). El fundamento de la intercesión es la amistad con Dios, considerado como Alguien que está siempre dispuesto a escucharnos: el Padre que, además de las «cosas buenas», nos quiere ofrecer el don por excelencia del Espíritu Santo, el amigo que no despide con las manos vacías al amigo importuno, «el juez, de toda la tierra» que remite los pecados sin poner límites a la misericordia.
La oración de intercesión es un excelente modo de hacerse prójimo. El buen samaritano, para salvar la situación del pobrecillo «medio muerto», no sólo «se ocupó de él» en primera persona, sino que recurrió también al mesonero, diciéndole: «Cuida de él» (Lc 10,33-35). Los santos, al ejercer esta caridad, «no cesan de interceder por nosotros ante el Padre» (LG 49). La santísima Virgen, en particular, continúa en el cielo la función que ejerció en Caná, donde «movida a compasión obtuvo con su intercesión» que su Hijo viniera en ayuda de los esposos: «No les queda vino» (Jn 2,3; cf. LG 58). El fundamento de la intercesión es la amistad con Dios, considerado como Alguien que está siempre dispuesto a escucharnos: el Padre que, además de las «cosas buenas», nos quiere ofrecer el don por excelencia del Espíritu Santo, el amigo que no despide con las manos vacías al amigo importuno, «el juez, de toda la tierra» que remite los pecados sin poner límites a la misericordia.
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