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jueves, 28 de marzo de 2013

VIERNES SANTO

"Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó"   (Fil 2, 8-9a)

Taller de Dionisio. Hacia 1500. Galería Tretiakov. Moscú.
Dos ángeles descienden hacia Cristo, cuyo cuerpo crucificado parece ejecutar una "danza" victoriosa. A la izquierda, debajo de sus brazos, un ángel introduce una figura alegórica que representa el Nuevo Testamento, y a la derecha otro ángel ahuyenta a la alegoría del Antiguo Testamento.
María de Magdala, María de Cleofás y la hermana de María rodean y sostienen a la Virgen, formando un motivo ornamental semejante a un ramo de flores de un jardín espiritual. Sus figuras esbeltas y alargadas caracterizan el estilo pictórico inaugurado por Rublev.
La mano de Juan, que ne los iconos más antiguos se tapa la cara de horror, está en este caso a la altura del corazón. Tras él, el centurión Longino levanta la mirada hacia Cristo, reconociéndolo como Hijo de Dios. 
La Cruz está clavada en el "lugar del cráneo" (Gólgota), donde se halla la calavera de Adán.




Hoy la Iglesia nos invita a un gesto que quizás para los gustos modernos resulte un tanto superado: la adoración y beso de la cruz. Pero se trata de un gesto excepcional. El rito prevé que se vaya desvelando lentamente la cruz, exclamando tres veces: "Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo". Y el pueblo responde: "Venid a adorarlo".
El motivo de esta triple aclamación está claro. No se puede descubrir de una vez la escena del Crucificado que la Iglesia proclama como la suprema revelación de Dios. Y cuando lentamente se desvela la cruz, mirando esta escena de sufrimiento y martirio con una actitud de adoración, podemos reconocer al Salvador en ella. Ver al Omnipotente en la escena de la debilidad, de la fragilidad, del desfallecimiento, de la derrota, es el misterio del Viernes Santo al que Ios fieles nos acercamos por medio de la adoración.
La respuesta "Venid a adorarlo" significa ir hacia él y besar. El beso de un hombre lo entregó a la muerte; cuando fue objeto de nuestra violencia es cuando fue salvada la humanidad, descubriendo el verdadero rostro de Dios, al que nos podemos volver para tener vida, ya que sólo vive quien está con el Señor. Besando a Cristo, se besan todas las heridas del mundo, las heridas de la humanidad, las recibidas y las inferidas, las que Ios otros nos han infligido y las que hemos hecho nosotros. Aun más: besando a Cristo besamos nuestras heridas, las que tenemos abiertas por no ser amados.
Pero hoy, experimentando que uno se ha puesto en nuestras manos y ha asumido el mal del mundo, nuestras heridas han sido amadas. En él podemos amar nuestras heridas transfiguradas. Este beso que la Iglesia nos invita a dar hoy es el beso del cambio de vida. Cristo, desde la cruz, ha derramado la vida, y nosotros, besándolo, acogemos su beso, es decir, su expirar amor, que nos hace respirar, revivir. Sólo en el interior del amor de Dios se puede participar en el sufrimiento, en la cruz de Cristo, que, en el Espíritu Santo, nos hace gustar del poder de la resurrección y del sentido salvífico del dolor.
(M. I. Rupnik, Omelie di pascua. Venerdi santo, Roma 1998, 47-53)



Lecturas del día:
http://www.servicioskoinonia.org/biblico/calendario/texto.php?codigo=20130329&cicloactivo=2013&cepif=0&cascen=0&ccorpus=0

Vídeo del día:
http://www.youtube.com/watch?v=8s5Q9Fbtgmc&list=UUUpxM9aeGr1dAVvlSX9VFdQ&index=2


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