Jorge Mario Bergoglio, ahora el papa Francisco, es una
persona medida en su lenguaje. Sin embargo, no tuvo reparos en calificar de
revolucionaria la renuncia de Benedicto XVI. Intuyó que ese paso se convertía
en un hito como lo fue cincuenta años atrás el Vaticano II.
Porque la Iglesia había ingresado en una crisis que no sería
fácil superar sin cambios muy profundos en su gobierno. De ahí que los
cardenales electores fijaran el pasado día 13 sus ojos sobre un hombre que no
provenía de la vieja Europa, como había sido durante veinte siglos, sino en un
pastor llegado de América, donde reside la mitad del catolicismo.
Y el cardenal arzobispo de Buenos Aires, en gran medida,
representa el aire nuevo que se buscó con el Vaticano II. Algunos
cuestionaron la edad, 76 años. Otros advirtieron que la renuncia de Ratzinger
había solucionado ese problema. En esta nueva etapa, los papas ya no lo serán
hasta su muerte, sino que podrán renunciar cuando lo estimen.
Las preguntas que surgen ahora es cómo va gobernar el nuevo
Papa. Bergoglio se caracteriza por ser una persona austera. Y es previsible que
traslade esa manera de ser y actuar. Es conocido que no usa el automóvil con
chófer que conlleva su cargo y que en su ministerio pastoral no es infrecuente
verlo trasladarse en bus, metro y tren. Pero es también un hombre de oración,
que todos los días se levanta muy de madrugada para rezar y luego leer los
diarios.
Del análisis de su tarea pastoral destaca enseguida que, a
diferencia de otros predecesores, se mostró comoun pastor que marcó un límite a
la gestión política, y que en los tedeum que se celebran para
conmemorar las fechas patrias tuvo palabras duras contra el presidente
Kirchner, por lo cual tanto él como su esposa no volvieron por la catedral.
También es resaltable su preocupación por los temas de educación,
la atención a jóvenes y niños y la situación en las villas empobrecidas que
rodean Buenos Aires, a las que prestó una atención específica. Y siempre ha
estado presente en los acontecimientos trágicos que sufrió su territorio, como
el incendio en 2004 de una discoteca en el que murieron 200 jóvenes.
Los cartoneros, como se llama a las familias que tras
la ola de desempleo de 2001 encontraron una salida laboral recolectando
cartones, encontraron comprensión en él. Su preocupación por los pobres lo
llevó también a celebrar una misa anual en una de las grandes estaciones del
ferrocarril, en cuyos alrededores la prostitución es práctica habitual y,
también, refugio para los niños de la calle. El nuevo Papa considera estos
hechos como una nueva forma de esclavitud.
Igualmente merece destacarse su atención a quienes, desde
las poblaciones humildes, consideran mártires tanto al obispo Enrique Angelelli
como al P. Carlos Mugica –ambos muertos durante el gobierno militar en 1974–,
sobre los que, sin embargo, desde ámbitos episcopales hubo un inexplicable
silencio.
Todos estos gestos, más otros en los que encomendó a sus
sacerdotes a salir más a la calle, evidencian el perfil de un papa
emprendedor, que además de haber tenido excelentes relaciones con líderes de
otras confesiones, muestra una especial sensibilidad hacia los pobres y alienta
a los jóvenes a ser audaces y creativos.
El nuevo Papa, ya con su nombre en homenaje al de Asís,
parece querer indicar un nuevo camino a la Iglesia, que apunta al aggiornamento iniciado
con el Vaticano II. Es un papa no europeo, pero hijo de europeos. Es un
latinoamericano que ha demostrado elegir un camino diferente al que utilizaron
otros miembros de la jerarquía en el gobierno de la Iglesia.
Ya en el primer día de su pontificado tuvo un gesto que
asombró a los otros cardenales al viajar en un bus junto al resto. Pero en la
conducción del gobierno, se manifestará como es: un hombre de firmes
convicciones.
De Vida Nueva
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