Hay
costumbres buenas y malas. Como las hay personales y sociales. Entre las malas
y sociales, se nos está colando hoy una espantosa: el cinismo. Ya no se trata
sólo de mentir con desparpajo y sin que el rostro se inmute. Ciertos políticos
de renombre y con graves responsabilidades, lo hacen a diario. Además se está
instalando en la vida pública el hábito del cinismo en su primera acepción:
“desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas
vituperables”.
No se trata
aquí de dar nombres ni de hacer el listado de comportamientos cínicos en
nuestra sociedad. Basta con escuchar cualquier tertulia, ver las primeras
páginas de los periódicos o sintonizar algún noticiero.
¿Cómo se puede
estar descalificando al adversario cuando son públicos los propios
comportamientos inmorales en los mismos asuntos? Tengo para mí que nuestros
políticos utilizan constantemente el mecanismo sicológico de la proyección. Es
decir, atribuyen a los demás todo aquello que ellos mismos hacen mal. Uno de los
grandes partidos es maestro en estas lides, aunque los otros no vayan muy a la
zaga.
Lo terrible
es que los ciudadanos de a pie recojamos este envenenado testigo y todos nos
volvamos cínicos y mentirosos compulsivos. Aquí es apropiado el adjetivo,
porque sí podemos ser mentirosos compulsivos. No tanto se entiende lo de la
“austeridad compulsiva”, que decía uno de nuestros cínicos en días pasados.
¿Alguien puede entender que la austeridad sea compulsiva?
Frente a
estos comportamientos moralmente intolerables, Jesús nos sale al paso en el
evangelio del próximo domingo defendiendo a una mujer sorprendida en adulterio: “el que entre vosotros esté sin
pecado, que arroje sobre ella la primera piedra”. Es evidente que Jesús no
aprueba el adulterio. Lo califica de pecado y, al despedir a la mujer, le dice
cariñosamente: “ANDA Y NO PEQUES MÁS”. No se trata de relativizar el pecado,
sino de obligarnos a todos a entrar dentro de nosotros mismos y encontrar con
mucha probabilidad lo que condenamos en los demás. Ese es el camino y no, de
ninguna manera, el echar balones fuera y defenderse atacando a los demás.
Escribo
todo esto en la víspera del comienzo del Cónclave para elegir al nuevo Papa.
Nada tiene que ver esto con lo anterior. Pero no me resisto a invitar a todos a
pedir para que podamos disfrutar de una autoridad en la Iglesia que sea
transparente y coherente. Que enseñe lo que practica. Que tenga por guía única
el evangelio. Sabemos del esfuerzo de Benedicto XVI por acabar con prácticas
intolerables de ocultar la verdad en asuntos espinosos como la economía o la
pederastia de algunos sacerdotes. Seguramente no pudo llegar a donde hubiese
querido. Algunos señalan que esta incapacidad es uno de los motivos que le
llevó a renunciar. Puede ser, sin que ello reste nada a la valentía, libertad y
sabiduría de su decisión.
Pedimos que
se cumpla su deseo: que alguien con más fuerzas y capacidad pueda avanzar en el
camino emprendido de coherencia moral y servicio a la verdad evangélica. Cristo
es el Camino y la Verdad. No
lo dejemos solo.
JOSÉ MARÍA YAGÜE CUADRADO
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