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jueves, 21 de marzo de 2013

DOMINGO DE RAMOS

"Cristo padeció por vosotros, dejándoos ejemplo, para que sigáis sus huellas"  (1 Pe 2,21)




No conocíamos la medida del sufrimiento de Dios hasta que tomó cuerpo ante nuestros ojos en la pasión de Cristo. La pasión de Cristo no es más que la manifestación histórica y visible del sufrimiento del Padre por el hombre. Es la suprema manifestación de la debilidad de Dios: Cristo —dice san Pablo— fue crucificado por su debilidad (2 Cor 1 3,4). Los hombres han vencido a Dios, el Pecado ha vencido y se yergue triunfante ante la cruz de Cristo; la luz se ha cubierto de tinieblas... Pero sólo por un instante: Cristo fue crucificado por su debilidad, pero vive por la fuerza de Dios, añade el apóstol. ¡Vive, vive! El mismo lo repite ahora a su Iglesia: “Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo poder sobre la muerte y los infiernos” (Áp 1 ,18).

Dios ha vencido sin dejar su debilidad, sino llevándola al extremo; no se ha dejado arrastrar al terreno del enemigo: “Injuriado, no respondía con injurias, sufría sin amenazar” (1 Pe 2,23). A la voluntad del hombre que pretendía aniquilarlo, no ha respondido con deseos de destrucción, sino con voluntad de salvarlo: “Yo soy el Viviente —dice el Señor—; no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (cf. Ez 33,11). Dios manifiesta su omnipotencia con la misericordia y el perdón (parcendo et míserando), como reza la oración de la Iglesia. Al grito ¡Crucifige!, respondió con este grito: “Padre, perdónalos” (Lc 23,34).

No hay palabras en el mundo como estas breves palabras: “Padre, perdónalos”. Toda la potencia y santidad de Dios están ahí resumidas; son palabras indomables, que no pueden ser superadas por ningún crimen, porque fueron pronunciadas en el más grande de los crímenes, en el momento en que el mal ha hecho su esfuerzo supremo y ya no puede más porque ha perdido su aguijón. 

                                                                             R. Cantalamessa , El Misterio Pascual

Oh Cristo nuestro Dios,
cuando resucitaste a Lázaro de entre los muertos antes de tu Pasión,
confirmaste la resurrección universal.
Por lo tanto, nosotros, como los niños,
llevamos los símbolos de la victoria y del triunfo clamando a ti,
oh vencedor de la muerte: ¡hosanna en las alturas!
¡bendito el que viene en el nombre del Señor!

Oh Cristo nuestro Dios:
a nosotros que fuimos sepultados contigo por medio del Bautismo,
por tu Resurrección nos hiciste dignos de la vida eterna;
por eso te alabamos diciendo: «¡Hosanna en las alturas!
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!»

¡Oh Cristo Dios, sentado en los cielos en el Trono,
y en la tierra sobre un pollino!,
acepta las alabanzas de los ángeles
y el cántico de los niños que te exclaman: 
“¡Bendito eres Tú, que vienes a renovar la vocación de Adán!”

                           Himnos de la liturgia oriental del Domingo de Ramos




Vídeo del día:
http://www.youtube.com/watch?v=_GR2wUIQqmw

Lecturas del día:
http://www.servicioskoinonia.org/biblico/calendario/texto.php?codigo=20130324&cicloactivo=2013&cepif=0&cascen=0&ccorpus=0


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