Detenido por las fuerzas de seguridad del Templo, Jesús no
tiene ya duda alguna: el Padre no ha escuchado sus deseos de seguir viviendo;
sus discípulos huyen buscando su propia seguridad. Está solo. Sus proyectos se
desvanecen. Le espera la ejecución.
El silencio de Jesús durante sus últimas horas es
sobrecogedor. Sin embargo, los evangelistas han recogido algunas palabras suyas
en la cruz. Son muy breves, pero a las primeras generaciones cristianas les
ayudaban a recordar con amor y agradecimiento a Jesús crucificado.
Lucas ha recogido las que dice mientras está siendo
crucificado. Entre estremecimientos y gritos de dolor, logra pronunciar unas
palabras que descubren lo que hay en su corazón: “Padre, perdónalos porque
no saben lo que hacen”. Así es Jesús. Ha pedido a los suyos “amar a sus
enemigos” y “rogar por sus perseguidores”. Ahora es él mismo quien muere
perdonando. Convierte su crucifixión en perdón.
Esta petición al Padre por los que lo están crucificando es,
ante todo, un gesto sublime de compasión y de confianza en el perdón insondable
de Dios. Esta es la gran herencia de Jesús a la Humanidad : No
desconfiéis nunca de Dios. Su misericordia no tiene fin.
Marcos recoge un grito dramático del crucificado: “¡Dios
mío. Dios mío! ¿por qué me has abandonado?”. Estas palabras pronunciadas en
medio de la soledad y el abandono más total, son de una sinceridad abrumadora.
Jesús siente que su Padre querido lo está abandonando. ¿Por qué? Jesús se queja
de su silencio. ¿Dónde está? ¿Por qué se calla?
Este grito de Jesús, identificado con todas las víctimas de
la historia, pidiendo a Dios alguna explicación a tanta injusticia, abandono y
sufrimiento, queda en labios del crucificado reclamando una respuesta de Dios
más allá de la muerte: Dios nuestro, ¿por qué nos abandonas? ¿no vas a
responder nunca a los gritos y quejidos de los inocentes?
Lucas recoge una última palabra de Jesús. A pesar de su
angustia mortal, Jesús mantiene hasta el final su confianza en el Padre. Sus
palabras son ahora casi un susurro: “Padre, a tus manos encomiendo mi
espíritu”. Nada ni nadie lo ha podido separar de él. El Padre ha estado
animando con su espíritu toda su vida. Terminada su misión, Jesús lo deja todo
en sus manos. El Padre romperá su silencio y lo resucitará.
Esta semana santa, vamos a celebrar en nuestras comunidades
cristianas la Pasión
y la Muerte
del Señor. También podremos meditar en silencio ante Jesús crucificado
ahondando en las palabras que él mismo pronunció durante su agonía.
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