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jueves, 1 de noviembre de 2012

FIELES DIFUNTOS


...
¡Ah, por fin, por fin se han acordado de vosotros!
Ellos querrían haceros hoy vivir, haceros revivir en el recuerdo,
haceros participar de su charla, gozar de su merienda y compartir su bota.
(Ah, sí, y a veces cuelgan
del monumento de una "fealdad casi lúbrica",
la amarillenta foto de un señor,
bigote lacio, pantalones desplanchados, gran cadena colgante sobre el hinchado abdomen.)
Ellos querrían ayudaros, salvaros,
convertir en vida, en cambio, en flujo, vuestra helada mudez.
Ah, pero vosotros no podéis vivir, vosotros no vivís: vosotros sois.
Igual que Dios, que no vive, que es: igual que Dios.
Sólo allí donde hay muerte puede existir la vida,
oh, muertos inmortales.
Oh, nunca os pensaré, hermanos, padre, amigos, con nuestra carne humana, en nuestra diaria servidumbre,
en hálito o en afición semejantes
a las de vuestros tristes días de crisálidas.
No, no. Yo os pienso luces bellas, luceros,
fijas constelaciones
de un cielo inmenso donde cada minuto,
innumerables lucernas se iluminan.
Oh, bellas luces,
proyectad vuestra serena irradiación
sobre los tristes que vivimos.
Oh gloriosa luz, oh ilustre permanencia.
Oh inviolables mares sin tornado,
sin marea, sin dulce evaporación,
dentro de otro universal océano de la calma.
Oh virginales notas únicas, indefinidamente prolongadas, sin variación, sin aire, sin eco.
Oh ideas purísimas dentro de la mente invariable de Dios.
Ah, nosotros somos un horror de salas interiores en cavernas sin fin,
una agonía de enterrados que se despiertan a la media noche,
un fluir subterráneo, una pesadilla de agua negra por entre minas de carbón,
de triste agua, surcada por la más tórpidas lampreas,
nosotros somos un vaho de muerte,
un lúgubre concierto de lejanísimos cárabos, de agoreras zumayas, de los más secretos autillos.
Nosotros somos como horrendas ciudades que hubieran siempre vivido en black-out,
siempre desgarradas por los aullidos súbitos de las sirenas fatídicas.
Nosotros somos una masa fungácea y tentacular, que avanza en la tiniebla a horrendos tentones,
monstruosas, tristes, enlutadas amebas.
¡Oh, norma, oh cielo, oh rigor,
oh esplendor fijo!
¡Cante, pues, la jubilosa llama, canten el pífano y la tuba
vuestras epifanías cándidas,
presencias que alentáis mi esfuerzo amargo!
¡Canten, sí, canten,
vuestra gloria de ser!
                              Quede a nosotros
turbio vivir, terror nocturno,
angustia de las horas.
¡Canten, canten la trompa y el timbal!
Vosotros sois los despiertos, los díáfanos,
los fijos.
Nosotros somos un turbión de arena,
nosotros somos médanos en la playa,
que hacen rodar los vientos y las olas,
nosotros, sí, los que estamos cansados,
nosotros, sí, los que tenemos sueño.

                                        Dámaso Alonso. El día de los difuntos.

El que desee el poema completo:

Lecturas del día:




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