"No queda defraudado quien en ti espera" (Sal 24,3)
«A ti, Señor, levanto mi alma»: al comienzo del Adviento renace en mí la esperanza de volver a caminar por tus sendas que con
frecuencia he abandonado. Tu invitación a levantar la cabeza para ver la
cercana liberación es lo que mueve mi esperanza. Por eso, a ti levanto mi alma.
La promesa de tu venida sostenga de nuevo mi compromiso por obrar el bien.
«Señor, enséñame tus caminos»: al pedirte que endereces
mi camino, comprendo que no puedo nada si tú mismo no me enseñas tus caminos.
No sólo eso, tú mismo eres el Camino, tú eres el «germen de justicia» capaz
de hacer justos nuestros caminos, tú eres el único por el que pueda decidir de
nuevo gastar mis días en la caridad.
«Enseñas el camino justo a los pecadores»: Quiero ser
sincero, Señor. Ante tu promesa siento todavía más fuerte el tirón de mis
distracciones y los afanes que embotan el corazón, observo la capa opresora de
males que afligen al mundo en el que vivo y que nos llevan con frecuencia a
contentarnos con una vida ordinaria, sin relieve. Ábrenos a la esperanza, para
que no dejemos de pensar noblemente y para que, en definitiva, podamos
agradarte.
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