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sábado, 10 de noviembre de 2012

FIELES LAICOS: SER Y MISIÓN


Tras el Concilio Vaticano II, el proyecto de una Iglesia Pueblo de Dios y la correspondiente eclesiología de comunión considera a todos los miembros como corresponsables de su misión ya constituye sin duda las huellas del futuro.

No podemos olvidar que el primer rasgo que caracteriza la tarea de la Iglesia es, precisamente, el hecho de que ella no existe para si misma, sino que está al servicio del Reino, como plan de liberación y salvación: este reino de justicia, de paz y de libertad definitivas,  esta "utopía del corazón humano" constituye el  anhelo supremo y el punto de referencia de toda actividad en la Iglesia.
La misma Lumen Gentium, al anteponer el bautismo y la vocación cristiana a todo ministerio o tarea eclesial, dejaba claro el reto "el criterio matriz y referencial de la eclesiología es el cristiano laico”.
Dar paso a los laicos no es sólo un imperativo teológico y, por supuesto, no debería ser un simple recurso a la suplencia cuando no queda otro remedio. Como los más auténticamente "sacerdotes en el mundo", los laicos son quienes mejor pueden ejercer ese "sacerdocio de discernimiento' para interpelar los "signos de los tiempos", dada su inmersión y sintonía cultural como las realidades familiares, sociales, políticas, etc.
Admitir y promover la mayoría de edad del laicado tiene sin duda, unas inevitables consecuencias eclesiológicas, con repercusiones directas en la vida interna de la Iglesia. El teólogo alemán K. Rahner, apuntaba cómo la madurez del  laico comporta una capacidad crítica y reflexiva, respecto a las normas sociales y de la misma enseñanza jerárquica.

Está aún mediatizando el despliegue de nuestra Iglesia - y hay que tenerlo en cuenta a la hora de sentir el despertar de todo al laicado-, los modos y maneras de entender y vivir la Iglesia hoy, conviven entre nosotros distintas sensibilidades, unas más tradicionales y otras que quieren abrirse a un diálogo más cercano a las nuevas situaciones que la sociedad nos plantea, todas ellas unidas firmemente en la profesión sincera de una misma fe y un mismo amor a nuestro Salvador Jesús, pero divididas a veces en la interpretación práctica y el uso diario de preceptos, costumbres, actitudes, expresiones y modos de actuar y reaccionar ante la vida en la sociedad de hoy con toda su complejidad y desafíos, sus dolores y esperanzas.

Así pues los diversos modos de entender la Iglesia provocan no pocas tensiones. Es indudable que estamos perdiendo a los jóvenes, estamos perdiendo a gente seria, estamos perdiendo a pensadores leales y a comprometidos sociales que quieren renovar las estructuras de la sociedad que viene, y encuentran en la Iglesia a veces sólo incomprensión, repetición, cerrazón, ideales teóricos y condenaciones prácticas. Estamos perdiendo credibilidad, vitalidad, influencia en las fuerzas que van moldeando rápidamente el futuro inmediato de la humanidad, y perdemos esa influencia porque vamos despacio, vamos retrasados, somos cerrados y somos altivos, y ese paso lento y pesado no nos permite acompañar el volar rápido de la humanidad de hoy. No hemos de extrañarnos, incluso, de que sean muchos los católicos de buena voluntad que sienten cada vez menos atracción hacia la Iglesia en sus enseñanzas y ceremonias, y simplemente se vayan alejando del contacto con la práctica religiosa tradicional porque no les dice nada. Y no les dice nada porque en no pocas ocasiones nuestro lenguaje es repetitivo, distanciado de la realidad, autoritario e impositivo.

¿Cómo ha de ser en suma, la Iglesia del futuro?, nos hemos preguntado y al respondernos a este interrogante a una conclusión hemos llegado de una forma simple y sencilla: seguramente ya no volverá a ser, como lo fue o pretendió alguna vez, detentadora del poder, animadora y controladora de la realidad intelectual, cultural y social. En el seno de una sociedad irreversiblemente pluralista, la Iglesia deberá, por el contrario, alzarse como heraldo de la libertad de la fe.

Antes de encontrar la respuesta a por qué el hombre de hoy se cierra al Evangelio, es indispensable tomar conciencia de la necesidad de convertirnos personalmente y reconvertir la institución sobre la que descansa la tarea de la Evangelización.
No echemos de menos el pasado de la Iglesia, es ella hoy la que está llamada a seguir, a abrirse al mundo, ella camina con los hombres. La manera de traducir el Evangelio a la vida cotidiana es lo que hace creíble al mensajero y aceptable el mensaje.

Volviendo nuevamente al Concilio Vaticano II, el fiel laico se convierte en el prototipo del cristiano y la mundanidad o secularidad es su rasgo más específico, aunque no sea su dimensión exclusiva. En cuanto experto en mundanidad y en cuanto miembro activo de la Iglesia, tiene el derecho y el deber de manifestar su opinión sobre todos los asuntos de la Iglesia (LG, 37), incluido el derecho a la opinión pública de participar en su vida interna (LG, 33) y de constituirse en la vanguardia de su acción misionera (LG, 36) alcanzando así su mayoría de edad en la Iglesia (LG, 37).
La eclesiología de comunión es el marco de una renovada teología del laicado. Al cambiar al laicado transformamos a la misma Iglesia y al modificar el modelo eclesiológico replanteamos la teología del laicado. En buena parte aquí se juega el futuro del cristianismo del siglo XXI.
Una condición que puede calificarse de fundamental y hasta de estratégica en este momento es la formación de los seglares. El Papa Juan Pablo II,  se hace eco de una proposición de los Padres sinodales  en la que afirman claramente que "la formación de los laicos se ha de colocar entre las prioridades de la diócesis y se ha de incluir en los programas de acción pastoral de modo que todos los esfuerzos de la comunidad (sacerdotes, laicos y religiosos) concurran a este fin".

Teniendo presente que la formación pedida ni es sólo "de libros", ni es del todo previa, nos formamos no sólo para la vida, sino también en la vida y desde la vida, es decir, en el diario rodar de las acciones compartidas, de los momentos de reflexión, planificación y evaluación, compartidos, valorados y decididos de forma conjunta. En este sentido, no hay que esperar a que "estén formados" los laicos. También aquí, "se hace camino al andar".

RETOS DE CARA AL FUTURO

Ante la realidad que presenta el laicado a la llamada evangélica y eclesial de construir Reino, sentimos que hemos de responder a algunos retos:

1°) Recuperación de una definición positiva del laico, cómo "ser cristiano en la Iglesia misterio".
2°) Superación del binomio (clero/laico/a) y del trinomio (clérigo/laico-a/religioso-a), dentro el binomio originario COMUNIDAD-MINISTERIOS, dentro de una eclesiología de totalidad como MISTERIO-COMUNIÓN-MISIÓN.
3°) Redescubrir la categoría de laicidad eclesial (secularidad), en cuanto dimensión de toda la Iglesia, así como la importancia de la inserción concreta del laico/a en la Iglesia particular, ejerciendo su servicio y su compromiso asociado, para hacer presente el misterio de Jesucristo total.
(Plan Diocesano de Pastoral 2001-2004 Pág.: 14 al 18)


                                                                          Miguel Angel Ruano Sánchez


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