Tras el
Concilio Vaticano II, el proyecto de una Iglesia Pueblo de Dios y la
correspondiente eclesiología de comunión considera a todos los miembros como
corresponsables de su misión ya constituye sin duda las huellas del futuro.
No podemos
olvidar que el primer rasgo que caracteriza la tarea de la Iglesia es,
precisamente, el hecho de que ella no existe para si misma, sino que está al
servicio del Reino, como plan de liberación y salvación: este reino de justicia,
de paz y de libertad definitivas, esta
"utopía del corazón humano" constituye el anhelo supremo y el punto de referencia de
toda actividad en la Iglesia.
La misma Lumen Gentium, al anteponer el bautismo
y la vocación cristiana a todo ministerio o tarea eclesial, dejaba claro el
reto "el criterio matriz y referencial de la eclesiología es el cristiano
laico”.
Dar paso a los laicos no es sólo un
imperativo teológico y, por supuesto, no debería ser un simple recurso a la
suplencia cuando no queda otro remedio. Como los más auténticamente
"sacerdotes en el mundo", los laicos son quienes mejor pueden ejercer
ese "sacerdocio de discernimiento' para interpelar los "signos de los
tiempos", dada su inmersión y sintonía cultural como las realidades
familiares, sociales, políticas, etc.
Admitir y
promover la mayoría de edad del laicado tiene sin duda, unas inevitables
consecuencias eclesiológicas, con repercusiones directas en la vida interna de
la Iglesia. El teólogo alemán K. Rahner, apuntaba cómo la madurez del laico comporta una capacidad crítica y
reflexiva, respecto a las normas sociales y de la misma enseñanza jerárquica.
Está aún
mediatizando el despliegue de nuestra Iglesia - y hay que tenerlo en cuenta a
la hora de sentir el despertar de todo al laicado-, los modos y maneras de
entender y vivir la Iglesia hoy, conviven entre nosotros distintas
sensibilidades, unas más tradicionales y otras que quieren abrirse a un diálogo
más cercano a las nuevas situaciones que la sociedad nos plantea, todas ellas
unidas firmemente en la profesión sincera de una misma fe y un mismo amor a
nuestro Salvador Jesús, pero divididas a veces en la interpretación práctica y
el uso diario de preceptos, costumbres, actitudes, expresiones y modos de
actuar y reaccionar ante la vida en la sociedad de hoy con toda su complejidad
y desafíos, sus dolores y esperanzas.
Así pues los
diversos modos de entender la Iglesia provocan no pocas tensiones. Es indudable
que estamos perdiendo a los jóvenes, estamos perdiendo a gente seria, estamos perdiendo
a pensadores leales y a comprometidos sociales que quieren renovar las
estructuras de la sociedad que viene, y encuentran en la Iglesia a veces sólo
incomprensión, repetición, cerrazón, ideales teóricos y condenaciones
prácticas. Estamos perdiendo credibilidad, vitalidad, influencia en las fuerzas
que van moldeando rápidamente el futuro inmediato de la humanidad, y perdemos
esa influencia porque vamos despacio, vamos retrasados, somos cerrados y somos
altivos, y ese paso lento y pesado no nos permite acompañar el volar rápido de
la humanidad de hoy. No hemos de extrañarnos, incluso, de que sean muchos los
católicos de buena voluntad que sienten cada vez menos atracción hacia la
Iglesia en sus enseñanzas y ceremonias, y simplemente se vayan alejando del
contacto con la práctica religiosa tradicional porque no les dice nada. Y no
les dice nada porque en no pocas ocasiones nuestro lenguaje es repetitivo,
distanciado de la realidad, autoritario e impositivo.
¿Cómo ha de
ser en suma, la Iglesia del futuro?, nos hemos preguntado y al respondernos a
este interrogante a una conclusión hemos llegado de una forma simple y
sencilla: seguramente ya no volverá a ser, como lo fue o pretendió alguna vez,
detentadora del poder, animadora y controladora de la realidad intelectual,
cultural y social. En el seno de una sociedad irreversiblemente pluralista, la
Iglesia deberá, por el contrario, alzarse como heraldo de la libertad de la fe.
Antes de
encontrar la respuesta a por qué el hombre de hoy se cierra al Evangelio, es
indispensable tomar conciencia de la necesidad de convertirnos personalmente y
reconvertir la institución sobre la que descansa la tarea de la Evangelización.
No echemos de
menos el pasado de la Iglesia, es ella hoy la que está llamada a seguir, a abrirse
al mundo, ella camina con los hombres. La manera de traducir el Evangelio a la
vida cotidiana es lo que hace creíble al mensajero y aceptable el mensaje.
Volviendo
nuevamente al Concilio Vaticano II, el fiel laico se convierte en el prototipo
del cristiano y la mundanidad o secularidad es su rasgo más específico, aunque
no sea su dimensión exclusiva. En cuanto experto en mundanidad y en cuanto
miembro activo de la Iglesia, tiene el derecho y el deber de manifestar su
opinión sobre todos los asuntos de la Iglesia (LG,
37), incluido el derecho a la opinión pública de participar en su vida
interna (LG, 33) y de constituirse en la
vanguardia de su acción misionera (LG, 36)
alcanzando así su mayoría de edad en la Iglesia (LG,
37).
La
eclesiología de comunión es el marco de una renovada teología del laicado. Al
cambiar al laicado transformamos a la misma Iglesia y al modificar el modelo
eclesiológico replanteamos la teología del laicado. En buena parte aquí se
juega el futuro del cristianismo del siglo XXI.
Una condición
que puede calificarse de fundamental y hasta de estratégica en este momento es
la formación de los seglares. El Papa Juan Pablo II, se hace eco de una proposición de los Padres
sinodales en la que afirman claramente
que "la formación de los laicos se ha de colocar entre las prioridades de
la diócesis y se ha de incluir en los programas de acción pastoral de modo que
todos los esfuerzos de la comunidad (sacerdotes, laicos y religiosos) concurran
a este fin".
Teniendo
presente que la formación pedida ni es sólo "de libros", ni es del
todo previa, nos formamos no sólo para la vida, sino también en la vida y desde
la vida, es decir, en el diario rodar de las acciones compartidas, de los
momentos de reflexión, planificación y evaluación, compartidos, valorados y
decididos de forma conjunta. En este sentido, no hay que esperar a que
"estén formados" los laicos. También aquí, "se hace camino al
andar".
RETOS DE CARA AL FUTURO
Ante la
realidad que presenta el laicado a la llamada evangélica y eclesial de
construir Reino, sentimos que hemos de responder a algunos retos:
1°) Recuperación de una definición positiva
del laico, cómo "ser cristiano en la Iglesia misterio".
2°) Superación del binomio (clero/laico/a)
y del trinomio (clérigo/laico-a/religioso-a), dentro el binomio originario
COMUNIDAD-MINISTERIOS, dentro de una eclesiología de totalidad como MISTERIO-COMUNIÓN-MISIÓN.
3°) Redescubrir la categoría de laicidad
eclesial (secularidad), en cuanto dimensión de toda la Iglesia, así como la
importancia de la inserción concreta del laico/a en la Iglesia particular,
ejerciendo su servicio y su compromiso asociado, para hacer presente el
misterio de Jesucristo total.
(Plan
Diocesano de Pastoral 2001-2004 Pág.: 14 al 18)
Miguel Angel Ruano Sánchez
No hay comentarios:
Publicar un comentario