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martes, 20 de noviembre de 2012

UN REY Y UN REINO MUY PECULIARES


            Malos vientos corren en España para los políticos. Cada día están más desprestigiados. Entre muchos jóvenes el nivel de rechazo es muy alto. No pueden entender, con razón, que en medio de los recortes y las dificultades para todos, ellos sigan instalados en sus privilegios y burbujas de cristal. Como si no les importase el sufrimiento de quienes padecen la crisis que ellos mismos gestionaron muy mal, cuando no están en su raíz. Este rechazo de muchos es transversal, sin colores ni partidos. “Los políticos son los culpables de lo que nos pasa” y punto.

            Claro que esta apreciación es injusta. No se debe meter a todos los políticos en el mismo saco. Pero tiene su explicación. No se ve que los partidos se impliquen en los recortes de asesores, de sueldos, de dietas y otros privilegios... Por tanto, lo que se impone antes que ninguna otra reforma es la de la Administración Pública. No importa tanto el volumen de lo que con ello se pueda ahorrar –aunque también- cuanto el ejemplo  que los cargos públicos tienen que dar a los ciudadanos. Por ahí deberían haber empezado y todos nos hubiésemos unidos de mejor grado a las necesarias reformas. Porque lo evidente es que no podíamos seguir con el despilfarro y el déficit consiguiente de los penúltimos años. Somos más pobres de lo que nos creíamos.

            Con este panorama político, viene a ser como un contrasentido celebrar una fiesta cristiana dando a Jesucristo el título de Rey. Por eso hay que precisar de inmediato lo que este título significa en el Evangelio y en la celebración actual.

            Se le llama Rey a Cristo justamente cuando está siendo juzgado como reo, a la vez es que despreciado y objeto de las burlas de soldados y espectadores. Y figura el mismo título en el patíbulo más ignominioso, en lo alto de la Cruz.

            El mensaje es claro y está al alcance de quien quiera entenderlo. Jesús es rey porque vive en la verdad y da testimonio de la verdad. No necesita de máscaras, como los tramposos, ni de la fuerza armada para imponer la injusticia como los opresores. Por eso dice que su Reino no es como los de este mundo. El resultado es que en el juicio de Jesús, aunque sea condenado a muerte, el vencedor es él y Pilato el derrotado.

            Y es que, mirada la historia y la vida de cada uno en particular, los títulos y honores no están hechos para el presente sino para la eternidad. ¿Nos atreveremos a entenderlo y vivir en consecuencia?

            En la práctica, el llamar a Jesucristo Rey y decir que él instaura un nuevo Reino en la tierra significa no sólo quejarse, protestar y desmarcarse de los políticos corruptos y de una política que no es eficaz porque tampoco es ejemplar. Es mucho más: es instaurar en sí mismo una forma de vida que enraíza en la verdad, crece en la sobriedad y el trabajo honesto, y fructifica en compartir los dolores y necesidades de los que más sufren. Quien sólo aspira a “vivir su propia vida” no tiene derecho a protestar ni a criticar a nadie, ni siquiera a los políticos.

                                                                         Jose María Yagüe

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