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miércoles, 24 de octubre de 2012

UN CIEGO EMPEÑADO EN VER


            “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. Así lo dice nuestro refranero, que recoge aquí una experiencia tan común como perniciosa. Cuando los problemas nos agobian, cuando los retos nos sobrepasan, cuando se empina la cuesta del vivir, es fácil y cómodo mirar a otro lado para no ver. Pero el costo es enorme: la vida ya no se vive, se soporta y termina por aplastar. En lenguaje coloquial, esta actitud equivale a la táctica del avestruz: cuando el peligro asoma, se esconde la cabeza bajo el ala. Naturalmente, si el riesgo es real, ala y cabeza terminan aplastadas.

            Lo dicho vale no sólo a nivel personal. ¿No es lo que ocurre –lamentablemente- en todos los niveles de la sociedad? ¿No es lo que está sucediendo ante los gravísimos problemas del hambre, de la pobreza galopante, del paro de una cuarta parte de la población activa española, del consumo desenfrenado de los que no quieren enterarse de lo anterior, del aborto, de la venta de armas, de la familia y las políticas de Estado ante ella, del consumo de energía y el consiguiente cambio climático, de los nacionalismos disgregadores y un largo etcétera? Todo esto se dice, ¡pero nos ponemos tantas vendas ante los ojos para no ver!

            El evangelio del domingo 28 de octubre propone un camino inverso. El del ciego que se empeña en ver. Tiene fe, pone los medios y consigue lo que pretende. Justamente lo contrario de aquellos discípulos de Jesús que, mientras él les habla de la cruz que va a padecer, ellos siguen pensando en escalar puestos y ser los más importantes. Situación que padecemos hoy; muchas cosas se desmoronan entre nosotros, pero el que puede mira para otro lado y a seguir viviendo.

            Con tres gruesos trazos –ciego, mendigo y en la orilla- describe el evangelio al hombre no hombre, al deshumanizado por una sociedad que lo ignora. No grites, no molestes, desaparece, déjanos tranquilos y en paz. Tú no estás invitado a esta fiesta. Los que llevan la voz cantante en nuestra sociedad bastante tienen con ocuparse de los bancos, de mantener sus puestos y sueldos, y ahora, de convertirse en mesías que proclamarán la libertad e independencia frente a la vieja piel de toro.

            ¡Guías ciegos que pretendéis conducir a otros ciegos! Urge entre nosotros el advenimiento de maestros, políticos, sacerdotes, periodistas, intelectuales y sindicalistas que dejen de tocarse su ombligo y quieran ver. Sólo con ver lo que hay, es muy posible que reaccionen y hagan reaccionar a esta sociedad miope.

            Viene a la mente aquel comienzo desgarrado de la Vida de Don Quijote y Sancho de nuestro Miguel de Unamuno: “Me preguntas, mi buen amigo, si sé la manera de desencadenar un delirio, un vértigo, una locura cualquiera sobre estas pobres muchedumbres ordenadas y tranquilas que nacen, comen, duermen, se reproducen y mueren”. Al final del relato, tras las acostumbradas paradojas del autor, él acierta con esta profética respuesta, en forma de pregunta: ¿no te parece que en vez de ir a buscar el sepulcro de Don Quijote y rescatarlo de bachilleres, curas, barberos, canónigos y duques, debíamos ir a buscar el sepulcro de Dios y rescatarlo de creyentes e incrédulos, de ateos y deístas, que lo ocupan, y esperar allí, dando voces de suprema desesperación, derritiendo el corazón en lágrimas, a que Dios resucite y nos salve de la nada?”.                                              

                                                          JOSÉ MARÍA YAGÜE CUADRADO


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