S. E. R.
Mons. Enrico DAL COVOLO, S.D.B., Obispo titular de Eraclea, Rector Magnífico de
la
Pontificia Universidad
Lateranense en Roma (ITALIA)
La situación actual de progresiva descristianización de la vieja Europa depende, entre otras cosas, de dos innegables procesos, unidos entre sí. Éstos son: la estatización del derecho y la estatización de las escuelas.
De hecho, las escuelas y las universidades (también las católicas) están sometidas cada vez más al control directo de los Estados. A esta lógica no escapa el llamado Proceso de Bolonia.
El Estado impone los contenidos de la enseñanza, no sólo a través de los llamados programas, sino también mediante los libros de texto.
En este procedimiento, la visión cultural que se abre a la fe cristiana se ve debilitada sistemáticamente, en ventaja de perspectivas llamadas interreligiosas o interculturales. En efecto, de esta forma se insinúa en la mente de los jóvenes una visión cultural muy alejada de la fe cristiana o, incluso, explícitamente contraria a ella.
El caballo de Troya, a través del cual los Estados se apropian de las inteligencias de los estudiantes, es la formación de los docentes. En muchos países los docentes se forman únicamente en las universidades estatales, y quien quiere enseñar debe poseer, pues, la idoneidad estatal, conseguida según un itinerario formativo establecido por los Estados y con exámenes de Estado.
La progresiva descristianización de Occidente ha tenido lugar, pues, a través de la descristianización de las escuelas y de las universidades.
Ahora bien, una nueva evangelización sólo puede acaecer en el reconocimiento de las personas, de su conciencia y de sus derechos.
Si los Estados se apropian del proyecto personal de aprendizaje, como con frecuencia han hecho y continúan haciendo, quitan a las personas la libertad de realizarse, privándolas de un derecho originario y constitutivo.
La situación actual de progresiva descristianización de la vieja Europa depende, entre otras cosas, de dos innegables procesos, unidos entre sí. Éstos son: la estatización del derecho y la estatización de las escuelas.
De hecho, las escuelas y las universidades (también las católicas) están sometidas cada vez más al control directo de los Estados. A esta lógica no escapa el llamado Proceso de Bolonia.
El Estado impone los contenidos de la enseñanza, no sólo a través de los llamados programas, sino también mediante los libros de texto.
En este procedimiento, la visión cultural que se abre a la fe cristiana se ve debilitada sistemáticamente, en ventaja de perspectivas llamadas interreligiosas o interculturales. En efecto, de esta forma se insinúa en la mente de los jóvenes una visión cultural muy alejada de la fe cristiana o, incluso, explícitamente contraria a ella.
El caballo de Troya, a través del cual los Estados se apropian de las inteligencias de los estudiantes, es la formación de los docentes. En muchos países los docentes se forman únicamente en las universidades estatales, y quien quiere enseñar debe poseer, pues, la idoneidad estatal, conseguida según un itinerario formativo establecido por los Estados y con exámenes de Estado.
La progresiva descristianización de Occidente ha tenido lugar, pues, a través de la descristianización de las escuelas y de las universidades.
Ahora bien, una nueva evangelización sólo puede acaecer en el reconocimiento de las personas, de su conciencia y de sus derechos.
Si los Estados se apropian del proyecto personal de aprendizaje, como con frecuencia han hecho y continúan haciendo, quitan a las personas la libertad de realizarse, privándolas de un derecho originario y constitutivo.
S. E. R.
Mons. Stanisław GĄDECKI, Arzobispo de Poznań (POLONIA)
Nuestros jóvenes se encuentran hoy en una situación insostenible. Por una parte, son lanzados con gran antelación respecto a su edad mental a un mundo de grandes riesgos a nivel de información, saber, sensaciones, oportunidades de encuentro y, por otra parte, los adultos los abandonan en su recorrido formativo.
Ninguna época como la nuestra ha conocido una libertad personal y colectiva como la que experimentan nuestros jóvenes. Pero a esta libertad no se corresponde ninguna promesa sobre el futuro, porque la vieja generación ha desertado de su papel educativo.
El problema actual es la falta de cuidados que los adultos manifiestan hacia las nuevas generaciones. No significa que los adultos, en general, no estén preocupados por el futuro de sus hijos; pero su preocupación no coincide con el cuidado de los mismos. La preocupación de los padres no consigue ofrecerles apoyo en la formación: como en una especie de Edipo al revés, son los padres los que matan a sus hijos.
Esta situación necesita una respuesta adecuada. Los adultos, especialmente ellos al haberse alejado dela
Iglesia , deben retomar su responsabilidad.
En nuestra diócesis hemos intentado ayudarles, proponiendo una catequesis de adultos impartida por otros adultos. Visto que las nuevas generaciones suelen confrontar su fe con la fe de los adultos, los padres bautizados pueden de nuevo - a causa del amor hacia sus hijos - convertirse en sus primeros e indispensable catequistas.
Son los catequistas adultos quienes, como testimonios de fe y portadores de los contenidos de la fe, prepararan, a veces mejor que los sacerdotes, a los demás adultos en su tarea educativa.
Pero esto no es posible sin el apoyo de comunidades evangelizadoras, las cuales ayudarán a las personas evangelizadas (tanto a los adultos no bautizados que necesitan ser conducidos al encuentro con Cristo, como a los adultos bautizados que se han alejado de la fe o que desean profundizar en ella).
El camino para llegar a los adultos que se han perdido no debería pasar necesariamente a través de las parroquias, sino más bien a través de los ámbitos con los cuales se identifican: las comunidades (los clubs, los hospitales, las cárceles, las casas para madres con niños, los padres de los niños que se preparan parala Primera Comunión o el Bautismo, los centros de
actividades) y los lugares educativos (las guarderías, las escuelas, las
universidades, el mundo de la cultura, los medios de comunicación).
Nuestros jóvenes se encuentran hoy en una situación insostenible. Por una parte, son lanzados con gran antelación respecto a su edad mental a un mundo de grandes riesgos a nivel de información, saber, sensaciones, oportunidades de encuentro y, por otra parte, los adultos los abandonan en su recorrido formativo.
Ninguna época como la nuestra ha conocido una libertad personal y colectiva como la que experimentan nuestros jóvenes. Pero a esta libertad no se corresponde ninguna promesa sobre el futuro, porque la vieja generación ha desertado de su papel educativo.
El problema actual es la falta de cuidados que los adultos manifiestan hacia las nuevas generaciones. No significa que los adultos, en general, no estén preocupados por el futuro de sus hijos; pero su preocupación no coincide con el cuidado de los mismos. La preocupación de los padres no consigue ofrecerles apoyo en la formación: como en una especie de Edipo al revés, son los padres los que matan a sus hijos.
Esta situación necesita una respuesta adecuada. Los adultos, especialmente ellos al haberse alejado de
En nuestra diócesis hemos intentado ayudarles, proponiendo una catequesis de adultos impartida por otros adultos. Visto que las nuevas generaciones suelen confrontar su fe con la fe de los adultos, los padres bautizados pueden de nuevo - a causa del amor hacia sus hijos - convertirse en sus primeros e indispensable catequistas.
Son los catequistas adultos quienes, como testimonios de fe y portadores de los contenidos de la fe, prepararan, a veces mejor que los sacerdotes, a los demás adultos en su tarea educativa.
Pero esto no es posible sin el apoyo de comunidades evangelizadoras, las cuales ayudarán a las personas evangelizadas (tanto a los adultos no bautizados que necesitan ser conducidos al encuentro con Cristo, como a los adultos bautizados que se han alejado de la fe o que desean profundizar en ella).
El camino para llegar a los adultos que se han perdido no debería pasar necesariamente a través de las parroquias, sino más bien a través de los ámbitos con los cuales se identifican: las comunidades (los clubs, los hospitales, las cárceles, las casas para madres con niños, los padres de los niños que se preparan para
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