Antes de que se ponga en camino, un desconocido se
acerca a Jesús corriendo. Al parecer, tiene prisa para resolver su problema: “¿Qué
haré para heredar la vida eterna?”. No le preocupan los problemas de esta vida.
Es rico. Todo lo tiene resuelto.
Jesús lo pone ante la Ley de Moisés. Curiosamente, no le
recuerda los diez mandamientos, sino solo los que prohíben actuar contra el
prójimo. El joven es un hombre bueno, observante fiel de la religión judía: “Todo
eso lo he cumplido desde pequeño”.
Jesús se le queda mirando con cariño. Es admirable la vida
de una persona que no ha hecho daño a nadie. Jesús lo quiere atraer ahora para
que colabore con él en su proyecto de hacer un mundo más humano, y le hace una
propuesta sorprendente: “Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes,
dale el dinero a los pobres… y luego sígueme”. El rico posee muchas cosas, pero
le falta lo único que permite seguir a Jesús de verdad. Es bueno, pero vive
apegado a su dinero. Jesús le pide que renuncie a su riqueza y la ponga al
servicio de los pobres. Solo compartiendo lo suyo con los necesitados, podrá
seguir a Jesús colaborando en su proyecto.
El joven se siente incapaz. Necesita bienestar. No tiene
fuerzas para vivir sin su riqueza. Su dinero está por encima de todo. Renuncia
a seguir a Jesús. Había venido corriendo entusiasmado hacia él. Ahora se aleja
triste. No conocerá nunca la alegría de colaborar con Jesús.
La crisis económica nos está invitando a los seguidores de
Jesús a dar pasos hacia una vida más sobria, para compartir con los necesitados
lo que tenemos y sencillamente no necesitamos para vivir con dignidad. Hemos de
hacernos preguntas muy concretas si queremos seguir a Jesús en estos momentos.
Lo primero es revisar nuestra relación con el dinero: ¿Qué
hacer con nuestro dinero? ¿Para qué ahorrar? ¿En qué invertir? ¿Con quiénes
compartir lo que no necesitamos? Luego revisar nuestro consumo para hacerlo más
responsable y menos compulsivo y superfluo: ¿Qué compramos? ¿Dónde compramos?
¿Para qué compramos?
¿A quiénes podemos ayudar a comprar lo que necesitan?
Son preguntas que nos hemos de hacer en el fondo de nuestra
conciencia y también en nuestras familias, comunidades cristianas e
instituciones de Iglesia. No haremos gestos heroicos, pero si damos pequeños
pasos en esta dirección, conoceremos la alegría de seguir a Jesús contribuyendo
a hacer la crisis de algunos un poco más humana y llevadera. Si no es así, nos
sentiremos buenos cristianos, pero a nuestra religión le faltará alegría.
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